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Alfredo Villanueva Collado: contra el deterioro y la aniquilación

miércoles 30 de mayo de 2018

Alfredo Villanueva Collado: contra el deterioro y la aniquilación, por Alejandro Varderi

Exilios y otros desarraigos. 22 años de LetraliaExilios y otros desarraigos. 22 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2018 con motivo de arribar a sus 22 años.
Lee el libro completo aquí

Existe en la obra de Alfredo Villanueva Collado la voluntad de documentar la biografía, no como regalo o dádiva que se debe consignar, sino como vida sudada en el esfuerzo de ser vivida, dentro de la tradición de nuestra poesía conversacional pero con una vuelta de tuerca: el lugar de quien escribe constantemente se enuncia para el otro y desde el otro. Ello, a fin de conservar claras las voces que el paso del tiempo y los extrañamientos, geográficos e íntimos, esfumaron como cuerpo para rehacer como memoria.

Villanueva cultiva con pasión ambos cuerpos: el del lenguaje y el del cuerpo mismo.

Extranjero en todas partes, tal cual él mismo se define, pero sin embargo “intensamente feliz” en las tierras donde ha vivido, ya sean éstas Venezuela, Puerto Rico o Nueva York, Alfredo Villanueva Collado escribe desde la intemperie que la ausencia de una cultura única provoca en el hablante; por eso la voz poética se territorializa en imágenes, humores, sentimientos, más que en geografías específicas. Puertorriqueño de nacimiento, venezolano por adopción, neoyorquino siempre, el autor pone en el deseo, los afectos, la muerte, lo verídico de una escritura que no le teme a la vida pero tampoco se abandona a ella, y como la barthesiana está condenada “a errar hasta la muerte, de amor en amor”, renaciendo aunque también fracasando pues sólo en el fracaso, al decir de María Fernanda Palacios, “se rompe el decoro, la compostura, y surge el fondo inconveniente de lo vivo (…), se toca la escasez del cuerpo, lo provisorio del deseo”.

La cocina, el sexo, la religión, los mitos, la academia, el paso de los años, la política, el deterioro del entorno y el cuerpo, las cosas que atesoran memorias de lo vivido y perdido, son temas que no escapan a esta poesía que enuncia y denuncia, con un lenguaje que no esconde ni eufemiza sino se muestra descarnada e implacable.

Sensualista de la piel, sátiro de la carne y los vocablos, al igual que Reinaldo Arenas y Severo Sarduy, Villanueva cultiva con pasión ambos cuerpos: el del lenguaje y el del cuerpo mismo. Desde ellos escribe y se escribe consignando en sus superficies el dolor, la enfermedad, la ausencia del otro y los otros, para hacer de los poemas instantes puntuales donde desaparece el espejismo del orden y las reglas, y lo apremiante del rigor formal. Surge entonces el texto puesto a desplazarse de uno a otro deseo, contando sólo para ello con la duda y el recuerdo de lo vivido y perdido, pues su única certeza es la incertidumbre y su única arma la memoria. La palabra se abre ahí a la errancia en su doble acepción, es decir, al vagabundeo y al equívoco cual directrices de una poesía dable de espejear los mitos y la historia, la literatura y la música, el arte y el placer, los objetos-fetiche dentro de la casa y en las intolerancias del afuera.

El cuerpo traicionado, la elasticidad de una piel que se le hurta, la posibilidad de entrar y salir de seres que pasan y dejan como único rastro un sabor o un tatuaje, adquieren con el lenguaje poético consistencia, empinándose desde un placer nunca olvidado, sino recuperado siempre por el verso puntual, cuya función es la de retener la esencia de lo que desgasta y fragiliza.

En su Breviario de podredumbre, Emil Cioran apuntaba que “no es la irrupción de un mal definido lo que nos recuerda nuestra fragilidad (…) sino ese horror impreciso que rechaza todas las cosas y quita a los deseos la fuerza de procrear errores frescos”. Asimismo, Villanueva tampoco teme equivocarse, sino transforma más bien los desaciertos del vivir en verso.

Siempre desde la frontera, el autor oscila entre sus geografías afectivas, y reflexiona sobre el crisol de lenguas y culturas que configuran su imaginario. En cada una familiares, amantes, amigos pueblan el reino particular, es decir, la obra extensa e intensa que, a lo largo de más de cuatro décadas de compromiso con la palabra, ha ido conformando el corpus poético, siempre vital, a pesar de los males exteriores y los fantasmas interiores.

“Del más hermoso de los ángeles”, título de uno de sus poemas, se suspende la palabra que este escritor posa sobre una cuartilla vuelta sábana o mantel, a fin de disponer el festín de una lectura activa y alerta ante la denuncia de las intolerancias que lo acorralan, y no son sino el resultado de todos los excesos que el poder, las conquistas y los imperialismos infringen sobre el hablante.

Alfredo Villanueva ha logrado hacer del despojo celebración, y ello es ciertamente en sí mismo una gran victoria contra el deterioro y la aniquilación.

“Cómo quisiera / sacar del bolsillo un fragmento de vida / y, en las calles sangradas de Caracas, / con tantos otros confrontar la rabiosa / ralea de mercenarios proletarios”, nos dice igualmente en uno de sus textos más recientes, escrito al calor de la violencia de un país que se alzó en masa en 2017 para luchar contra el odio y la represión de sus gobernantes.

Y es que, fiel a la conciencia del mestizaje del doble cuerpo, que con los modernistas empieza a funcionar entre nosotros, la obra de Alfredo Villanueva es lucha contra la adversidad personal y la alienación impuesta por los imperialismos territoriales e ideológicos; lo que Guillermo Sucre definió a propósito de Rubén Darío y José Martí como “una manera de enfrentarse a la fatalidad y de rescatarse de la enajenación histórica”. Esto, no obstante, sin sacrificar la sutileza y la ironía, ni entregarse a un pesimismo estéril.

Porque sobrevivir en la escritura también significa existir por encima de nuestras miserias, de nuestra pobreza, a pesar de que ellas deban estar ahí, pues la literatura debe ser un proyecto de permanencia y resistencia, para que una paciencia activa y solitaria transforme, a través de la memoria, tal estrechez en canto. Ya lo dijo Rainer Maria Rilke: “Sólo cuando los recuerdos se hacen sangre, mirada y gesto en nosotros; cuando ya no tienen nombre y no se distinguen de nosotros mismos, sólo entonces puede suceder que en el centro de ellos, en una hora extraña, se origine y desde allí se eleve, la primera palabra de un poema”.

Alfredo Villanueva ha logrado hacer del despojo celebración, y ello es ciertamente en sí mismo una gran victoria contra el deterioro y la aniquilación.

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