
Porque así de impredecibles, de sorprendentes —incluso para el autor—, son los caminos de la literatura, la escritora argentina Alba Vera Figueroa vio un día cómo, de las entrañas de uno de sus relatos, brotaba otro distinto, que se conectaba con el primero por medio de un fino cordón umbilical pero que se manifestaba como una creación independiente.
“Hace varias semanas que trabaja con sus alumnos sobre los antecedentes de la Batalla de Tucumán”, escribió Vera Figueroa en uno de los párrafos iniciales de su cuento “La quinta lluvia”, cuya protagonista, como se puede deducir de la línea citada, es una maestra que quiere que sus estudiantes conozcan los hechos de esa fecha clave, el 24 de septiembre de 1812, cuando el general Manuel Belgrano, prócer de la nación sureña, derrotó a las tropas realistas en uno de los combates que definieron la Independencia.
“Y no puede evitar pensar que, por esos espacios, en aquellas mañanas oscuras y lluviosas de 1812, ha atravesado Manuel Belgrano con su tropa y jujeños en éxodo, perseguidos por el ejército realista español”, continúa el cuento en el que la maestra María Emma Piñero, mientras camina por las calles solitarias rumbo a su trabajo, se pregunta si sus alumnos entenderán lo que implica la gesta histórica de hace siglo y medio —el relato está ambientado en septiembre de 1960— y, perdida en sus elucubraciones, se pone en guardia ante la aparición de un hombre en bicicleta. Una bicicleta “ensangrentada”.
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“Noté que iba surgiendo este personaje en bicicleta ‘ensangrentada’ en medio de la penumbra de la lluviosa mañana, un émulo de Belgrano”, dice la escritora. “Y de pronto siento que este personaje empieza a contar en un tono completamente diferente lo que le ocurrió a Belgrano, al mismo tiempo que el ritmo de mi escritura cambiaba, se aceleraba: ‘Manuel Belgrano avanza sin saber que, de los huecos de septiembre, el 24 habrá de ser el más beligerante. Avanza…’; todo un texto que se me escapa, que quiebra el tono tranquilo y reflexivo que venía trayendo en ‘La quinta lluvia’; es decir, él, este personaje, me lo estaba contando a mí, al mismo tiempo que a la maestra”.
En este punto, Vera Figueroa se dio cuenta de lo que tenía entre manos. “Estructuralmente escapaba del propio texto. Entonces decidí construir ‘Los Irreales’ como el primer cuento, que es el verdadero homenaje a Belgrano. Seguramente serían imaginaciones que mi memoria habría ido almacenando y construyendo empáticamente durante mucho tiempo cuando pensaba en aquellos tiempos y sus circunstancias y esa voz narradora se fue gestando”.
Y así fue. “Los Irreales”, que publicamos en Letralia 374, terminó siendo el primer cuento de su libro homónimo, que a su vez forma parte de una tríada que empezó con el libro llamado en sus comienzos Aquí, en la tierra, y otro titulado Es un lugar…

Tucumán, espacio fundacional retratado en Los Irreales
“Alba Vera Figueroa (…) construye un tejido de eventos donde el pequeño país de su nacimiento, Tucumán, encabeza, protagoniza, lo que fue remotamente Argentina, y lo que recientemente también fue o podría seguir siendo, mientras el resto de América Latina también constataba que había que liberarse del poderío monárquico hispano”, escribió Alberto Hernández sobre Los Irreales.
Dividido en tres partes, Los Irreales fue publicado este año por Metrópolis Libros con una reproducción, en portada, de una obra del artista plástico tucumano Juan Rodríguez. “Son cuentos y relatos en los que he combinado la crónica histórica, política y de visión íntima sobre la posibilidad de un mundo mejorado partiendo o rescatando el espíritu transformador de aquellos seres humanos que nos precedieron. Se originan en fuertes impresiones instantáneas que luego dan lugar a historias figuradas”, dice Vera Figueroa sobre su libro.
Los cuentos incluidos en Los Irreales responden a un orden cronológico. “El libro empieza con el cuento ‘Los Irreales’, un homenaje a los vecinos de la provincia de Tucumán del año 1812 que junto a soldados y bajo el mando de Manuel Belgrano y otros oficiales vencieron a los realistas españoles durante las guerras por la Independencia”, agrega la autora.
