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Carmen Cristina Wolf:
“Escribo un poema como si un rayo de luz me atravesara”

domingo 11 de abril de 2021
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Carmen Cristina Wolf
Carmen Cristina Wolf: “No tiene sentido vivir amargados por lo que no podemos resolver y la existencia es demasiado valiosa y corta. Es mejor ponerse a crear, a trabajar en lo que mejor sabemos hacer”.

Su abuelo siempre le hablaba de don Quijote, tú sabes, con su caballo flaquito. Y le decía que Ulises se amarraba en el mástil de un barco. Y le comentaba sobre Santos Luzardo. Y ella creía que eran amigos de su abuelo.

—¿Por qué tus amigos nunca te visitan? —preguntó un día.

Y es de imaginar que el abuelo sacó tres libros y le dijo “aquí están”.

(Don Quijote amaba los libros; Ulises amaba a las diosas. Y Santos Luzardo se quedó abismado cuando vio fugazmente el rostro de Marisela y ella le dijo: “Váyase, pues”).

Una catira transparente Carmen Cristina. Una poeta que entrega muestras de su alma sin dudar.

Seguramente lanzó otras preguntas porque siendo tan niña no se iba a poner a leer tamañas maravillas. Pero pensar que tres de los mejores amigos de su abuelo estaban viviendo en esos libros debe haber transformado un poco su visión de la mata de guayaba en el patio, del cristofué que cantaba y saltaba sin dejar de parecer que revoloteaba alegre y triste al mismo tiempo. Si hay personas en unos libros, ¿qué no habrá en las ramas de un árbol? Ajá. Y ella había escuchado que la radio cantaba: “la guayaba nació verde y el tiempo la maduró. Mi corazón nació libre y el tuyo lo cautivó”. Y el cristofué también difundía su canto mientras picoteaba una guayaba. Ahí se puso de manifiesto la poesía como diciendo: “Aquí se está tejiendo la malla del lenguaje y yo aprovecharé esa estructura para seguir atravesando el universo”. Los amigos de su abuelo vivían dentro de unos libros.

Pensaba estas cosas leyendo a Carmen Cristina Wolf. Conozco su sonrisa desde hace años. Esa sonrisa le viene desde la adolescencia. Una catira transparente Carmen Cristina. Una poeta que entrega muestras de su alma sin dudar. Poemas como frutos, como guayabas. Igual que sus sonrisas. Es una dama que no puedes herir. Su poesía la protege.

Escribe para mí una armadura
no vaya a ser que me asuste la muerte
y pueda protegerme de los hombres
que no conocen el amor.

Carmen Cristina Wolf encuentra sus pensamientos mucho después de haber recorrido el cauce que la poesía le va indicando. Se diría que su poesía es algo que se escapa de su alma, una fuga de su alma y después esa cosa fugada se transforma en un río donde los peces son pensamientos. Y la poesía usa esos pensamientos para crear un objeto que nunca desaparecerá.

Con el atavío del amanecer
humedecidas de mar y de tiempo
tus manos siempre encuentran
el camino hacia mí.


(Carmen Cristina Wolf es poeta, ensayista, editora, abogado con estudios en Literatura Hispanoamericana. Miembro correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua por el estado Miranda. Ha publicado en poesía: Canto al hombre (Cármina Editores, 1997), Canto al amor divino (Cármina, 1998), Escribe un poema para mí (Círculo de Escritores de Venezuela, 2001), Prisión abierta (Al Tanto, 2002), Atavíos (El Pez Soluble, 2007), Huésped del amanecer (Ediciones Universidad Nacional Abierta, 2008) y La llama incesante (Instituto de Estudios Iberoamericanos de Salamanca / Editorial Diosa Blanca); en ensayo, Retorno a la vida (Cármina), Poesía femenina y violencia (ponencia publicada en la antología del 8º Encuentro Internacional de Escritoras, 2008), Acontecer fecundo: estudio sobre la obra de Luz Machado (Asociación de Escritores de Mérida, 2008) y Aproximación a la obra de Rafael Cadenas (ConcienciActiva 21).


En estos días la entrevisté. Desde hace tiempo le había planteado una entrevista. Tardamos bastante porque la luz se va a cada rato. La energía eléctrica huidiza, sin rumbo. Menos mal que la tengo en varios libros. Adentro de este libro vive Carmen Cristina Wolf. Después de estos versos suyos iniciamos la conversación:

Ven, caminemos juntos
las ciudades y el alma de la tierra
nadie sabrá de nuestros pasos.
Somos la vida que comienza siempre.

 

Hablaba sola, como lo hacen las niñas

¿Puedes hablar un poco de tu vida, tus estudios, tu familia?

