En literatura los universos paralelos se tocan. En abril murieron dos escritores distintos en cuanto a su literatura, pero bastante similares en lo referente al compromiso de la escritura; de esa escritura al servicios de quienes son demolidos y humillados por esa maquinaria implacable de la historia.
Leí bastante joven Las venas abiertas de América Latina y aunque era un ensayo de ajuste de cuentas contra el imperialismo estaba también narrado que el libro se dejaba leer como una novela fragmentada. El libro era un compendio mágico y extraordinario de la historia de Latinoamérica siempre saqueada y vejada desde tiempos inmemoriales. Estaba lejos de ser un panfleto y con el devenir de los años se convirtió en un clásico con mucho veneno histórico y la mejor literatura. Escribió otros muy buenos libros marcados con esa impronta política de inteligencia, poesía y crítica en las que en ocasiones se asoma el periodista y el buceador de historias, pero de esas historias tachadas de la memoria y de los libros de historia. Cualquier libro de Eduardo Galeano posee el estilo de inigualable literatura.
En la escritura de Grass y Galeano la historia se fue imponiendo a regañadientes.
Galeano como pudo se aferró a un consejo de Juan Rulfo: “La brevedad la aprendió de Juan Rulfo, que le dijo: ‘Se escribe por la otra punta del lápiz, la que tiene la goma de borrar’ ”. Y sus libros son como un collage de historias breves, de apuntes escritos en volandas con la precisión y exactitud de esa metáfora oculta en la cotidianidad. De todas sus historias y anécdotas hay una que el propio Galeano narra en una entrevista: “A finales de septiembre, en Perú, una maga me leyó la suerte. La maga me anunció: ‘Dentro de un mes recibirás una distinción’. Yo me reí. Me reí por la palabra distinción, que tiene no sé qué de cómica, y porque me vino a la cabeza un viejo amigo del barrio, que era muy bruto pero certero, y que solía decir, sentenciando, levantando el dedito: ‘A la corta o a la larga, los escritores se hamburguesan’ ”.
En la escritura de Grass y Galeano la historia se fue imponiendo a regañadientes. Grass parece que siempre estuvo huyéndole, pero siempre la historia volvía como una pesadilla, o como él escribe: “Desde que la escritura se convirtió para mí en proceso consciente —entretanto han pasado ya cincuenta años—, la historia, sobre todo la alemana, se me ha interpuesto. No había forma de esquivarla. Hasta las escapadas artísticas más audaces volvían a llevarme, una y otra vez, a su transcurso meándrico. Desde mi primera novela, El tambor de hojalata, hasta el último hijo de mi capricho, que lleva el posesivo título de Mi siglo, yo he sido su rebelde servidor”.
La literatura tiene su ritmo y creo en esa profecía de Grass: “En definitiva, la novela de todos nosotros debe continuar. E incluso aunque un día no se escriba o pueda escribirse o imprimirse ya, cuando no se disponga ya de libros como medios de supervivencia, habrá narradores que nos hablarán al oído…”. Narradores como Grass y Galeano que nos hablaron a ese oído indispensable de la memoria.
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