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El legado de Fernando Soto Aparicio

domingo 28 de febrero de 2016
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Fernando Soto Aparicio entrevistado por Marco Antonio Valencia Calle
Soto Aparicio: “Con la literatura, en los países latinoamericanos no se gana dinero, pero se gana un capital infinito: el aprecio de la gente”.

Por estos días el escritor Fernando Soto Aparicio conmovió el mundo literario y cultural de Colombia al declarar en su cuenta de Facebook que padece de un cáncer gástrico a sus 82 años, al tiempo que la editorial Panamericana anunció la aparición de su libro número sesenta y dos: Bitácora del agonizante. Aquí, el perfil de uno de los autores más prolíficos y queridos de la literatura colombiana.

El inicio de todo

Nací de manera accidental en Soacha, Boyacá, el 11 de octubre de 1933. Resulta que mi padre era funcionario judicial y fue comisionado a investigar un delito allá, y se acarreó a mi madre que estaba en embarazo, pero a los pocos meses nos trasladamos para Santa Rosa de Viterbo donde viví mi infancia, estudié y escribí mis primeros libros. Luego me casé y me vine a vivir a Bogotá. Mi padre se llamaba Luis Arcesio Soto Martínez y mi madre Isabel Aparicio Meléndez. Ambos eran de Santa Rosa de Viterbo.

 

Detalles de su biografía

Soy hincha del Barsa, me gusta el cine, la lectura, salir de turismo y el aguardiente sello azul. Mi primera esposa se llama Ana Mancipe Hernández, nos casamos cuando ella tenía 17 y yo 16. Tuvimos cinco hijos. Marta: doctora en psicología de la Sorbona de París; Jaime: médico dermatólogo e investigador sobre leishmaniosis, y por lo tanto, viajero del mundo; Carlos Roberto: pintor y escritor, decano de una Facultad de Ciencias de la Imagen; Liliana: antropóloga que trabaja en un prestigioso colegio de Bogotá; y María Ángela, que es fonoaudióloga y trabaja en una clínica en Guadalajara, junto a Madrid.

Me separé. Luego vino Libia, una chica veinte años menor con quien sostuvimos una relación de amor placentera y bella. Relación que terminó cuando me sentí viejo y le pedí que nos separáramos porque no quería que se convirtiera en mi enfermera. Y amándola como la amo, le pedí que se fuera y organizara su vida lejos de mí. No quise que padeciera el proceso de mi tránsito a la vejez y todas esas cosas horrorosas que le pasan a uno cuando se nos comienza a terminar la vida.

 

La formación de un lector

En mi casa había libros y revistas por todas partes, entonces llegué a los libros de manera natural. Si un niño no ve a sus padres con un libro no sabe que los libros existen. Se suele cometer el error de castigar a un niño poniéndolo a leer, y debe ser todo lo contrario, hay que premiar con libros, no castigar con ellos.

 

Siempre escritor

Escribo desde que recuerdo. A la fecha he publicado sesenta libros de todos los géneros literarios: poesía, cuento, teatro, ensayo, novela, libretos para programas de televisión, guiones para cine, centenares de artículos especulativos y culturales para revistas del país y del exterior.

 

Lo que deja la escritura

Con la literatura, en los países latinoamericanos no se gana dinero, pero se gana un capital infinito: el aprecio de la gente. El afecto y la amistad de los lectores son un capital maravilloso, y tal vez, el mayor premio a un trabajo literario. El cariño de la gente para conmigo es inmenso, lo puedo sentir.

 

Yo tengo una obra que no puede estar ajena a esa virtualidad, y espero que un día esté toda en Internet.

Otros oficios

Para pagar el arriendo, la comida, los servicios… trabajé en otras cosas fuera de la escritura. Un tiempo largo en la televisión como libretista, algunos años en la sala penal en Santa Rosa de Viterbo, en la diplomacia representado a Colombia ante la Unesco, y desde hace algunos años como asesor en una universidad. Y me tocó salir a trabajar hasta hace poco porque, aunque parezca inverosímil, a mis ochenta años, no tenía definido el tema de la pensión ni la seguridad social.

 

Para qué leer

Colombia nunca ha sido un país de buenos lectores. Eso se debe a que en las escuelas usaron la gramática para enseñar literatura y acabaron con ambas. La lectura de libros literarios es un placer que educa por sí mismo. Habría que retomar conceptos como que leer nos permite viajes infinitos por este mundo y otros mundos, por este planeta y otros planetas, por esta época y otras épocas.

