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Enza García Arreaza y su libro Cosmonauta:
“Todo lo que he hecho es trazar un plan de escape”

martes 8 de diciembre de 2020
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Enza García Arreaza
Enza García Arreaza: “La lealtad es el estado supremo del amor”.

Leo esto y entiendo a los gatos en su fascinación por lo que escuchan. Estoy fascinado: levanto la cabeza nerviosamente, busco algún movimiento en las paredes y siento increíbles deseos de saltar y tragarme un hilo de luz, aunque no sea una lagartija. Lo que leo está en el nuevo libro de Enza García Arreaza y dice así:

Mamá me roba la plata el sueño los gatos me roba los novios mamá se queda con todo y tose mamá nunca se muere mamá quiere zapatos nuevos mamá siempre sospecha mamá jode más que un carro viejo mamá nació para embrujar la casa mamá fue bella y coge candela y no tiene futuro mamá se mueve como una medusa químicamente pura y sin arco narrativo pura estela mamá acosa a los pájaros ignora los planos celestes y asedia mamá escarba puja muge flota en el reverso y mata el arcoíris por la cabeza mamá come culebras y afianza un imperio mullido mamá teme a la justicia y de noche dice que el Miguel arcángel le pasa mano mamá aguanta la lluvia nuclear y decide quién puede dormir

Sigo leyendo y cada página me atrae más. Leo entusiasmado como gato con ratón nuevo:

papá solía dejarme en el carro
para que le cuidara el carro
se suponía que los ladrones
no se molestarían demasiado
en robarse un carro
si tenía una niña adentro
no es como si pudieran matarme
o llevarme con ellos
era como si yo fuese
algo importante y repelente
supongo que mi padre quería entrenarme
para ser un amuleto

Esa pichurrita, esa bordona, esa muchacha es nuestro trueno, nuestro relámpago, nuestro irrespeto hacia toda jerarquía que no sea amorosa.

Ese es un poema de Enza García Arreaza, a quien muy en el fondo de uno se vislumbra con el nombre de Enza Arreaza, probablemente por el juego que hacen las zetas en esa pronunciación. Como de arrancar algo, como de separar algo que quiere separarse. Ese poema es apenas una muestra de lo que significa el libro Cosmonauta, la obra más reciente de Enza, publicada por Fundación La Poeteca. ¿Y qué significa? Al menos para mí, que he sido su lector, uno de los viejos que la leen, ese libro es una solitaria balandra donde navega hacia destinos superiores la poesía venezolana. Permítame usted, marido estadounidense, decirle que la amo. Con respeto. Con orgullo. Esa pichurrita, esa bordona, esa muchacha es nuestro trueno, nuestro relámpago, nuestro irrespeto hacia toda jerarquía que no sea amorosa.

Me enviaron la nota de prensa que dice al inicio:

Fundación La Poeteca anuncia la novedad editorial con la que cierra este 2020: Cosmonauta, de Enza García Arreaza. El libro, que pronto estará disponible para su descarga libre en el portal de la institución, su venta en Amazon y en librerías venezolanas, forma parte de la colección Seamos reales. Contiene textos y collages de la autora y nota de contraportada del escritor y traductor Adalber Salas Hernández.

Adalber Salas Hernández se ha convertido en palabra mayor, por su lucidez y sabiduría, por su talento en la escritura. En la contraportada del libro Adalber comenta: “Todo cosmonauta es, en el fondo, un náufrago (…) y todos los que hemos abandonado el hogar somos, en el fondo, cosmonautas”.

(Para quienes no saben quién es Enza García Arreaza, la única recomendación es que la lean, pero por si acaso, va su currículo. Enza García Arreaza [Puerto La Cruz, 1987]. Narradora y poeta. Obtuvo el VII Premio Literario “Cuento Contigo: Nuevas Voces Literarias” de Casa de América de Madrid [Editorial Siruela, 2004]. En 2007 resultó ganadora del V Concurso para Autores Inéditos, con el libro de cuentos Cállate poco a poco [Monte Ávila Editores, 2008]. En 2009 recibió el III Premio Nacional Universitario de Literatura, convocado por la Comisión Permanente de Directores de Cultura de las universidades venezolanas, con el libro de relatos El bosque de los abedules [Equinoccio, 2010 / Sudaquia, 2016]. Es asimismo autora del libro de cuentos Plegarias para un zorro [bid&co, 2012 / Paraíso Perdido, 2019], y del poemario El animal intacto [Ediciones Isla de Libros, 2015]. En 2017 participó como escritora residente en el International Writing Program de la Universidad de Iowa y como invitada de la organización City of Asylum en Pittsburgh. Entre 2018 y 2020 fue residente del International Writers Project de la Universidad de Brown).

 

“Cosmonauta”, de Enza García Arreaza
Cosmonauta, de Enza García Arreaza (La Poeteca, 2020). Disponible en Amazon

Enza siempre

Tenemos el lenguaje y la imaginación para salvarlo todo; para salvar los seres voladores, los reinos, las pasiones, las almas, pero siempre falta algo. Y es entonces cuando aparecen esos seres que representan algún tipo de esperanza y sueltan su luz.

Desde que apareció esa joven escritora la he admirado por su inteligencia y su osada incursión en las almas ajenas. “Pero si está chiquita”, me dije, como cuando uno observa la niñez. Pero era sólo una ligera confusión. Y a continuación quise escribir sobre la imaginación de Enza García Arreaza. Esa imaginación que he visto sobrevolando los autobuses por dentro, las librerías por dentro, las personas y demás deudos por dentro y por fuera. He visto a su imaginación surcando historias y conceptos, sobrevolando y ejerciendo sus superpoderes que son varios.

