Jesús Miguel Soto es un escritor venezolano cuyo nombre apareció junto a los de otros 38 autores latinoamericanos en la lista definitiva de Bogotá39-2017, un proyecto literario cuyo objetivo es difundir tanto dentro como fuera de la esfera hispanohablante las obras de escritores de ficción de menos de cuarenta años de edad.
Nacido en la parroquia El Valle, Caracas, en 1981, Soto cursó estudios de Comunicación Social y Letras en la Universidad Central de Venezuela. Residente en Ciudad de México desde 2014, ha trabajado como profesor universitario, corrector y editor.
Una selección, una lista, sin importar su extensión, difícilmente puede ser resumen de algo.
Su obra incluye el libro de cuentos Perdidos en Frog (Lugar Común, 2013) y las novelas La máscara de cuero y El caso Boeuf (Relato a la manera de Cambridge). Algunos de sus relatos han sido publicados en antologías como Joven narrativa venezolana II, De qué va el cuento (Antología del relato venezolano 2000-2012) (Alfaguara, 2013) y Crude Words. Contemporary writing from Venezuela (Ragpicker Press Ltd., 2016).
Entre sus galardones se cuentan el II Premio de Cuento para Jóvenes Autores de la Policlínica Metropolitana, el reconocimiento de la sexagésima cuarta edición del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional, el primer premio del VII Concurso Nacional de Cuentos de la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela (Sacven) y el del XXIII Certamen Literario Juana Santacruz (México).
Para la selección de Bogotá39 se conformó un jurado integrado por el poeta, novelista y ensayista colombiano Darío Jaramillo, la periodista argentina Leila Guerriero y la poeta, novelista y dramaturga mexicana Carmen Boullosa. El cuadro final fue presentado el 5 de mayo de 2017 en el marco del Hay Festival de Colombia durante la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
En esta ocasión, el joven narrador aprovechó la oportunidad para hablar desde la capital mexicana sobre sus inquietudes literarias, los fundamentos que han dado rienda a su pluma y algunos sellos distintivos de la ficción de hoy.
I
—En los campos editorial y literario, ¿qué representa Ciudad de México para ti?
—En el ámbito editorial, fue muy grato recibir acá durante el primer año de mi estadía el primer premio del Concurso Internacional de Cuentos Juana Santacruz, en su edición XXIII. No he publicado aún con editoriales mexicanas. En lo literario, es una ciudad difícil de leer; como te dije, es quizá inabarcable, complicada pero también llena de refugios, de pequeñas islas de paz en medio del apabullante barullo.
Seguramente, mi estadía acá ejerce y ejercerá una influencia en mi modo de acercarme a la escritura, como cualquier experiencia lo hace. Creo que tengo la tendencia a escribir sobre espacios cerrados y no sé si esos refugios de los que te hablo incidan en reforzar esa tendencia.
—¿Cómo tomaste la noticia de ser el único venezolano considerado para formar parte de una selecta lista como Bogotá39, del Hay Festival?
—Me habría agradado tener compañía de otros nacionales, sobre todo porque se mostraría más variedad de propuestas estilísticas. Sin embargo, creo que una selección, una lista, sin importar su extensión, difícilmente puede ser resumen de algo.
—¿Qué textos de tu autoría esperarías ver en esa antología?
—Por los momentos no está definido; probablemente un extracto de mi novela más reciente (El caso Boeuf. Relato a la manera de Cambridge) o alguno de los relatos de un libro de cuentos aún inédito.
—Sobre tus influencias, ¿cuáles son los autores, ya sean venezolanos o extranjeros, que más aprecias?
—De los venezolanos de mi generación, aprecio como autores a Payares, García París, Delpino, Segovia, Martínez Bachrich, García Arreaza, Blanco Calderón, Hidalgo Prince, y de los que no son de mi generación, son un faro: Marcano, De Stefano, Liendo, Castillo Zapata y Vegas, por decir algunos pocos, los que por alguna razón mi memoria más rápido recupera. De los clásicos, Mariño Palacio.
—¿Qué títulos han influido en tu estilo de escritura?
—Como a muchos, me produce angustia hablar de las influencias. Por un lado, están las influencias que uno elige, que encarnan el tipo de libros que me gustaría escribir, y por otro, las que transitan como una corriente subterránea y a veces son imperceptibles.