 

Lectores virtuales

Hoy en día lo virtual es tan importante como lo real, son mundos complementarios. Para el estudio y la vida moderna es una condición inevitable. Yo tengo una obra que no puede estar ajena a esa virtualidad, y espero que un día esté toda en Internet.

 

Facebook de Fernando Soto Aparicio
Soto Aparicio anunció en su muro de Facebook, en noviembre de 2015, que padece un cáncer gástrico.

Facebook

Atiendo mi cuenta de Facebook. Me gusta, aunque hay mucha basura, como en todos los medios de comunicación, pero son más las cosas buenas que las superfluas. En Google hay más de 200 mil referencias a mi vida y a mi trabajo (en realidad más de 941 mil a diciembre de 2015). Claro, hay muchas notas erradas, me adjudican títulos de libros que nunca escribí y premios que no gané, pero el 80% es real. Hay casi cien videos sobre mis intervenciones públicas, lecturas de poemas y grabaciones de entrevistas en diferentes espacios.

 

La pantalla en blanco

Soy un hombre disciplinado para el trabajo. Para mí, la página en blanco es una invitación a una fiesta. Nunca tuve temor frente a la página en blanco. Aprendí primero a escribir en máquina que a mano, y luego aprendí a usar el computador.

 

La rutina del escritor

Concuerdo con Isaías Peña que escribir es como respirar. Tengo que escribir para sentirme vivo. Mi rutina es trabajar en un libro e ir investigando sobre el próximo. Algunos críticos dicen que escribo mucho, pero es mi manera de ser, y mi manera de contribuir a que la literatura nos haga entender un poco más la vida. Ellos que opinen, que yo hago mi trabajo: escribir.

 

Obsesiones temáticas

No hay tema que a mis años no haya trajinado. Me interesan los derechos humanos, las injusticias, los conflictos sociales, la esperanza, la mujer… considero que el escritor como vocero de una sociedad muda y cobarde debe hablar de todos los temas que le inquieten a esa sociedad. En mis libros pretendí contar la historia de América desde la literatura. Como escritor me interesa asomarme al pasado y al futuro de la vida misma. Y desde mis libros aspiro a dialogar con mis lectores de frente sobre temas de política, religión, sociedad, etc.

 

Toda mi vida fue estudiar y estudiar, o mejor: leer y leer.

Los reconocimientos

Tengo la fortuna de haber recibido numerosos homenajes en vida, que es como se deben hacer. Tengo seis doctorados honoris causa otorgados por universidades de Estados Unidos, Argentina, Italia y tres en Colombia. Hay seis colegios en el país que tienen mi nombre, el más reciente es un colegio enorme que tiene cuatro sedes y más de cuatro mil alumnos, y es muy curioso, porque el distrito tradicionalmente le pone nombre a sus instituciones de escritores ya fallecidos, y por lo tanto, es un triunfo de la comunidad educativa que pidió colocarle mi nombre… aunque, claro (risas), eso es como una voz de alarma para decirme que ya pronto, del más allá, me van a llamar a relación.

 

Un busto en Duitama y otro en Santa Rosa de Viterbo

Son cosas maravillosas que me pasan, al igual que las invitaciones a encuentros con escritores en todos los rincones del país, o los llamados a participar en conferencias y conversatorios en colegios y universidades, o las ferias donde voy a firmar libros. Esos detalles son una manera de reconocer que realicé una tarea y me quedó bien. Y bueno, allí quedan los más de sesenta libros que he publicado como testimonio de mi paso por la Tierra. Y cuando calle, mis libros hablarán por mí. Pero sin duda, el mejor premio que recibí es la fidelidad de mis lectores en cincuenta años de carrera literaria.

 

Fernando Soto Aparicio
Soto Aparicio: “El que no lea jamás podrá escribir ni siquiera una carta”.

El museo Fernando Soto Aparicio

Siempre quise tener una pared para colgar mis diplomas y condecoraciones, y juré que nunca las colgaría en una pared que no fuera mía y esa maldita pared nunca la tuve. Entonces, tengo como cien diplomas en una caja de cartón debajo de la cama esperando tener una pared mía, porque la única tierra que yo tengo es la del ombligo y todas las mañanas se me rueda en la ducha. La Universidad Nueva Granada está construyendo en la sede de Cajicá un sitio especial para poner todo eso, y esa benevolencia para mí es un descanso porque, si uno se muere, ¿la familia qué hace con todo eso? Entre todo lo que tengo hay sesenta mecanoescritos que la universidad va a manejar con mi hijo escritor que tiene los derechos de autor.