El corpus de su escritura puede atravesar aguas tormentosas y salir como si nada. El corpus de su poesía puede apelmazar la noche con el día y nada se marchitará en el proceso, porque Enza es una energía del saber.

Ese corpus nada, ese corpus vuela, los rasgos distintivos de ese corpus es que sabe encontrar relaciones verdaderas. Ella es una tentación generacional para quienes quieran descubrir lo que podía denominarse alma urbana.

 

En la distancia he aprendido que puedo sentirme genuinamente feliz algunas veces y que no necesito disculparme por ello.

“Hay gente por la que darías la vida”

—Buscando tu voz ¿qué te ha costado más?

—Parecerme a mí misma y no a lo que creo que esperan de mí. Hace poco un lector me dijo: “Ay, tus cuentos ya no dan ganas de masturbarse”, y yo que si “Y A MÍ QUÉ ME IMPORTA, PIAZO E’ GAFO”.

—¿Has meditado en el origen de tu ironía en la escritura?

—Es la rabia que cargo desde que recuerdo y ese disimulo salvavidas que sirve de intermediario entre esa rabia y el mundo. Amo todo eso, debo decir. No confío en la gente que se ufana de no sentir rabia, de haberlo perdonado todo, de haber alcanzado algún tipo de iluminación. A mí que no me busquen para estar iluminada como un bombillo en el patio de una casa.

—Escribir, en el fondo de todo, ¿es encontrarte con cierta felicidad de ser tú?

—Sí, a veces. En la distancia he aprendido que puedo sentirme genuinamente feliz algunas veces y que no necesito disculparme por ello. Qué sabroso es gozar. A veces gozo con algún párrafo que he escrito.

—¿Qué determinó en tu infancia el camino que seguirías?

—Mi mamá y su enfermedad mental, vivir convencida a los seis años de que la señora iba a ahorcarme mientras que al mismo tiempo era la más sobreprotectora del mundo, darme cuenta de que los otros niños a mi alrededor no vivían asustados como yo y que encima la pasaban muy bien. Quise morirme por primera vez antes de cumplir mi primera década de vida, en ese entonces ya me sentía atrapada y todo lo que he hecho es trazar un plan de escape.

—¿Cuál es tu sueño más preciado en este tiempo?

—Ver a mi mamá otra vez. Yo me hago vieja y creo que puedo quererla mejor, entenderla. Daría cualquier cosa por aparecerme ahorita en la sala de mi casa y sentarme a ver una película repetida con Aleida del Valle.

—¿Cómo te ha ayudado la escritura?

—Me sacó del país, me he permitido cobrar y mandarles la comida a mis gatos. La lectura me ha ayudado también. Un poema de Merwin, a veces, puede componerle la cara a un mal día.

—¿Qué parte de la vida no puedes explicar, qué se te escapa?

—La lealtad me parece algo extraordinario e inexplicable. Creo que la lealtad es el estado supremo del amor. De verdad hay gente por la que darías la vida.

—¿Cuál es tu gran pasión?

—Ahora diría que es tomar fotos. Apuntando hacia un blanco que lo dice todo siento que me rodea un vacío sublime donde no existen esas cosas que me importan pero que me angustian. Puede ser que tomar fotos sea esa negación de mí misma con la que a veces tengo fantasías.

—¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?

—Salto entre un estado y otro. A veces reviso lo que llamo mi vida anterior y todo parece indicar que me preparaba para vivir aquí, para no hablar en español con el marido mío, para sepultarme en capas de ropa sin quejarme. Otras veces quiero tirarme de la ventana, extraño no tener la responsabilidad de sobrevivir a toda costa.

—¿Qué lugar ocupa la religión en tu vida?

—Es una amenaza. Encuentro decepcionante y aterrador que conversaciones sobre sexualidad, derechos reproductivos o eutanasia todavía pasen por el filtro de las creencias religiosas. ¿Cómo permitimos que un género literario llegara tan lejos a controlar nuestras vidas?

—¿Dónde vives? ¿Casa? ¿Apartamento? ¿Perros? ¿Gatos?

—Vivo en el medio oeste estadounidense, en la casa de mi suegro, con una gata que siempre es tema de conversación a la hora de la cena. Los felinos pueden ser el hielo y también aquello que lo rompe.

El amor y el desprecio que llego a sentir por mí misma es lo que verdaderamente me importa.

—¿Qué haces en esta etapa de peste y dramas?

—Esperar. Mi proceso migratorio está ahí, como un grillete que a veces nos distrae y nos ahoga en incertidumbres. Mientras espero también sueño: que cae la dictadura, que mis hermanas consiguen trabajo, que puedo mandar a buscar a mis gatos, que les llego de sorpresa a los viejos con un saco de pistachos y perfumes Carolina Herrera.

—¿Hacia dónde conduces tu escritura?

—Siempre de vuelta hacia mí. El amor y el desprecio que llego a sentir por mí misma es lo que verdaderamente me importa.

—¿Cómo ha cambiado dentro de ti la ciudadanía, en un país que ha cambiado tanto? ¿Se ha dispersado la familia?

—Mi núcleo inmediato, padres, hermanas, sobrinos, sigue en Venezuela. Supongo que nos hemos dispersado desde antes, y como suele suceder, porque como individuos crecemos en direcciones distintas. Eso no es malo. Malo es por ejemplo que el servicio de Internet en Venezuela sea tan precario que no permita acercarnos mejor con videollamadas para continuar con nuestras pequeñas rencillas durante la cena. A veces estoy caminando por ahí y quisiera llamar a mamá para que me acompañara y amargara la tarde con algún comentario de los suyos, pero no se puede, y entonces existimos un poco menos.

José Pulido

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