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La historia sublimada de la mujer barbuda
A propósito de La luz es más antigua que el amor, de Ricardo Menéndez Salmón

miércoles 5 de agosto de 2015
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La luz es más antigua que el amor Ricardo Menéndez Salmón Seix Barral Barcelona (España), 2010 173 páginas
La luz es más antigua que el amor
Ricardo Menéndez Salmón
Seix Barral
Barcelona (España), 2010
173 páginas

La figura de la mujer barbuda ha alcanzado recientemente una gran celebridad con motivo del último festival de Eurovisión, donde el travestí Thomas Neuwirth, bajo el nombre profesional de Conchita Wurst, ha alcanzado el triunfo final, con el consiguiente aplauso del público y crítica. Nada que objetar, dado que el triunfo ha sido alcanzado en buena lid, aunque a nadie se le escapa el carácter transgresor de determinadas provocaciones artísticas. Máxime si por un momento uno se sitúa en un mundo cultural mucho más intolerante y con mucho menos sentido del humor que el nuestro, al menos respecto a determinado tipo de temas. Sin embargo conviene recordar que la mujer barbuda fue un icono renacentista de la libertad creativa del artista en situaciones extremas, donde en principio parece una situación de imposible conciliación con la belleza. Al menos así lo acabó demostrando Adriano de Robertis (1300-1400) en pleno siglo XIV. Desde entonces la mujer barbuda se ha convertido en un icono de la libertad artística, no tanto por ir en contra de los convencionalismos sociales establecidos, que también, sino por un argumento más sutil.

En efecto, hay que poseer una gran maestría artística para conseguir hacer una creación genial a partir de una situación de suyo aparentemente imposible o simplemente estrafalaria, como ahora sucede con la mujer barbuda. Después se ha repetido el argumento hasta la saciedad, tratando de sacar belleza de situaciones objetivamente feas o simplemente degradadas. Especialmente así sucede con los aguafuertes de Durero (1471-1528) dedicados a representar el deforme torso descuartizado de un animal ensangrentado recientemente sacrificado. Evidentemente algo similar ha conseguido demostrar Conchita Wurst; se puede transformar la repulsión inicial que genera la simple imagen de una mujer barbuda en un obscuro objeto de deseo, siempre que medien los consabidos procesos de represión del inconsciente y de sublimación altruista por parte de un super-ego colectivo a nivel consciente, que actúa a favor de lo políticamente correcto y se descubre frente a una actuación artística que entraña una profunda dificultad, a pesar de la reacción inicial de erupción que provoca. Algo similar debió de ocurrir con las obras clásicas de Adriano de Robertis o de Durero, a pesar de situarse en una época y en una situación muy distintas. No es lo mismo el siglo XIV o XVI que el siglo XXI, ni es lo mismo la pintura de un retrato femenino que un festival de Eurovisión, o que un baile de disfraces. Pero salvando las diferencias, el mérito hay que reconocérselo tanto a De Robertis como a Conchita Wurst.

Menéndez Salmón hace un gran derroche de imaginación transgresora.

Pero de igual modo también entraña una gran dificultad, dando un paso más, tratar de novelar períodos postergados del pasado histórico más o menos truculento, sin caer por ello en el esperpento, el sensacionalismo o simplemente en la irreverencia. Es precisamente lo que ocurre con la novela de Ricardo Menéndez Salmón cuando ha tratado de poner de manifiesto las virtualidades artísticas de una obra tradicionalmente postergada por constituir un auténtico despropósito, como ahora sucede con la mujer barbuda de Adriano de Robertis en pleno siglo XIV, pero que se habría terminado convirtiendo sin duda alguna en un auténtico icono de maestría artística. De ahí que su narrativa literaria haya tratado de encontrar otros iconos similares donde también se genera una inversión de significado similar, haciendo que lo inicialmente repulsivo o simplemente sin sentido se acabe convirtiendo en un foco de atracción suficientemente fuerte como para poder hacer perdonar la inicial licencia artística, que queda sublimada mediante una genialidad artística que logra salvar lo que en principio resulta “indefendible” desde un punto de vista creativo.