Del tipo de influencia que quisiera creer que tengo, sería de Chéjov, de Quiroga, de Cortázar, de Wilde, de los dos Garmendia, de Steinbeck, de Kafka, de Rulfo, de Poe, de la picaresca española, de Hawthorne, de Vegas, de Cervantes, de Roth, de Fonseca, de Liendo; pero eso es mero deseo, caprichos, elecciones (acaso bastante comunes) que acaso no han de manifestarse nunca.
Me inquieta mucho más indagar sobre aquellas influencias que se manifiestan sin que me quede claro su origen y, por supuesto, todas aquellas experiencias que permean lo que escribo, algunas veces a mi pesar: desde series de televisión, juegos de video, páginas rojas, viajes, canciones, mudanzas, amagos, rechazos, azares y quizá libros que no me gustaron y a los que puedo terminar pareciéndome.
—¿Cuál ha sido el mayor gozo que la literatura te ha brindado hasta ahora?
—Más que gozo, prefiero hablar de una constante experiencia además de exaltación de los sentidos. Es como si la literatura es una forma de decir que “siempre hay algo más” en muchos sentidos; quizá es muy amplia esa respuesta, pero no creo poder reducirla. El arte intenta demostrarnos que siempre hay algo más.
—La española Ana María Matute, en su “Decálogo del escritor”, aseveró que escribir “no es solamente una profesión y una vocación: es una forma de ser y de estar”. Y alguna vez afirmaste que el acto de escribir es un grato oficio. ¿De qué manera ha evolucionado esa opinión?
—Lo veo como un oficio vital que en efecto le otorga una apariencia de sentido a mi existencia. El acto de escribir encarna una alternativa de ser en el mundo, de estar en él de una manera más plena para trascender los límites que nos impone el tiempo, el cuerpo, los deberes prosaicos, la mecánica cotidiana. Es una respuesta invariable para cualquiera que me lo pregunte en este momento. Entonces sí, es un oficio grato y vital.
—¿Sobre qué tienes pensado escribir en el futuro próximo?
—No me gusta hablar de lo que tengo pensado escribir, no por cábala sino por método. Por lo general, tomo muchas notas que luego se van conectando o no, y la idea inicial puede quedar bastante desdibujada, se vuelve mera excusa para que las palabras le den forma a algo nuevo. Hasta que no he desarrollado y descartado sustancialmente, no lo tengo del todo claro.
—¿Cuándo volverías a Venezuela?
—En cuanto a volver a Venezuela, me digo muchos días que quisiera mañana. Igual me hago eco de la frase hecha de que la patria no se abandona del todo solo por no estar físicamente dentro de unas coordenadas geográficas. La nación, la pertenencia trasciende el territorio, aunque claro que la distancia matiza, distorsiona, agudiza, suaviza ese sentimiento de pertenencia.
II
—¿De dónde provino la idea de plantearte una obra como Perdidos en Frog, cuya manera sugerida de abordarla se sale de la norma, tal como uno debe acercarse a Rayuela?
—Considero que ese libro no pretende salirse de la norma; creo que son cuentos más bien clásicos, y particularmente en ese libro le debo más al Cortázar cuentista que al novelista. La única propuesta personal que sale de cierta norma es mi invitación a leer el libro como quince libros de un solo cuento, en vez de un libro de quince relatos; eso como una manera de bromear acerca de mi creencia de que no necesariamente todos los libros de cuentos deben tener aquello que se llama homogeneidad, unicidad. Es un punto de vista que, como muchos, quizá no lo sostendré en el tiempo, o a lo mejor sí y mis próximos libros de cuentos tendrán doce páginas y tendrán un único cuento. Pero en este momento es algo que creo. Escribo los cuentos de uno en uno (si acaso de dos en dos), pero nunca de “nueve en nueve” ni de “quince en quince” como sugiere Bolaño en su dodecálogo.
Creo que la homogeneidad de un libro de relatos, al menos en mi caso —que es del que realmente puedo hablar—, viene ya dada por el hecho de ser relatos de un mismo autor, escritos durante más o menos un mismo período y obedientes a una misma pulsión.
La incertidumbre como única certeza es uno de los puertos más seguros con los que contamos.