Nací en Caracas, una ciudad vibrante y hermosa. Como casi todas las niñas, tenía por costumbre hablar sola, con mis muñecas y con personajes imaginarios, era feliz jugando con mis primas y amigas. En mi casa todos leían, tanto mi abuelo como mis padres. Mamá me leía poemas de Rubén Darío y Andrés Eloy Blanco. Aprendí a leer muy pronto, tal vez porque me intrigaba lo interesante que debían ser aquellas páginas de los libros. Cuando tenía seis años mi familia y yo nos fuimos a Madrid, aprendí otras costumbres y maneras de mirar. Tuve buenas amigas desde el colegio, me gustaba mucho la historia universal, la literatura y el arte.

Cuatro años después volvimos a Caracas y me encantó vivir un tiempo en casa de los abuelos, era el sitio de encuentro con mis primos y tías. Recibí la ternura de mi abuela, cosía mis vestidos y me compró los primeros zapatos de tacón, a escondidas de mi mamá que pensaba que todavía era pequeña para usarlos. Mi abuelo me hablaba de sus personajes favoritos, don Quijote, Ulises, Santos Luzardo… Yo creía que eran sus amigos, y un día le pregunté por qué nunca venían a visitarlo.

Aprendí a cantar y a tocar la guitarra y el cuatro. Fue un tiempo lleno de hallazgos y juegos maravillosos. Quería estudiar Letras, pero en aquella época en la Universidad Central había constantes protestas. Me decidí por estudiar Derecho en la Católica. Me gustaba mucho estudiar.

 

De tanto leer, me enamoré de los ensayos literarios y empecé a escribirlos.

¿Desde cuándo sentiste que escribir era tu destino?

En mi juventud leía a Hermann Hesse, Hölderlin, Eugenio Montejo, Emily Dickinson, Luz Machado, Elizabeth Schön, Lorca, Rilke, san Juan de la Cruz, Rimbaud, Virginia Woolf, Whitman, Oscar Wilde…. Amé Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca de Teresa de la Parra, las novelas clásicas, los cuentos de Julio Garmendia y de Jorge Luis Borges, la filosofía de María Zambrano, los ensayos de Octavio Paz. Me gustaba leer las obras de teatro de Sófocles y Eurípides. Tantos otros libros y autores que sería impensable nombrar. Sentí verdadera fascinación por la poesía, he leído a los poetas venezolanos e hispanoamericanos como si no hubiera un mañana, porque me intriga el significado de sus versos, el uso de las figuras literarias y lo que pueden haber sentido los autores al momento de escribirlos. Incluso he leído poemas que no logro descubrir qué significan, sólo por su belleza y por el asombro que me producen.

Comencé a escribir poemas en primer lugar. Los sometía a la crítica de dos amigos escritores y ante sus sugerencias, trabajaba su hechura. Esto forma parte del placer y el dolor de escribir, cuando te enamoras de un verso y un buen lector te dice: este verso no debería ir aquí.

De tanto leer, me enamoré de los ensayos literarios y empecé a escribirlos. Tengo mucho que agradecer al inolvidable editor Nelson Luis Martínez, que publicó mis textos en el Suplemento Cultural del diario Últimas Noticias durante varios años. También me gusta escribir crónicas de la vida cotidiana.

 

No tiene sentido vivir amargados

Tú y la poesía, ¿cómo es la relación entre las dos? ¿Quién guía, quién se somete?

En el encierro al cual nos ha sometido la pandemia, mi vida transcurre de manera sencilla, dedicada a leer, escribir, también a la corrección literaria, que me trae satisfacciones cuando veo que los libros que he corregido se publican, algunos de ellos impresos y otros a través de plataformas digitales.

Los mayores placeres me los proporcionan la música, la contemplación de la naturaleza, la conversación y el cine, que por fortuna puedo ver en casa. Mis grandes amores, mi familia que es amplia. Y, por supuesto, los amigos son esenciales en mi vida. Dedico parte del tiempo a publicar artículos y poemas en la revista del Círculo de Escritores de Venezuela, asociación fundada en 1989 y presidida por el poeta y ensayista Édgar Vidaurre. Actualmente soy directora y me acompañan escritores magníficos, Magaly Salazar Sanabria, Lidia Salas, Yoyiana Ahumada, María Isabel Novillo, Farah Cisneros, Luis Beltrán Mago e Ildemaro Torres. En el 2020 publicamos la antología El vuelo y la claridad, que reúne textos de cincuenta autores que escriben desde su visión en el confinamiento. Y Ocasos de un poeta, doce sonetos de Luis Beltrán Mago (Cumaná, Sucre, 1922), en homenaje a haber alcanzado los 99 años de edad escribiendo en perfecta lucidez.

En cuanto a mis creencias, me confieso profundamente cristiana, aun cuando no estoy encasillada en dogmas. Las enseñanzas budistas y taoístas que me brindó la vida desde muy joven me han mostrado una riqueza invaluable en la comprensión de otras visiones del mundo.

 

En definitiva, ¿qué marca tu búsqueda en la poesía? ¿En qué etapa encuentras la máxima satisfacción?

