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Noticias de Sulaco

martes 29 de octubre de 2019
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“Valencia-Sulaco”, de Pedro Téllez

La ciudad de Valencia, la de Venezuela, o de San Simeón el estilita, como le gusta denominarla el escritor José Carlos De Nóbrega, ha tenido todos los síntomas de ciudad irreal.

La comparé siempre con dos ciudades imaginarias de Italo Calvino, debido a su lago y a su famoso siquiátrico de Bárbula. Unas veces para mí era Valdrada, o como escribe Calvino: “Los antiguos construyeron Valdrada a orillas de un lago con casas todas de galerías una sobre otra y calles altas que asoman al agua los parapetos de balaustres. Así el viajero ve al llegar dos ciudades. Una directa sobre el lago y una de reflejo invertida”. Otras se me parecía a Perinzia. Calvino anota: “(…) la primera generación de los nacidos en Perinzia empezó a crecer entre sus muros, y aquéllos a su vez llegaron a la edad de casarse y tener hijos. En las calles y plazas de Perinzia hoy encuentras lisiados, enanos, jorobados, obesos, mujeres barbudas. Pero lo peor no se ve; gritos guturales suben desde los sótanos y los graneros, donde las familias esconden a los hijos de tres cabezas o seis piernas”.

La Valencia (donde nací y crecí) no ha dejado su vocación de ciudad envuelta en esa neblina insensata de cuento gótico. Cruzada de personajes históricos de opereta; de lugares con prosapia de historia patria, especie de garitos para las conspiraciones y la componenda oscurantista; plagada de una sucesión de gobernantes melodramáticos, rozando el ridículo más aparatoso, es tan real e imaginada que los límites se borran.

El gobernante de turno, en rol de alegorismo salta de las páginas de la novela Drácula, de Bram Stoker, que sin duda no ha leído. A tal guiso pintarrajea con murciélagos, de alas extendidas, toda la ciudad. No obstante la Valencia que imaginaba traspapelada con las ciudades de Calvino (o esa que el actual gobernador concibe como la cueva del Batman peliculero) se encuentra más cerca de otra ciudad asimismo inventada.

El libro Valencia-Sulaco (Signo Ediciones, 2019), de Pedro Téllez, conduce al lector por ramificados senderos con rumbos bastantes desiguales. He deambulado con admiración por la escritura ensayística de Pedro Téllez y de José Carlos De Nóbrega, quien cierra el libro con reflexiones puntuales con respecto al libro y a su autor. Tanto Téllez como De Nóbrega trabajan el ensayo tratando de proporcionarle al género agilidad, sorpresa, ironía para sacarlo de ese academicismo acartonado de literatura comparada. Me atraen esos escritores que tratan de hacer fisuras en los géneros literarios, de quitarle las telarañas de alma acomplejada a la escritura. Me gusta esa inteligencia de bisturí mentida entre las líneas de un poema, un cuento o un ensayo. Téllez y De Nóbrega escriben con sabiduría lectora, pero por sobre todo hacen literatura con lo improbable, con esos nenúfares flotantes de lo leído en los que se cifra la incomparable música de las palabras, y ellos tienen muy buen oído.

El Congreso de 1830, cuyo escenario fue La Casa de la Estrella, es para Téllez no un hecho histórico relevante, sino una obrita teatral en tres actos.

El libro está conformado por veintidós textos en los que se encuentran artículos de prensa, ensayos y una cartografía imprecisa de escritos que exponen las taras de una ciudad que a ratos es sólo un collage de perspectivas extáticas. Es pertinente lo escrito por De Nóbrega: “Partiendo de la novela Nostromo, de Conrad, Téllez se alía al Bolívar encaramado en el monolito, cual Simeón el estilita, para reivindicar su terredad portátil e inmisericorde. La ciudad es paciente psiquiátrico al que se le extrae la piedra de su psicopatología”. Eso podría ser este pequeño libro: un paseo por Valencia, pero no por sus calles y avenidas, sino por los callejones huidizos de su estructura mental y espiritual un tanto dañada.

Por ese motivo el Congreso de 1830, cuyo escenario fue La Casa de la Estrella, es para Téllez no un hecho histórico relevante, sino una obrita teatral en tres actos con todo el sarcasmo venenoso del caso. Téllez acota que un año antes, pero en la Casa Páez, se escenificó una pieza de Shakespeare cuyos actores fueron el general Páez en el papel de Otelo, el general Soublette como Brabancio, el sempiterno y aciago doctor Miguel Peña como Yago. Téllez escribe: “Destaquemos que el reparto del primer gabinete del gobierno provisional de 1830, un año después de la obra, fue así: Miguel Peña en la Secretaría del Interior, Justicia y Policía; Carlos Soublette en la de Guerra y Marina. Y Páez presidente. Un caso único en que el elenco de una obra de teatro prefigura un gabinete de gobierno”.