—En Perdidos en Frog, el joven Kim protagoniza “Victorias mínimas”, un relato donde lo sumerges en una rutina digna de los tiempos modernos. Su postulación a una beca para estudiar traducción literaria en Estados Unidos tiene visos de intención fugaz, una tan efímera como la idea misma de continuar sus estudios luego de vivir una experiencia académica sobresaliente en su país natal y tan desajustada como yacer en la cama con una madre soltera desconocida en una ciudad foránea luego de una breve visita a un bar en una avenida de nombre portentoso (Coffin, apellido y a la vez “ataúd” en inglés). El sendero de Kim es uno lleno de inseguridades; la flaca de ojeras, en cambio, parece tener plena conciencia de su papel en el universo de tu cuento y avanza en consecuencia. En lo personal, ¿hasta dónde te han llevado las incertidumbres en tu andadura literaria?
—La incertidumbre como única certeza es uno de los puertos más seguros con los que contamos; seguros en la medida en que nos despojamos del pesado equipaje que son las vanas seguridades, pues ya sabemos a dónde son capaces de arrastrarnos las “verdades”.
En ese cuento al que te refieres y en otros textos míos, los personajes se mueven en zonas telúricas o sobre campos minados, pero no se trata solo de que así lo hagan, como lo hacemos todos, sino que lo intuyen, intuyen que la vida siempre está a punto de algo… de un algo que no sabemos, y que a veces es nada. A partir de esa intuición, de esa molestia existencial, de ese despertar, algunos deciden transitar el camino de la indiferencia y otros el de la angustia, la angustia que sobreviene al azote de preguntas de las que no se vislumbra respuesta.
El destino, como dice Roth, es “el enigma más antiguo del mundo civilizado”, creo que así es y así lo seguirá siendo; un misterio, la ausencia de certezas. Y en lo personal ni puedo ni quiero escapar a esa concepción.
—En “Victorias mínimas”, Kim había planeado al comienzo del cuento jugar la saga completa de Resident Evil y releer a Dostoievski; no obstante, es incapaz de continuar luego de echarle un buen vistazo a la carta recibida el día anterior. El personaje ficticio rechaza adentrarse en esas otras ficciones, acerca de las cuales tiene todo el control sobre cuán rápido desenvolver la trama o el número de intentos para superar un obstáculo insalvable o enemigo mortal. Como hombre de letras, ¿debemos obrar como Kim si nuestra meta es experimentar la vida de primera mano?
—Allí creo dos cosas; primero, el control simbólico que ejercemos sobre una actividad intelectual-sensual-contemplativa como la lectura, por ejemplo, no es tal. Un libro, una ópera, una película, un cuadro, transforman de maneras que no puedes predecir o revelan trasfondos desconocidos, que es también transformar. Sin llegar a los extremos de Alonso Quijano o de Madame Bovary, un buen libro nos atraviesa, nos revuelve el alma, nos arropa como una ola; es un gran poder irresistible.
Segundo, tienes toda la razón en cuanto a que este personaje prefiere decantarse por la experiencia en carne viva, pero es que la lectura es también una experiencia total, de primera mano, no es vicaria. Incluso, el entretenimiento del juego de video también puede ser leído como experiencia de primera mano; aunque sea una experiencia desde la docilidad, la pasividad y desde la ausencia, no deja de ser una experiencia en cuanto a actitud en la vida.
No hay vidas más vidas que otras, aunque es cierto que hay experiencias más vitales que otras, como lo demuestran los tópicos de los viajes de ida y vuelta (o sólo de ida) al infierno: Odiseo, Eneas, Dante, don Quijote en la cueva de Montesinos, Arturo Belano, Rimbaud, Raskolnikov, el marino Marlow de El corazón de las tinieblas o el ex cónsul Geoffrey Firmin de Bajo el volcán.
—Por el lado de El caso Boeuf, se percibe el entorno de la historia como un amasijo urbanizado que se fragmenta en rastros, las pistas de un crimen por resolver, sin orden ni concierto, con agentes dinámicos (Matías Parra y el profesor Boeuf) empeñados en devolverle su forma, siempre movidos más por la curiosidad que por la fuerza del destino. La diferencia entre ambos radica en que Boeuf, en sus aparentes desvaríos, actúa fuera de toda duda, absolutamente consciente de lo que sale de su pluma. Matías es inexperto, titubeante; de allí que trate de darle sentido a lo que la vida deja disperso, de la misma forma en que busca la razón de su propia existencia. ¿Qué propósito les brinda la ficción tanto a los autores como al público?