Trabajo la escritura de los poemas con lentitud. Escribo un poema como si un rayo de luz me atravesara; casi siempre me sobrecoge la emoción, pero luego le doy mil vueltas y lo leo todos los días, quito y agrego palabras, disfruto al máximo con el tejido de los versos, hasta que por fin, encuentro mi voz en él. Y se queda en el cuaderno. Con el tiempo, surgen más poemas y ellos me van pidiendo que les dé un cierto orden hasta que vislumbro la posibilidad de un libro.

Las dificultades de comunicación a que nos ha sometido la pandemia a veces me sumergen en la tristeza, pero reacciono con rapidez para no quedar atrapada. Entonces recurro a la música, salgo al jardín a ejercer el ritual de asombrarme con las luces y sombras de las hojas y con su brillo tornasol. Procuro mantenerme lejos de las agobiantes noticias, porque estoy convencida de que esa ráfaga de información oscurece la mente y el espíritu. No tiene sentido vivir amargados por lo que no podemos resolver y la existencia es demasiado valiosa y corta. Es mejor ponerse a crear, a trabajar en lo que mejor sabemos hacer. Y dedicar todo el tiempo posible a amar a los otros y a nosotros mismos.

 

Los que se dedican a escribir son vulnerables y prescindibles, y en épocas de gobiernos autoritarios suelen volverse festín de fieras.

La verdad no puede ser nombrada

Tu poesía es un arte elevado, esencia del lenguaje, es lo que haces. ¿Sientes la respuesta de los lectores?

Somos de acuerdo a como pensamos. Las grandes transformaciones de las sociedades se inician con palabras. Siempre tengo presentes las palabras del poeta alemán Hölderlin: “Al hombre se le ha dado el más grande de todos los bienes, el lenguaje, para que atestigüe lo que es”. La verdad no puede ser nombrada, el lenguaje se aproxima más o menos a ella sin tocarla. No obstante, vemos las cosas y las decimos con la fe de los niños que expresan lo que piensan, convencidos de que sus pensamientos y visiones son reales.

El lenguaje nos acompaña dentro y fuera de nosotros como el aire. Sin él la vida humana deja de serlo. Cuando a Confucio le preguntaron qué sería lo primero que haría él si fuera gobernante de un pueblo, contestó: “Emprendería la reforma del lenguaje”. Porque el significado sesgado o distorsionado que se da a un vocablo, cuando es usado para torcer el criterio de las personas, es el mayor de los peligros y la peor violencia que se puede ejercer: abolir el libre albedrío. Si se analiza una sociedad desde el punto de vista de la semántica, allí veremos retratados su auge o decadencia.

La palabra no dice la cosa, sólo adivina su sombra. Me atraen las palabras que atraviesan desiertos y suben rocas escarpadas sin perder su sentido y significado, teniendo en cuenta que el sentido es lo esencial y verdadero y el significado es la apariencia de las cosas. El oficio del escritor que ama el lenguaje es tratar los vocablos con delicadeza, sin traicionar la conciencia, tan fácil de empañar como un espejo. Y expresar aquello en lo que se cree asumiendo las consecuencias. Los que se dedican a escribir son vulnerables y prescindibles, y en épocas de gobiernos autoritarios suelen volverse festín de fieras.

 

¿Qué significa en ti, poeta, ser del país que hoy parece agonizar?

Escuché a nuestro poeta Armando Rojas Guardia decir que vivimos en una sociedad en la cual la palabra poética no es rentable, no se traduce en ganancias. Conservo sus palabras: “¿Cómo no va a ser marginal el poeta en un país que, pese a contar con una de las tradiciones líricas más importantes de la lengua española, paradójicamente no propicia, como paisaje existencial y cotidiano, estados profundos de conciencia donde se haga posible la experiencia poética?”. Si el hombre y la mujer de este tiempo “no optan por trivializar la vida, aunque sea grande la dosis de humor que quepa en ella, se hace indispensable que ellos —ese hombre y esa mujer— descubran, o eventualmente recuperen, la noción experiencial de lo que llamo vivir poéticamente, la cual es una categorización antropológica que excede la actividad vocacional de escribir poesía. Vivir poéticamente es vivir desde la atención: constituirse en un ser sensorial, psíquico y espiritual con la atención ante toda la dinámica existencial de la propia vida, ante la expresividad del mundo, ante la sinfonía de detalles cotidianos en los que esa expresividad se concreta (ello implica un refinamiento orquestal de la vida de nuestros sentidos…”.

La afición infatigable por la lectura, tropezar con obras en los anaqueles de las librerías y algunas de ellas, recibidas con afecto de la mano de los autores, me ha impulsado a escribir sobre ellas. Actualmente, trabajo sobre un grupo de autores contemporáneos, en su mayoría hispanoamericanos, que son imprescindibles en la literatura. Siento profunda gratitud por los escritores que han contribuido a que mi existencia haya sido más significativa y plena.

José Pulido

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