
Cuando Gabriela estudiaba Letras en la Universidad Católica Andrés Bello siempre se llevaba en su cartera una vieja cámara que teníamos en casa. Nuestra cámara familiar, que usábamos cuando no había celulares. Ella cargaba esa cámara para todas partes y tomaba fotos de todo lo que le gustaba. Pero nunca llegaba a verlas porque sólo de vez en cuando tenía dinero para enviar los rollos al revelado. Hasta que conoció la escuela de Nelson Garrido y recibió de Nelson sus primeras y grandes lecciones. Como entre sus admiraciones principales estaba el maestro Roberto Mata, creo que también aprendió con él muchas cosas de la fotografía. Y un buen día aparecieron unas fotos suyas en una exposición, y en otra ocasión nos llegó un libro en el que también había muestras de su quehacer fotográfico. Luego se dedicó a trabajar en El Nacional y El Universal como reportera gráfica. Hasta que la fotografía se transformó en su modo de vida, en su pasión diaria.
Gabriela es inquieta, persistente y exageradamente terca. No ha habido una actividad que no haya fotografiado. Desde los dramas en la morgue hasta las actividades deportivas más difíciles de fotografiar. Ha hecho retratos difíciles, ha captado escenas dramáticas. Y lo sigue haciendo.
He hecho muchos trabajos y entrevistas, pero esta es la primera vez que entrevisto a un familiar. Ella figura en tantos libros de fotografías que me pareció injusto no incluirla en esta serie.
Sus fotografías han pasado por varias etapas. Ella no sólo ha vivido como ciudadana y como reportera lo que se ha vivido en Venezuela. También hizo fotografías de los días en que debió trabajar limpiando pisos, casas, baños, en sus comienzos fuera del país. Obtuvo imágenes recorriendo calles en busca de documentos y de legalidad en el exterior. Luego comenzó desde cero y la solicitaron para hacer fotografías de festejos, de bodas, de asuntos escolares, de eventos distintos. Y siempre realizó buenas fotos, con mucho amor por ese arte, por ese oficio.
Son varios los libros en donde figuran sus fotografías y sus imágenes han sido vistas en exposiciones importantes. En la antología 70 años de fotoperiodismo en Venezuela, con curaduría de Vasco Szinetar, hay una fotografía de Gabriela. Ahora está tratando de elaborar una buena colección para exponer y para publicar. Vive encima de sus planes y de sus sueños. Como todos.
Sus fotografías son una búsqueda constante del gesto fugaz, del pensamiento reflejado en el rostro. De la existencia intuida en el paisaje urbano, en las historias que la ciudad va contando como en un delicado pero inolvidable rosario de imágenes que van detallando una memoria inmensa.
La entrevista
¿En qué etapa te han gustado más tus fotografías?
Sostengo una búsqueda que a veces me parece un tanto ciega, en medio de una bruma. Trato de encontrar una sensación, una expresión que venza la maravilla que se presenta en los rostros y los cuerpos humanos, pero no la consigo ni en la naturaleza, ni en los diversos paisajes urbanos. La contundencia del rostro es insustituible en la imagen fotográfica.
No puedo definir qué es lo más difícil de hacer porque todo tiene su encanto. Soy complicada en ese sentido, le veo lo hermoso a todo.
A mí no me gustan mis fotografías en general, pero me complace mucho mostrar lo que veo. Mi mirada es quizás un poco exigente porque todo el tiempo estoy como haciendo panorámicas con la vista y de pronto quiero atrapar lo que ven mis ojos en algún espacio o rincón, una ráfaga, un detalle fugaz. Descubrirlo es como un esfuerzo que contiene cierta magia. No sé si son buenas las fotos que hago pero son los momentos que logro atrapar y que puedo reflejar. Siento que soy un cazador de instantes. Cartier-Bresson decía que uno con la fotografía lo que hacía era atrapar el tiempo.
¿Cómo te iniciaste en el arte de la fotografía?
Siempre me llamó la atención. La fascinación por la imagen me comenzó desde la infancia. En mi casa siempre hubo cámaras, fotografías, libros y películas. Y una vez cuando estaba como perdida en la vida y no sabía qué hacer ni qué futuro consultar o soñar, mi papá y mi mamá me hablaron de Nelson Garrido y su escuela. Un día mi papá me dijo que lo acompañara a entrevistar a Nelson Garrido, quien tiene una escuela de fotografía. Mi papá siempre me decía que lo acompañara cuando iba a hacer entrevistas, pero yo soy rebelde y nunca iba, hasta esa primera vez que me insistió y lo acompañé.
Fuimos a la escuela de Nelson Garrido y me enamoré de la idea de la escuela y la onda hippie de Nelson y empecé con él este camino. Nelson es excelente enseñando porque te da una libertad increíble y te hace cuestionar todo y buscar la respuesta dentro de ti mismo. Con él aprendí a revelar y copiar en el laboratorio. Soy de la vieja escuela y empecé con una cámara analógica Zenit que tenía en casa.
¿Prefieres lo testimonial, el documental, la estética pura?
No tengo preferencias, pero como dije antes la búsqueda de gestos humanos, de un espíritu humano que sobresale, me fascina. No puedo definir qué es lo más difícil de hacer porque todo tiene su encanto. Soy complicada en ese sentido, le veo lo hermoso a todo. Por ejemplo, la fotografía de sucesos o policial donde hay cadáveres y mucha tragedia tiene su dificultad, hay que tomar una foto que no raye en lo amarillista, es como bailar un tango con la muerte, representar el dolor de la muerte sin necesidad de mostrar la sangre o las tripas saliendo, y eso es sumamente difícil y mucho más cuando se siente el olor a sangre o a cadáver.
