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Adolfo García Ortega:
“La literatura, en cierto modo, es un medio de justicia, de crítica, de denuncia, de confrontación con lo inmoral”

viernes 2 de junio de 2023
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Adolfo García Ortega
El español Adolfo García Ortega es uno de los más de sesenta autores que, del 12 al 16 de junio, se darán cita en el festival de literatura Benengeli 2023, que organiza el Instituto Cervantes en ocho ciudades de los cinco continentes del planeta. Leo Pérez

Tal como refiere el escritor francés Laurent Binet: “Para que cualquier cosa pueda penetrar en la memoria, es preciso antes transformarla en literatura”.

Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958) conoce muy bien la forma de “construir y consolar” maniobrando con el lenguaje y la ficción literaria. Además de ser editor y articulista, es la ejemplificación de un conocimiento que se despliega y asombra. Dotado con una capacidad de observación ilimitada, ha cabalgado por el mundo de la mano de muchos escritores, ejerciendo su oficio de doble prestidigitador de la traducción y la escritura.

Es difícil resumir su trayectoria extensa, tan extensa como esos viajes que tanto le gustan. Ha sido galardonado con el Premio Samuel Haddas concedido por el Estado de Israel en 2012, el Premio ABC-Ámbito Cultural 2014 y el Premio Málaga de Novela 2018.

Entre sus novelas se encuentran Mampaso (1990), Café Hugo (1999), Lobo (2000), El comprador de aniversarios (2003), Autómata (2006), El mapa de la vida (2009), Pasajero K (2012), El evangelista (2016), La luz que cae (2021) y El gran viaje (2022).

Sus cuentos han sido reunidos en Verdaderas historias extraordinarias (2013) y su poesía en Animal impuro (2015).

Ya lo decía Susan Sontag: “La literatura nos educa para la vida. Una novela que merezca la pena leer educa el corazón, amplia la percepción de las posibilidades humanas, de la naturaleza humana y de lo que ocurre en el mundo. Una buena novela es una invitación a la introspección”.

A Adolfo García Ortega le antecede su curiosidad, la búsqueda de la sorpresa y la magia para enhebrar historias. La literatura es su manera de aprehender, de volver al principio, de rescatar a través de la imaginación, de triunfar con el lenguaje sobre el silencio.

Presentamos algunas reflexiones a propósito de su participación en el festival de literatura Benengeli 2023, organizado por el Instituto Cervantes.

 


 

—Con respecto a su libro El gran viaje, ¿qué incertidumbre lo llevó a imaginarse un ejército de autómatas en el Estrecho de Magallanes?

En mi novela El gran viaje hay un esfuerzo imaginativo muy grande, como creo que debe hacer cualquier escritor que quiera prender la llama de la imaginación de los lectores.

—En esta novela mía hay un esfuerzo imaginativo muy grande, como creo que debe hacer cualquier escritor que quiera prender la llama de la imaginación de los lectores. En concreto la idea de fortificar el Estrecho se me ocurrió cuando leí el libro de Sarmiento de Gamboa, todo un titán español, en que habla de la necesidad de adueñarse de ese paso antes que los ingleses. Se me ocurrió que esa fuese una medida disuasoria propia de la época. Hay, además, un componente mágico, que se revela en la novela, porque la novela está atravesada por la magia, por la ilusión.

—La oralidad, la invisibilidad y la identidad son temas constantes en su obra. ¿Qué las une? ¿Es acaso la oralidad un recurso para mantenerse oculto? ¿La invisibilidad es antagónica al héroe?

—Más que la oralidad como tal, lo que sí está muy presente en mi obra es el papel vicario del narrador, que es una especie de transmisor entre las historias narradas por sus protagonistas y el lector, mediante el texto de la novela misma. Es lo que aprendí de Homero, de Cervantes, de Diderot, es decir, de autores que, de manera artificiosa, hacen creer al lector que van a contar la historia de un personaje que, a su vez, se la contó a ellos. En mi caso, el narrador cuenta lo que le ha contado el protagonista, Griffin, quien a su vez se cree invisible, es decir, alguien que no importa, porque lo que importa es lo que se narra, lo fabuloso, lo mítico, lo asombroso. Por eso el invisible no es el héroe, el héroe es convertido en tal por el invisible, que no es otro que el escritor, el contador de historias.

—Umberto Eco coincidía con Cicerón en la premisa de que la historia es la maestra de la vida. ¿En qué medida la literatura puede equipararse a esta maestría?

—Todo lo que dice Eco es de una gran sabiduría, y la suya era mucha. Creo, como él, que la historia, la Historia con mayúscula, y la literatura, la Literatura también con mayúscula, son dos maneras complementarias de acercarse a la verdad. Si es que la verdad objetiva realmente puede existir, claro, ya que a la hora de ser pasada al papel, a la memoria colectiva, interviene la interpretación de los hechos, las visiones parciales, los prejuicios, etc. La historia se ciñe a los hechos constatables; la literatura se basa en esos hechos, pero los traspasa, perfora, completa, representa y, en las grandes novelas, los fija míticamente con tanta fortaleza y verosimilitud que llegan a constituir la versión memorable, es decir, aquella que queda en el tiempo.

