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Según Cabrujas

domingo 4 de julio de 2021
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José Ignacio Cabrujas
Cabrujas vivió con ese ruido de fondo de un país desdibujado en la trampa, en el “no me dé, compañero, póngame donde haiga”. Dibujo: Carlos Yusti
“El Estado venezolano actúa generalmente como una gerencia hotelera en permanente fracaso a la hora de garantizar el confort de los huéspedes”.
José Ignacio Cabrujas

Escribir sin un mínimo de intención, encerrado en sí mismo con ese mutismo filoso del autista. Escribir desde el autismo. Es decir, escribir desde el interior sin la influencia de otras lecturas que llegan desde el ruidoso afuera. Hacerlo desde el desierto, desde cero. Convertir el texto en un collage de géneros sin respetar las etiquetas del discurso literario.

Me gustan esos escritores que caminan por el borde de su autismo creativo, versados en no respetar las etiquetas y las formalidades a la hora de escribir. La escritura como un gesto aparatoso. De los distintos escritores que fue José Ignacio Cabrujas (autor de obras de teatro, escritor de telenovelas, escritor de textos humorísticos, guionista de cine y radionovelas), me llamó siempre la atención el ensayista prodigado en periódicos y revistas. Eran ensayos que incorporaban varios géneros en el texto principal, especie de collages que trataba de explicar esa maraña de lo que somos, especie de sociología portátil para seres con prisa sin vida interior.

En los ensayos de Cabrujas se incorporaba el costumbrismo de las apariencias mundanas, la picaresca política, la ironía absurda de la cotidianidad. Todo eso mezclado con mucho histrionismo de vodevil hasta hacer una foto movida de nuestro devenir con sus impecables giros cómicos y dramáticos.

Como escritor de telenovelas estuvo más cerca de Alejandro Dumas que de Delia Fiallo.

Cabrujas vivió con ese ruido de fondo de un país desdibujado en la trampa, en el “no me dé, compañero, póngame donde haiga”. Para él fue una obra de teatro de equivocaciones y él trató de escribirlo desde la telenovela, el teatro, el ensayo, desde el guion cinematográfico y el texto humorístico, derrochando mucha bilis pasionaria.

Como escritor de telenovelas estuvo más cerca de Alejandro Dumas que de Delia Fiallo. Su definición del género es producto de su trabajo a destajo: “…acudo en primer lugar a la definición que me dicta —perdonen que sea un poco personalista— mi propia experiencia, intentando de entrada una definición más bien simplista y objetiva: es una historia dividida en fragmentos o capítulos que se transmiten todos los días y que provoca en el televidente la necesidad de continuar viéndola para conocer su desenlace. Esta definición es escueta, vulgar y pedestre, sin embargo, tiene un elemento importante, y es que hace énfasis en lo que tenemos que subrayar: la telenovela, para diferenciarse de otro género narrativo, tiene con él un elemento en común que es la continuidad de la historia en términos de ‘deseo de continuar presenciándola’”. Como jornalero de la telenovela estaba al corriente de los otros estilos en Latinoamérica, y por eso afirma: “En Brasil se eligen situaciones y esquemas verticales, no horizontales, y se le da mayor profundidad a los temas. En cambio la telenovela venezolana es más rasera, ruda, bochornosa, horrenda (…). La telenovela mexicana es muy estereotipada en ciertos tópicos de la vida y también se le da mucha importancia relativa a los personajes de edad madura: siempre la madre es buena y además posesiva. La mayoría de sus personajes son populares y de la tradición mexicana que el cine creó y marcó”. Para Cabrujas la telenovela no era la escritura, sino el trabajo. En cambio su fuerte era la escritura teatral.

Su teatro no se distinguió por ofrecer preceptos vanguardistas y era más bien un teatro de rutina crítica y esperpento. Especie de farsa con sus villanos y héroes de rigor, con esos personajes recortables de nuestra realidad más o menos anodina. Era un teatro que se paseaba por esa realidad de país de maravilla en la que el Sombrerero Loco (adecos y copeyanos) tenía sus amoríos y negocios con la Reina Roja (la izquierda dialogante del MAS y esa que estuvo enquistada en las universidades y en otros predios del Estado promotor).