 

Las traducciones

De los libros publicados hay algunos traducidos al chino, al ruso, al serbocroata. Y es curioso, pero no hay un libro mío, que yo sepa, traducido al inglés o al francés.

 

La rebelión de las ratas

Ese es mi libro más conocido, pero tengo veinticinco o treinta novelas más importantes que esa en todo sentido. Lo que pasó y sigue pasando es que los profesores de español y literatura son muy perezosos y se quedaron anclados en la lectura de un solo libro de mi autoría. Ese es un buen libro, claro que sí. Para escribirlo me convertí en minero por mucho tiempo. Y sin duda es mi libro más traducido y más editado. Un libro que se ha convertido en un símbolo y un motivo para hablar sobre la justicia social. Ahora hay un grupo de profesores de la Universidad Nueva Granada, donde trabajé en estos últimos años, que tienen el proyecto de hacer una edición especial de ese libro en asocio con la editorial Panamericana, que es quien tiene los derechos, con testimonios de mineros de carbón de todo el mundo.

 

Lecturas cotidianas

Estudié hasta cuarto año de primaria de manera formal, pero desde que salí del colegio no hice otra cosa distinta que leer, que en sí mismo es estudiar. Toda la vida la dediqué a leer sobre temas que tenían relación con el humanismo, sobre el tránsito del hombre por este mundo, por la manera de preguntarse de dónde viene y para dónde va. Toda mi vida fue estudiar y estudiar, o mejor: leer y leer.

 

Un libro autobiográfico

Cada escritor es un mundo, y cada libro es una manera distinta de ver el mundo. La Demonia, un libro que habla sobre la prostitución de los medios de comunicación, es sin duda el libro que más se parece a mí.

 

Un estudiante puede ser especialista en botánica, pero si no sabe de la paz ni del amor es una amenaza social.

De escritor a profesor

Trabajé hasta hace poco como profesor en la Universidad Militar Nueva Granada. Y mi preocupación fue enseñar a mis alumnos, que ya eran gente mayor, a pensar en mejorar la vida, a ser mejores seres humanos. A que todas las mañanas se miraran al espejo y se preguntaran si estaban contentos consigo mismos, con lo que hacen, con lo que proyectan, con lo que han logrado. Y que si tenían ganas de darse un par de cachetadas por sus errores es porque tenían conciencia, y cuando hay conciencia es porque las cosas se están haciendo bien.

 

Sobre la educación

La educación de antes era la educación de las respuestas y la certeza. En la actualidad es la educación de las preguntas, y la duda es el gran motor del conocimiento. La educación de antes era un monólogo espantoso y la de ahora un diálogo constructivo entre el profesor y el alumno. En educación hemos avanzado bastante, pero nos falta muchísimo. Hace poco el Congreso aprobó que se incorporara “la Cátedra de la Paz”, yo estuve abogando por eso durante muchos años, y hace falta todavía otra cátedra que se llame “la cátedra del amor”. Un estudiante puede ser especialista en botánica, pero si no sabe de la paz ni del amor es una amenaza social.

 

La Cátedra de la Paz

No se puede crear una generación de científicos sin alma, de monstruos educadísimos como decía un director de la Unesco. Lo más importante de una persona no es ser un científico brillante, sino un ser humano que respete a los demás y se respete a sí mismo. Y ya luego, si puede ayudarnos a mejorar el mundo, se lo agradeceremos.

 

La enseñanza de la literatura

Insisto en que usar la literatura para enseñar gramática es un error gravísimo. La gramática es una ciencia como las matemáticas… Y la literatura es todo lo contrario, una invitación a romper todos los moldes. Recuerdo que en mi cuarto año de primaria me pusieron a leer la página catorce de La marquesa de Yolombó para buscar en ella los adverbios de tiempo y de modo, ¡espantoso! Y creo que todavía en algunas partes se sigue enseñando de la misma manera. Acabar con la literatura en función de la gramática es un error terrible.

 

Los talleres de escritura

Cada libro tiene su propia metodología, cada escritor tiene su propio sistema, y eso es lo que le da la magia a la literatura. Leer es el secreto.