A este respecto Ricardo Menéndez Salmón es hoy día un novelista consagrado, capaz de afrontar una empresa tan arriesgada como esta. De todos modos no está de más recordar algunos de sus afortunados aciertos que, sin duda, han contribuido a su éxito literario. Se trata de La luz es más antigua que el amor, una novela de arte ficción o metanovela de 2010. Allí se combina un análisis detallado de maestros indiscutibles, como Adriano de Robertis, especialmente en su obra La mujer barbuda, en clara competencia con otros pintores actuales que no temen afrontar situaciones de máximo riego cuando se encuentran en pleno proceso de creatividad. En su caso se trata indistintamente de personajes reales, como Rothko (1903-1970), o ficticios o simplemente desconocidos, como el protagonista final de la trama, Vsévolod Semiasin (1925-2005), que perfectamente podría ser un trasunto del propio Rothko, de Robertis o de la propia Conchita Wurst.

Por su parte, para complicar aun más la trama, hace acto de presencia un cuarto personaje. Se trata de Bocanegra, trasunto del propio novelista, que sirve de hilo conductor para dar continuidad a una narrativa historiográfica ya de por sí muy dispersa. De hecho tanto Bocanegra como el propio autor aparecen y desaparecen indistintamente de una forma discontinua. Primero cuando Menéndez Salmón aparece siendo un profesor de instituto en Gijón en 1989, para pasar después a ser el autor de la celebrada Trilogía del mal en 2005. Pero mucho más cuando acaba renaciendo en forma de Bocanegra, en plena corte del Rey de Suecia, recibiendo el premio Nobel en 2040 a la edad de sesenta y nueve años, treinta años después de haber publicado la presente novela, anticipando un éxito de crítica que de momento no le ha llegado.

En cualquier caso un planteamiento muy ambicioso y complejo, aparentemente condenado al más estrepitoso fracaso, salvo que asombrosamente funcione, aunque sólo sea por lo insólito de la propuesta. Máxime si se tiene en cuenta que simultáneamente se quiere defender una tesis muy arriesgada al menos desde el punto de vista estético respecto del arte clásico, donde ahora se pretende seguir situando el discurso narrativo. Concretamente se trata de defender la primacía de la luz y del color sobre la mera figuración ilusionista, o el amor, como ahora se prefiere denominar. En cualquier caso no habría que esperar al arte moderno contemporáneo para que se haya generado una auténtica inversión en el modo de concebir los cánones clásicos. Es más, a su modo de ver esta inversión sólo se habría producido verdaderamente con la llegada de Rothko, o de su alter ego, Vsévolov Semiasin, sin que verdaderamente sean representativos a este respecto autores tan laureados como Duchamp, Warhol o Pollock, por sólo citar los más renombrados. Y evidentemente retrotrayéndose algo similar habría que decir de Robertis, la mujer barbuda y de Conchita Wurst.

En cualquier caso hay algo común a los tres laureados artistas, cosa que no ocurre con el afamado historiador literato, ni con Conchita Wurst. En los tres anteriores casos las pretensiones de lograr el reconocimiento del gran público chocan con la incomprensión de las autoridades, que los someten a una caza de brujas totalmente desproporcionada, especialmente en el caso de la mujer barbuda de Robertis. Pero igualmente con la pretensión de pintar “la nada” de Rothko, en el experimento fracasado de The Houston Chapel, o en el intento inútil de comerse la pintura para apropiársela por parte de Semiasin. Tres casos desesperados como suele ocurrir en los auténticos artistas malditos, frente al éxito clamoroso que se augura a sí mismo Bocanegra treinta años antes de que realmente suceda. Ni tanto en un caso, ni tan poco en el otro. Pero el caso es que la trama asombrosamente funciona, haciendo atractivo un tema de suyo árido, aunque sin duda no acabará figurando en las historias del arte contemporáneo.

Pero evidentemente algo similar también podría decirse de Conchita Wurst. Es difícil pensar que a pesar del ingenio derrochado pueda ser nombrada Miss Universo. Sin embargo es innegable que la estrategia programada ha funcionado en el festival de Eurovisión, marcando un hito difícil de igualar. Se puede alegar que todo festival de la canción tiene mucho de representación escénica, como toda novela tiene mucho de trama narrativa argumental, siendo mérito del creador artístico sacar a los correspondientes artificios artísticos el máximo partido que pueden dar, sin que en principio haya que poner límites a este tipo de procesos. En este sentido Menéndez Salmón hace un gran derroche de imaginación transgresora, como Conchita Wurst lo hace de provocación, sin que ninguno deje indiferente al atónito lector/espectador.

Carlos Ortiz de Landázuri

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