Todas las novelas tratan de esto: de un héroe o heroína que lleva a cabo una acción, aunque sea interior, cuyo desenlace concluye con la transformación de su destino o el de su entorno.

—En el cine, los videojuegos y en la literatura, se recurre al objeto mágico como amuleto protector, con cualidades poderosas que ayudan a cumplir con el destino o evitar la tragedia. ¿Necesita el héroe asirse a un poder externo que lo guíe? ¿Lo hacen más humano y virtuoso?

—El héroe es un provocador de los hechos, actúa y padece, ejecuta y consigue, es vencedor o es derrotado, y siempre en función de unas circunstancias que exigen de él la entrega hasta la transformación. Todas las novelas tratan de esto: de un héroe o heroína que lleva a cabo una acción, aunque sea interior, cuyo desenlace concluye con la transformación de su destino o el de su entorno. Los amuletos, cuando aparecen, suelen ser siempre elementos que el héroe necesita para engañarse a sí mismo y darse un plus de convencimiento de que, en su trance, en su camino a la transformación, existen fuerzas superiores que lo protegen. Es, ni más ni menos, que el papel, totalmente ficticio e irreal, de las religiones. Las religiones son la mentira que el ser humano se dice a sí mismo para superar los problemas de la existencia y la muerte trasladando a una instancia superior, inalterable y directriz, toda responsabilidad existencial. En la literatura, los amuletos protectores suelen estar en la mente de los personajes.

—¿Por qué un escritor vuelve a las fábulas, a los denominados por Cicerón “relatos legendarios”?

—Porque la fábula, el mito, es la base de toda la imaginación humana. Da igual la forma que adopte, sea novela, teatro, serie de televisión o videojuego: la sociedad necesita de la ficción, de la alteración de los hechos, para estimular sus creencias, su fantasía o su desarrollo mental. La fabulación es la inclusión de la alternativa de cierta irrealidad vista como un territorio posible, frente a la realidad en tanto verdad —que es lo que conocemos a diario en nuestras vidas—, y al ser alternativa irreal, puede ser deseo, proyección del sueño, aspiración exultante. En cierto modo, la fabulación, el mito, eso que aportan las novelas, se parece mucho a la felicidad.

—De acuerdo con Juan Lorenzo (en Géneros de la memoria: retórica de la narración en la épica y la historiografía latinas), la intención de lo fabuloso es “preservar el recuerdo de personajes ilustres y de hechos gloriosos de un pueblo”. ¿Podría darse lo opuesto? ¿Recordar lo infame?

—Lo fabuloso entendido como magnificación de una historia colectiva está lejos de lo que yo entiendo como fabulación literaria. Fijar los hechos y personajes de un pueblo para dotar a ese pueblo de una superioridad o sencillamente de una identidad propias —y por tanto excluyentes— corre el riesgo de ser una manipulación. Lo hemos visto en todos los pueblos y naciones de la historia y lo seguimos viendo: los pueblos necesitan de héroes que conduzcan o fijen un comportamiento glorioso, transmisible de padres a hijos. Por esa misma razón, también existe el lado oscuro, el vergonzante, que es el que termina por salir al cabo del tiempo: las infamias de los pueblos, de sus dirigentes, pero aceptadas por los pueblos, terminan saliendo también en la literatura. La literatura, en cierto modo, es un medio de justicia, de crítica, de denuncia, de confrontación con lo inmoral.

La ficción tiene un poder enorme, para lo bueno y para lo malo.

—¿Cree que la ficción puede desencadenar confusiones históricas? ¿Los escritores podrían tener una gran influencia positiva o negativa en la exaltación de la grandeza del sentimiento patriótico como ocurrió en la antigua Roma?

—Esto siempre dependerá de la intención del escritor y de si el escritor está al servicio del poder que dicta la historia o si es una figura independiente, autónoma y crítica. Cuando el escritor es esto último, siempre suele ser perseguido, ninguneado o eliminado. Es la prueba de que la ficción tiene un poder enorme, para lo bueno y para lo malo.

—¿Qué atributos posee Jane Eyre para ser su heroína preferida?

—Admiro especialmente a su autora, Charlotte Brontë. Hay un retrato suyo en mi mesa. Y admiro su novela Jane Eyre porque es de las primeras novelas en las que la heroína construye su vida con decisión e independencia, resistiendo y superando los obstáculos y hallando en sus propias ideas y reflexiones un camino a seguir en tiempos en que los hombres, de manera realmente absurda y estúpida, regían las vidas de las mujeres. Jane es una mujer que llega a comprender al hombre sin renunciar a sus propios logros, grandes o pequeños, como mujer que se empodera. La lectura de esta novela influyó mucho en la literatura posterior británica, sobre todo de corte realista y social como la de Dickens, y también en Karl Marx. Jane Eyre es una figura mítica de la literatura, sin duda alguna.

Karen Lentini Gómez

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