 

Consejos para jóvenes escritores

El que no lea jamás podrá escribir ni siquiera una carta. Yo no tengo ni idea de ninguna norma gramatical u ortográfica, pero en mis páginas no cometo un error porque aprendí a escribir leyendo. Fui lector precoz y, hasta hace poco, lector de dos libros semanales. Escribir es posible y es una cosa absolutamente maravillosa. Siempre que empiezo un nuevo libro considero que no he escrito nada antes de ese libro, porque cada experiencia es nueva y extraordinariamente rejuvenecedora.

 

Los editores

No permití nunca que un editor le quitara una coma a un libro mío; mi primera novela, Los bienaventurados, ganó un premio mundial en Madrid en 1960 y me dijeron que le iban a poner un corrector de estilo y les dije: “Renuncio al premio”. Los correctores de estilo me merecen todo el respeto imaginable, pero no tolero uno ni siquiera a treinta kilómetros de distancia. No hay posibilidad de que un buen lector sea mal escritor.

 

Yo quiero morirme frente a un computador, o si hay una hoja cerca, no la voy a dejar en blanco.

Los críticos literarios

Los críticos literarios también tienen mi respeto como toda la gente que hace su trabajo. Los críticos están para criticar. Al principio de mi vida como escritor me hicieron sufrir, pero luego dejé de manera respetuosa que hicieran su trabajo. Ahora pueden decir blanco o negro… que, a mi edad, no me importa.

 

Los derechos de autor

En general me llevé bien con los diferentes editores que tienen la representación de mis libros. Eso sí, debo decir que la literatura no me dio riqueza monetaria. Con las regalías de toda esa cantidad de libros que escribí en cincuenta años, que se siguen vendiendo, me compro en el año un vestido no muy bueno y sin chaleco, porque no alcanza para el chaleco.

 

Fernando Soto Aparicio
Soto Aparicio: “Las mujeres como personajes literarios son de gran riqueza interior para la maldad, para el pecado, pero también para la gracia y la salvación”.

La sed del agua

En la feria del libro del año 2015 presenté el libro La sed del agua, un libro extraordinario y diferente a lo que se ha escrito en este mundo. Tiene cuatro personajes, un niño de las estrellas (hijo de una alienígena con terrícola), la Pacha Mama (la madre tierra de los incas y los mayas), y dos chicos adolescentes que están buscando cómo vencer el odio. El odio tiene acabado el mundo, es el que mueve las guerras, el que mueve las discordias, el racismo, los fundamentalismos, todas esas cosas tremendas que están acabando con el mundo. Entonces esos cuatro personajes emprenden la búsqueda de una fórmula para acabar con el odio y recorren una serie de espacios sin que haya ninguna limitación de tiempo y de lugar. Al final encuentran que la única manera de vencer el odio es con el amor que está en el fondo del corazón de cada persona. Es un libro símbolo para rescatar los valores y resaltar la importancia en el amor de los seres humanos. En fin, es un libro que se sale de cualquier molde y recomiendo leer.

 

Bitácora del agonizante

Este libro tenía el título previo de Ellas y yo, porque es la historia de mis mujeres. No las mujeres reales, que también aparecen ahí de alguna manera, sino las mujeres de la imaginación y la creatividad que me acompañan siempre. Es un censo riguroso a través de esos sesenta libros donde hay más de doscientos veinticinco personajes femeninos, y el libro cuenta cómo se formaron esos personajes. Es una cuestión muy explicativa de mi trabajo literario donde la mujer es protagonista por excelencia y es lo que mejor le quedó a Dios en ese proceso de armar el mundo. Las mujeres como personajes literarios son de gran riqueza interior para la maldad, para el pecado, pero también para la gracia y la salvación. Me sé el nombre de todas ellas. Ahora en 64 textos de prosa poética develo mis preocupaciones por el misterio de la vida.

Tal vez sea el último libro publicado por mi editorial, pero no es mi último por escribir. Yo quiero morirme frente a un computador, o si hay una hoja cerca, no la voy a dejar en blanco. Y de verdad, quisiera escribir muchos más. Tengo un montón de libros en la cabeza.

 

Fernando Soto Aparicio entrevistado por Marco Antonio Valencia Calle
“Morir es lo más cierto de la vida”, dice Fernando Soto Aparicio en el prólogo de su Bitácora del agonizante.