En sus piezas teatrales buscaba cómo reflejar al país desde sus contradicciones y sus chascos políticos y culturales. Su obra Acto cultural hace un repaso de ese mundo de la máscara y la mediocridad, de un país que construye un decorado falso de prosperidad como si de una obra teatral se tratara. Cabrujas en dicha obra juega con la realidad y sus espejos (o espejismos), hace malabares con la verdad del teatro y con la mentira teatral de la realidad. Una sociedad cultural en un pueblo perdido de nuestra patria realiza un montaje cultural con toda la pompa del caso. A dicha representación asiste lo más granado del pueblo. La obra es un desastre en la cual los actores comienzan a ventilar sus pasiones particulares y sus relaciones carcomidas por la falsedad, o como lo ha explicado el mismo Cabrujas: “Hace unos años escribí una comedia llamada Acto cultural. Los personajes de esa comedia eran miembros de la Junta Directiva de una Sociedad Cultural en una pequeña ciudad provinciana. Vivían para la cultura y representaban la cultura, quiero decir, ‘la gran cultura’. Un día, esta Junta Directiva de la Sociedad Louis Pasteur decide celebrar los 50 años de la institución, con una representación teatral de la vida de Cristóbal Colón. La representación es un fracaso, porque, diabólicamente, perversamente, en lugar de recitar el texto previamente acordado, esos miembros de la Sociedad Pasteur hablan de lo que les pasa, confrontan sus intimidades, proclaman sus amarguras y catástrofes cotidianas. El Secretario de la Sociedad declara ante los supuestos espectadores del pueblo que a él toda la vida lo que le ha gustado es el trasero de una alemana y la posibilidad de tomarse 15 rones después de las seis de la tarde. Que esa es su cultura, porque, al mismo tiempo, esa es su apetencia, su sinceridad, su realidad. La declaración es catastrófica y las ‘fuerzas vivas’ de la localidad abandonan el recinto”.

Como articulista de prensa supo convertirse en esa voz que ponía en solfa al país.

En torno a Cabrujas estuvo latente el que los mandarines culturales del país petrolero nunca lo tomaron en serio como intelectual (o en todo caso como un escritor pensante) y se le tuvo más bien como una Delia Fiallo con menos laca, como un escribidor de culebrones y cuyo estilo telenovelesco se movió, con exquisito tino, entre El derecho de nacer y El conde de Montecristo. Mucho tiempo después se le ha valorado desde una óptica menos prejuiciosa, destacando su visión desmitificadora de nuestro acontecer como nación. No obstante como articulista de prensa supo convertirse en esa voz que ponía en solfa al país. Su columna en un diario capitalino, “El país según Cabrujas”, lo ubicó como un escritor con un agudo sentido de observación; él como ningún otro supo quitarle la máscara a un país desde la ironía más contundente. En su radar como columnista nada ni nadie salió ileso, todos fueron blanco de su escritura chirriante y satírica. Su estilo como cronista y columnista tenía algo de ese viejo estilo costumbrista periodístico, pero que él supo presentar como una retórica puesta en escena (con sus dramatis personae incluidos) en el cual el país era sólo un improvisado y contradictorio escenario. Desempolvó (o acuñó con socarronería estilística) el término totonocracia para correr el velo de la sexualidad tras las bambalinas de los altos cargos del poder político. Dejó al desnudo esa gazmoñería sexual que convierte a la mujer en un arma de destrucción y corruptela para el poder político, quedando nuestros pobres hombres de Estado como muñecos manejables a los caprichos de la totona, designación que daban nuestras tatarabuelas al sexo femenino.

Cabrujas murió al sureste de Margarita, la parte más poblada de la isla, donde se encuentra la ciudad de Porlamar. El regreso de su cadáver a Caracas parece una escena escrita para una película de Chalbaud. Todo una comparsa de burocracia, de equívocos risibles y de ineficacia gubernamental se confabularon para un traslado peripatético y estrambótico.

Cabrujas tuvo la obligación, como intelectual, como artista, “o como lo que diablos sea yo” (según sus propias palabras), de quitar la pátina de falsedad del país y sus instituciones, de removerle las telarañas del disimulo al país del “mientras tanto”. Hoy el país según Cabrujas se ha convertido en una cosa vaga e imprecisa por completo y quizá él escribiría de este nopaís (que padecemos) desde esa pasión atormentada del melodrama, con toda su ridiculez/sordidez correspondiente, claro, y de seguro compararía los zamuros que pululan por las avenidas de nuestras ciudades con las moscas sartreanas, todo tan bufo y teatral.

Carlos Yusti
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