—La ficción es una forma de encarar y encarnar la realidad; es realidad también y no de un modo subsidiario. Es más, es realidad misma, con otra densidad, pero igual es realidad. El poder de la palabra transforma la realidad, y también la crea. ¿Qué más real que Sancho Panza, los tres Victorinos, Lady Macbeth, la isla de Circe, la iglesia de Combray, Macondo, El Dorado, Tlön, el yelmo de Mambrino o un hombre que despierta convertido en insecto?
La realidad del día a día, la monotonía (incluso la monotonía del horror), palidece ante la realidad que ofrece la ficción. No digo que la haga más llevadera, pero el mundo al menos se hace más minúsculo porque se difuminan sus límites.
En cuanto a los personajes de la novela, en efecto son bebedores de ficción y entreveran constantemente ficción y realidad, o utilizan la maquinaria de la ficción para producir realidad.
III
—Los rasgos que se delinean en la ficción actual la aproximan contantemente a la realidad; por ejemplo, las tramas se desarrollan en ambientes citadinos donde se distinguen vestigios de ruralidad, ya sea en el lenguaje o en las relaciones sociales, de la misma manera en que las grandes ciudades de América Latina han crecido por medio de un éxodo rural que se incrusta en el recinto cultural urbano. Por supuesto, la violencia es ese otro aspecto que sobresale, por su crueldad y la injusticia que la exacerba. ¿Qué otros elementos te resultan esenciales en la ficción contemporánea latinoamericana?
No somos satélites de nada, sino que bebemos de todas las aguas.
—Además de los elementos que mencionas, puedo pensar que entre las constantes podrían estar los discursos con una vocación más ecuménica; la exploración de los espacios íntimos (o cerrados) quizá como refugio de las metrópolis que también son “devoradoras de hombres”; la vulnerabilidad ante el poder y todas sus formas de violencia y subyugación; la locura como huida o como salvación, y la idea de que las ciudades no son ya centros neurálgicos, sino una suma de periferias con múltiples umbrales. Admito que es una respuesta bastante parcial y también muy abierta; es lo que veo, pero seguro hay mucho más o mucho menos que eso.
—Nuri Girona Fibla, doctora en Filología Hispánica de la Universidad de Valencia (España), planteaba sobre la ficción contemporánea en Escrituras de la historia. La novela argentina de los años ochenta (1995) que “una suerte de soberanía de los pequeños relatos nos domina”, como si el objetivo fuera recomponerse ante “la erosión general del principio de legitimidad del saber”. En el variado panorama de la literatura latinoamericana, ¿cómo describirías las aspiraciones de los autores latinoamericanos de ficción de la actualidad?
—Para hilarlo con una de las ideas de mi observación anterior, de pronto es que los linderos de centro y periferia se van haciendo más ambiguos, más laxos, más inexistentes. No somos satélites de nada, sino que bebemos de todas las aguas; por ello justo mencionaba lo de la pretensión de universalidad.
—¿Qué desafíos implica para ti como un autor latinoamericano de ficción de la actualidad escribir una novela respecto de escribir relatos que formarán parte de tal o cual volumen?
—Al menos hasta ahora no escribo los cuentos pensándolos en un volumen, los cometo de uno en uno con la intención deliberada de que tengan autonomía.
Es cierto que por corresponder a un determinado período de tiempo, a un estado anímico, a particulares indagaciones estéticas, inevitablemente los cuentos que decido reunir en un libro tendrán una dosis de afinidad. Mi esfuerzo se encamina a que mis relatos no se parezcan entre sí, lo que de hecho es una labor complicada, pues de algún modo terminan siendo llamados por algún tipo de fuerza aglutinante. Es difícil escapar de naturales sensibilidades para abordar y escoger temas.
Con ello también quiero insinuar que la escritura de un cuento —que es todo un universo concentrado— demanda una energía enorme que no palidece ante la de un proyecto de mayor aliento como la de una novela.
Hasta ahora, las dos novelas que he escrito son breves. En ellas, el escollo que quiero salvar es otro: busco no caer en la disparidad, en que se convierta en un cajón hecho un desastre, y pierda las riendas.
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