Tucumán, la ciudad, recuerda Vera Figueroa, fue la sede de la declaración de la Independencia, y es considerada ciudad histórica. “A partir de ese acto fundacional recojo protagonistas anónimos que comparten ese mismo espíritu de inquietud, de valor y arrojo que mantiene a los habitantes de la provincia en un constante estado de movimiento, cuestionamiento y evolución contradictoria no ajenos a la propia crítica”.
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Alba Vera Figueroa y su máquina de mirar
Dueña de una prosa cuidada y fluida que convence al lector de quedarse hasta el final de cada uno de sus relatos, Alba Vera Figueroa cursó cuatro años de la carrera de Letras, entre 2011 y 2014, en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe. En la primera década de este siglo recibió formación de dos alumnas de Jorge Luis Borges, las hermanas María Obligado —en Buenos Aires— y Clara Obligado —en Madrid—, así como del escritor y profesor madrileño Ángel Zapata y la profesora y escritora Lola Bardón.
Antes, en los años 90, estudió en Tucumán con los escritores Juan González e Ivo Marrochi y el profesor, poeta y crítico David Lagmanovich, así como con la poeta Lucía Aguirre. En ese mismo período cursó numerosos seminarios de literatura dictados por Noé Jitrik, Ricardo Piglia y otros invitados de la Universidad Nacional de Tucumán.
“Escuchar sus clases, sus conferencias, sus talleres, ha sido para mí un gran motivo de placer intelectual y emocional”, dice Vera Figueroa. “De entre ellos el doctor Lagmanovich, que se ha considerado a sí mismo tucumano por adopción, especialista en poesía y en formas breves, acompañó a muchos creadores”.
Lagmanovich prologó Es un lugar…, su primera edición de autora, con una hermosa y certera metáfora para explicar el oficio del cuentista. “El cuento, todo cuento, es una pequeña maravilla: una máquina de mirar. Es un instrumento que permite mirar el mundo, los mundos: el de adentro, que conocemos poco y mal, y el de afuera, que quizá conocemos peor. Escribimos cuentos porque queremos conocernos a nosotros mismos. Y también los escribimos porque somos parte de un mundo que nos contiene y, presumiblemente, nos explica, pero que es misterioso y desconcertante para nosotros”.
Creo que todos estos personajes, como los miembros de una gran familia, estuvieron acompañándome desde otros registros, otros planos de la subjetividad.
Los personajes como familia
Enfocada en la revisión de su obra, Alba Vera Figueroa aceita esa “máquina de mirar” que se va poniendo a disposición de cada vez más lectores. “Debido a que yo solo tenía tiempo para escribir, fui acumulando libros inéditos que ahora, a causa de la pandemia y el aislamiento familiar, decidí reencontrarme con ellos y sacarlos a la superficie editorial”, dice la autora, cuya página web albaverafigueroa.com permite profundizar en su trayectoria.
“Cada cuento es una construcción nueva que responde a un nuevo interrogante íntimo, privado o social o a una proyección de futuro”, dice la autora. “Es un objeto artístico y por lo tanto contiene formas, métodos, herramientas propias tanto para ser reconstruido como para ser desvelado por lectores quienes, a su vez, se valen de sus propias vivencias intransferibles pero que funcionan como filtros de lectura o cristales”.
“Creo que todos estos personajes, como los miembros de una gran familia, estuvieron acompañándome desde otros registros, otros planos de la subjetividad, otros lenguajes”, continúa Vera Figueroa. “Y se mantuvieron a la espera hasta que yo estuviera un poco más desocupada de tareas y quehaceres diarios para presentarlos a lectores sensibles que quisieran escucharlos recibiéndolos en sus hogares”.
Los Irreales es parte de este esfuerzo y pronto se le unirá Aquí, en la tierra, libro que en el bienio 1996-1998 obtuvo el primer premio de la Secretaría de Cultura de la nación argentina, pese a lo cual se mantuvo inédito y que, con el título El crepitar de la memoria, será publicado en estos meses.
“Cuando escribo”, concluye la autora, “persigo una nueva combinatoria de palabras, un matiz diferente, un color, una cadencia en la voz, en la frase, que venga en auxilio para transmitir ese inasible que habita en la imaginación y que me emociona y pretendo que llegue así, de la manera más fiel posible”.
Los Irreales, de Alba Vera Figueroa, está disponible en:
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