Umbral para la entrada

Prólogo del libro Bitácora del agonizante, de Fernando Soto Aparicio
Panamericana Editorial, noviembre de 2015

Las mujeres que iluminaron los pasos de mi vida son las mismas que están acompañándome en los pasos difíciles de mi agonía.

Esas mujeres son centenares, y viven en las páginas de mis libros. Desde ese lugar privilegiado, a donde no llega el olvido, han alumbrado los rincones oscuros de millones de lectores, se han compenetrado con ellos, se han incorporado a la realidad de la ficción, que es más trascendental que la realidad de lo cotidiano.

Vemos a la vida como un amanecer permanente, una cosecha de duraznos, la clarinada de los gallos en el comienzo de la alborada, el primer beso que nos sacude cuerpo y alma.

Con el paso del tiempo, las personas se van desdibujando. Pero los personajes de los libros son eternos.
Ellas entonan mi canto con el mismo resentimiento, la misma resignación y la misma amargura. Están acompañándome en la desesperanza y la maldición, en la esperanza y la blasfemia, en el padecimiento y el llanto silencioso y escondido. Ellas se quedan sentadas a la orilla de mi lecho en las noches interminables del sufrimiento, y descorren las cortinas del cielo para que amanezcan los minutos de la conformidad y la confianza.

Esas mujeres que nacieron de mi costumbre de mirar todas las dimensiones de la vida, de mi disposición para oír millares de confidencias y de frustraciones; esas mujeres que son la suma y la multiplicación de mujeres de carne y hueso y alma y pasión, que hacen a diario una existencia anodina y que de repente cobran perfiles que las convierten en heroínas o mártires; esos seres profundamente valiosos, cálidos, cercanos, idealizados y fraternos, contradictorios y magníficos; esas mujeres que desde las páginas de mis libros se han convertido en símbolos, en representación viva de todos los pecados y todas las virtudes, son las que ahora me ayudan, me sostienen, me animan, lloran a mi lado, y conmigo esperan aun cuando ya no queda una esperanza.

La muerte y la vida son hermanas gemelas, que avanzan de la mano. La una no existe sin la otra. Vemos a la vida como un amanecer permanente, una cosecha de duraznos, la clarinada de los gallos en el comienzo de la alborada, el primer beso que nos sacude cuerpo y alma. Y a la muerte como un foso oscuro en cuyo fondo no sabemos si existe el agua; o un túnel que puede tener una entrada pero que quizá jamás podrá tener una salida, o un adiós que no tendrá retorno, o una noche para la que no existirá la madrugada.

Morir es lo más cierto de la vida. Pero no es justo que para llegar a la muerte se obligue a los seres humanos a un sufrimiento desmedido. ¿Qué sentido tiene el dolor? Ninguno: es absurdo, es abusivo, es una maldición que no debe caerle encima a una persona indefensa. Morir debería ser, para el que muere, tan fácil como nacer, para el que nace. Después del nacimiento queda el milagro maravilloso de la vida. Después de la muerte, ¿qué? ¿Y para qué esa antesala pérfida y sádica del dolor?

Me ha tocado (no en suerte; tampoco sé si en desgracia) una de esas enfermedades irreversibles y perversas. Pero voy a vivir hasta el último instante, hasta el aliento final, hasta el postrer destello. ¿Después? No sabremos, nunca sabremos, si habrá un después.

En cada uno de los Salmos que jalonan este peregrinar por un almanaque de dolores y rebeldías, de un inevitable conformismo y de la rabia sorda y resentida del que sólo nació para empezar a morir, he colocado la voz de una o de varias de las mujeres que surgieron de mi imaginación, y que fueron afirmando su vida en cada una de las novelas, los cuentos o los poemas que escribí. Al comienzo de cada Salmo hago de cuenta que lo declaman las mujeres que han sido mis compañeras, cómplices, confidentes, amantes, hermanas. No figuran todas —en realidad, esas presencias femeninas que sostienen el peso dramático de los 70 libros que he publicado son más de trescientas. Pero estas voces elegidas sirven para acompañarme en los días grises y melancólicos —y nostálgicos, porque nostalgia es una de las palabras más bellas de nuestro idioma— de mi agonía.

Ellas —las mujeres y las páginas— son lo que va a quedar de mi paso por la Tierra.

Con eso, es suficiente.

Marco Antonio Valencia Calle
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