Hago fotos de lo que veo y tengo mil ideas. A veces fotos que también surgen de los temores, de las incertidumbres.
La fotografía de moda o de pasarela es igual de fascinante porque hay que mostrar el movimiento de la tela y lo que transmite el diseñador. Se debe representar el arte que existe en ese tipo de diseños y hacer que la gente comprenda la importancia de la moda, por ejemplo.
La fotografía en general me apasiona y es culpa del fotoperiodismo; aprendí que cada pauta que me daban era importante y debía conseguir una buena foto aunque fuera de un hueco en el asfalto. En los periódicos te envían a buscar imágenes de toda índole y el deber del fotógrafo es que la imagen revele su porqué, su existencia.
¿Es más importante la gente que el paisaje?, ¿o el paisaje que la gente?
No creo que haya algo más importante que la gente, pero el paisaje es el lugar donde la vida transcurre, donde la vida toma una determinada característica. Antes yo pensaba que el paisajismo era un tipo de fotografía aburrida y sin sentido hasta que recibí clases con Ricardo Peña en la escuela de Roberto Mata. Aprendí lo increíble que es el paisajismo, lo que significa y contiene; se trata de mostrar cómo vemos el mundo, la naturaleza, las líneas que se combinan y se tornan brochazos de luz.
La gente es fascinante, sus historias, sus miradas, es indudable la importancia de la gente. Pero sin el paisaje es como no tener casa espiritual.
¿Cómo has vivido esta temporada de pandemia?
Como puedo, soy un poco paranoica y fastidio a todos en casa. Hago todo lo que puedo para cuidar a mi familia que es lo más importante para mí. Ha sido una etapa introspectiva y de analizarme por completo. Hago fotos de lo que veo y tengo mil ideas. A veces fotos que también surgen de los temores, de las incertidumbres. Pero agradezco todos los días el hecho de tener a mi familia conmigo, de poder comer juntos y reírnos juntos. Mis momentos favoritos contra la pandemia y el encierro han sido esos. En donde estamos hago fotografías de todo lo que me encargan, aparte de las que hago para mi propio deleite. He vivido y sobrevivido con gratitud.
Mis fotografías son como la parte del mundo y de la existencia que tomo para guardar en mis archivos y poder escoger después los instantes en que siento la milagrosa sensación de que vale la pena existir.
¿Qué fotógrafos han influido más en tu trabajo?
Yo crecí bajo la influencia de las redacciones de periódicos porque mi madre y mi padre son periodistas. En El Diario de Caracas me la pasada metida en el departamento de fotografía, con Cheo Pacheco, Jorge Santos, Eddie González (el Gurú). No sabía que me los iba a encontrar más adelante en trabajos periodísticos.
Tuve el privilegio de trabajar en los tres departamentos de fotografía periodística más importantes de Venezuela. Primero en el departamento de fotografía de El Nacional cuando tenía de jefe a Jorge Castillo y estaba también Iván González. Empecé como pasante viendo los rollos fotográficos de Nelson Castro, Henry Delgado, Jorge Rodríguez, Álex Delgado, José Grillo, Orlando Ugueto, William Marrero, Jesús Castillo, William Dumont, Abigaíl Machado, Gabriel Osorio, Yanny Montilla; pura crema, pues. Con ellos aprendí muchísimo, sobre todo con Iván González, quien se sentó conmigo a decirme qué estaba haciendo mal. Él me enseñó muchísimo y con una pasión y devoción sin celos, con humildad. Y Manuel Sarda, increíble maestro de la luz, me enseñó cómo usar el flash de mano.
Luego trabajé en Últimas Noticias, cuando Esso Álvarez era jefe. Estuve al lado de Ángel Colmenares, Carlos Ramírez (el bueno), Ángel Echeverria, Héctor Castillo, Orlando Alviárez, Álvaro Álvarez, Edixon Gámez, Gustavo Frisneda, Jacobo Lugo, Silvino Castrillo, Daniel Hernández García, Miguel Gutiérrez y Jorge Aguirre, quien me abrió los brazos y estuvo siempre pendiente de mí, me ayudaba a pedir los rollos fotográficos y teníamos conversaciones maravillosas.
Y luego llegué al departamento de fotografía de El Universal cuando lideraba Freddy Henríquez y hacía de coordinador Jorge Santos. Ahí trabajé junto con Nicola Rocco, Gustavo Bandres, Venancio Alcázares, Fernando Sánchez, Cheo Pacheco, Eduardo Fuentes y Oswer Díaz.
¿Qué sucede con tu fotografía en estos momentos?
No creo que me adapte a todo lo que ocurre. Cada día es una buena batalla que se libra y yo no la evito. Me debo a mi hija y a toda la familia. Y mi fotografía es como lo que digo y lo que hago. Llevo la cámara para todas partes y con ella saludo, comento, me relaciono con la calle y con la gente. Mis fotografías son como la parte del mundo y de la existencia que tomo para guardar en mis archivos y poder escoger después los instantes en que siento la milagrosa sensación de que vale la pena existir. Yo retrato todos los días el espíritu de la libertad, el espíritu del libre albedrío. O al menos eso es lo que intento. Si no lo consigo, de todos modos, tengo la certeza de que mi cámara anda muy contenta, a pesar de los pesares.
- Claudio Pozzani, el trovador de Génova
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