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Trama de grises, de Jerónimo García Tomás

miércoles 22 de junio de 2016
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Trama de grises
Jerónimo García Tomás
Cuentos
Ediciones Contrabando
Valencia (España), 2014
ISBN: 978-84-942292-9-6
Páginas: 189
Precio: 11,40 euros

Es el del relato corto uno de los géneros más difíciles que existen porque, por la brevedad de la historia, no se puede permitir el autor digresiones o bajadas de tono y en un muy reducido número de páginas hay que montar una narración que tenga el desenlace preciso y concite la atención hipnótica del lector del primer al último renglón. Todo eso se da en Trama de grises, que edita la valenciana Contrabando, relatos más urbanos que negros que dejan siempre en el lector un poso de inquietud a medida que transita por ellos.

Jerónimo García Tomás (Valencia, 1977), su autor, es técnico superior en imagen y sonido y ha dirigido dos cortometrajes, Un asesino casual y El arma, y ello se nota en la técnica narrativa, muy visual, de cada uno de los relatos que integran su Trama de grises, y en el dominio de los diálogos, muy reales, con los que la narración se complementa, y de este modo cada uno de los cuentos, que tienen un aire cotidiano pero el autor hace derivar hacia lo inquietante, casi todos con un trasfondo negro, los puede visualizar el lector como posibles cortometrajes porque son guiones perfectos que sólo precisan la anuencia de una cámara de cine.

En “La charca”, el que inicia el libro, dos pescadores emparentados, uno adulto y hosco, el otro apenas un adolescente, entablan un diálogo inquietante a lo largo de una jornada de pesca y el lector descubre por nimios detalles la naturaleza tenebrosa del mayor. “La mujer del andén” transcurre en el espacio cerrado de una estación de tren y sugiere una trama criminal entre personajes que esperan la llegada del convoy. En “Contratación”, Sandra, una chica con un trabajo basura que consiste en insertar publicidad en los parabrisas de los coches aparcados, es abordada por un desconocido que se interesa por lo que hace y le pide de forma insistente que lo enchufe en su trabajo. En “Terrones de azúcar”, breve y uno de los mejores, el autor nos da clases de descripción física. Era un hombre de constitución ancha, no muy gordo. La fisonomía de su rostro resultaba blanda, sin relieve, y su boca comenzaba a parecerse demasiado a un trozo de plastilina moldeado por manos infantiles. En el relato, Cati, una adolescente con problemas, endulza lentamente su café, y mientras lo hace decide si quedarse a vivir con su abuela, a la que no conoce, o irse con Hernán, el hombre que confiesa amarla, una decisión vital que puede cambiar su vida, y Jerónimo García Tomás consigue que hasta los detalles más insignificantes de su narración tengan consistencia dramática. Con las puntas de los dedos pulgar e índice, Cati sostenía un terrón de azúcar, mitad dentro y mitad fuera del café. Era el tercero con el que hacía lo mismo. El líquido iba ascendiendo por capilaridad y Hernán observaba la porción blanca e iridiscente teñirse poco a poco de marrón oscuro. Ya empapado por completo, el terrón quedó libre para hundirse bajo la negra superficie. “El favor” es un relato de mobbing dentro de una banda de chicos violentos. Los párpados de su ojo derecho estaban negros, como si hubiese atisbado a través de una rendija recién engrasada, en donde sugiere un golpe. En el relato Gerar se queja a Quique sobre las razones por las que uno del grupo, su líder Lucas, la tiene tomada con él por culpa de un accidente con una botella de gasolina, y los golpes e insultos que recibe. Es como un pasatiempo para él, ¿entiendes? ¿A ver qué coño se me ocurre hoy? Y pam… Soy su criado para todo. Le he llegado a sacar a Rony de paseo hasta diez veces en un solo día. Y eso chucho de mierda me acojona casi más que él. Ah, sí… también me obliga a limpiarle el piso y a hacerle la compra. Y Lucas, jefe de la banda, pone como condición a Quique, para dejar de seguir acosando a Gerar, que vuelva a salir con su descarriada hermana Rosa. En “Lo sentimos mucho por ti” la trama parte de una premisa inquietante que aflora en una conversación entre amigos. —Hubo una cena de antiguos compañeros. Hace meses. Alguien contó que te habías matado en un accidente. Por gastar una broma, supongo. El caso es que los demás nos lo tragamos. Por eso me ha sorprendido el verte. Así que ahora ya lo sabes. Para todos, estás muerto. “El contrato del gas” es otro de los mejores, por su brevedad y su cierre perfecto; es un ejemplo de sutileza, de cómo se le vuelven las tornas a un comercial de una compañía de gas que se hace pasar por otra para embaucar a un cliente, algo muy común por lo que todos hemos pasado. —Te presentas aquí diciendo que eres de mi compañía para que te deje pasar. Me haces creer que estoy cambiando el contrato con mi propia compañía cuando en realidad estoy contratando una nueva. Y se supone que no voy a enterarme hasta ¿cuándo? ¿Hasta que reciba la primera factura? Un vendedor al que describe con precisión el autor y un toque de cruel ironía. Tenía el pelo muy corto y una sonrisa de oreja a oreja tan sincera como las disculpas de un banquero. “Expedición nocturna” puede que sea el más negro de los relatos del libro. Sergio es víctima de una brutal paliza por parte de Rizio sin que Lambo pueda hacer nada por evitarlo. Después empezó a toser y fue como si sus pulmones se hubiesen hecho piedra y luego partido en pedazos.

Se sirve el autor de Trama de grises de la sutileza, de modo que cobre importancia lo no dicho pero sí insinuado, el fuera de plano que siempre es más efectivo que lo explícito, y se mueven sus personajes en una delgada línea que media entre lo que deberían hacer, por ayudar a un amigo, y lo que pueden, coartados por las amenazas, porque ninguno tiene madera de héroe. Podrían calificarse sus relatos de negros, pero no lo son en el sentido clásico de la palabra, ya que no hay excesiva violencia en ellos, ni crímenes, sí atmósferas precisas, por lo que el libro se convierte en lo que su título explicita muy acertadamente: una trama de grises.

Jerónimo García Tomás utiliza un lenguaje depurado, destilado hasta su esencia, escasamente adjetivado, a veces deliberadamente frío, para meternos en situación en historias en las que entramos una vez éstas ya están empezadas y salimos antes de que acaben, para que seamos nosotros mismos los que rellenemos los huecos de esas narraciones que tienen lugar en paisajes urbanos desolados cuya dureza parece contagiarse a los protagonistas. Un aperitivo literario más que notable.

José Luis Muñoz
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