Los artículos de prensa abordan lo político intentando ofrecer respuestas a la intolerancia, a la violencia y a los convulsos momentos políticos que se viven en el país y que subrayan cómo el autor, más que acudir a un bando determinado, decide utilizar la escritura como trinchera. Otros textos exquisitos son el dedicado al doctor José Solanes y a la Revolución rusa. También sondea el libro Lope de Aguirre, el peregrino, escrito por Casto Fulgencio López, escritor un tanto polvoso de olvido. Transitar las páginas de Valencia-Sulaco es entrar en el bulevar del ensayo breve, pero preciso como mecanismo de relojería; del ensayo como experiencia personal (como bien enseñó Montaigne) hasta desembocar en el texto que cierra el libro, “Un cielo de librerías en Sabana Grande”, y en el cual el autor traza un mapa metafórico de esas librerías que forman parte de la estantería de su memoria.

El ensayo que presta el título al libro toma como excusa los 460 años de la fundación de Valencia y los 111 de la publicación de Nostromo, escrita por Joseph Conrad. Téllez anota: “Novela política y psicológica a la vez, sus protagonistas participan en un golpe de Estado movido por ideas y convicciones, a su vez movidas por intereses extranjeros…”.

Nostromo se desarrolla en un país imaginario llamado Costaguana y su capital portuaria es Sulaco. Téllez escribe “Sulaco es Valencia que ‘…se extiende entre las montañas y el llano, a escasa distancia del puerto y oculta a la visión directa del mar’”. Empero Téllez asume la visión de Max Henríquez Ureña: “El escritor con datos de toda América construyó un país nuevo: la República de Costaguana. Dijérase una nación bolivariana que se fugó de la historia. Ese país imaginario tiene puntos de contacto evidentes, ya con Venezuela, ya con Panamá, pero concurren a formarlo elementos diversos tomados de toda la América española”. Téllez anota: “A bordo del Sainte-Antoine arribó a Puerto Cabello en 1876. No olvidará el golfo triste y plácido que describe años después en su novela. Parece que no llega hasta Valencia; para la ambientación se apoyará Conrad en el libro de Edward Eastwick: Venezuela o Apuntes sobre la vida en una República Sudamericana con la Historia del Empréstito de 1864”. Más adelante Téllez subraya: “En su Crónica personal (1909) el novelista confesará que en todo el mundo de Costaguana, hombres, mujeres, costas, casas, montañas, ciudad, campo, ‘no había ni un solo ladrillo ni una piedra ni un grano de arena de aquel terreno que no hubiese colocado yo con mis propias manos en su debido lugar’”.

El librito de Pedro Téllez está lejos del panfleto y más bien está regido por la sombra luminosa de Conrad con sus antihéroes, villanos y personajes de relleno moviéndose en una ciudad imprecisa.

Conrad concibió Costaguana y su ciudad Sulaco con fragmentos de ciudades reales. Ureña hace un conteo de verificación: “(…) en Sulaco hay una Alameda y una estatua de Carlos IV, como la que se conserva en la ciudad de México en atención a su mérito artístico; hay también un Club Amarilla, que recuerda a los amarillos o antiguos liberales de Venezuela, contrarios a los azules o conservadores; las antiguas luchas de federales y unitarios en Costaguana evocan el proceso de las ideas políticas en las Provincias Unidas del Río de la Plata; en vez de alcalde hay en Costaguana el cargo de Intendente Municipal, como en algunas repúblicas sudamericanas, pero también hay el de Jefe Político, como en otras del continente; el vocablo gringo se aplica, como en muchos países de la América española, a los extranjeros blancos que hablan distinto idioma. La banda militar de Sulaco toca la Marcha de Bolívar, el Libertador, y Páez es mencionado como héroe de la independencia de Costaguana, cuyos llanos se asemejan a los de Venezuela (…)”.

Conversando con Téllez me dijo que el librito poseía cierto tono panfletario. En primer lugar un texto panfletario tiene como prioridad un estilo desencuadernado y es escrito para salpicar de lodo a enemigos/contrincantes visibles. Savater asegura que la virtud del panfleto estriba no en lo que dice, sino en el tono como dice las cosas. Para Fernando Palomero, “los panfletos son excelentes armas para la refriega política, pero no suficientes”. El panfleto en ocasiones es irónico. Otras es algo incendiario. Muchas veces es sólo un artefacto para lanzar golpes y la calidad de escritura se sacrifica para darle prioridad a ese intransigente boxeo de sombra.

El librito de Pedro Téllez está lejos del panfleto y más bien está regido por la sombra luminosa de Conrad con sus antihéroes, villanos y personajes de relleno moviéndose en una ciudad imprecisa, nerviosa como un espejismo; donde se concentran todas las patologías políticas o sociales y de las cuales Téllez ofrece noticias desde el diván de la exquisita e inteligente literatura.

Carlos Yusti
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