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Rocío Hernández Triano: barro intuitivo

miércoles 16 de agosto de 2017
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Autobiografía mitológica, sucinto recuento de largas caídas en “el terror endocrino (…) la hormona sucedánea” (“Diabetes…”). Con la sencillez de canciones, nombres en el monumento a los caídos: “María”, “Sara”, “Jairo”. Cada muerte es inevitable. Lo monótono de esa tragedia ilumina el milagro donde “me sumerjo / para lavar el cieno original, / para arrastrar el lodo que se fue acumulando” (“Inmersión”). Todo poemario, a contracorriente, construye. Toda poesía es estatua de sí misma: fija un instante y su paso.

En Pisar cieno (Algaida, Poesía, 2016), la poeta y narradora Rocío Hernández Triano (Sevilla, 1976) encuentra palabras para sus (des)encuentros. Sus hallazgos desafían el idioma: “una jota invertida / (una cóncava madre luminosa) / acuna a la vocal como a un cachorro” (“Garabatos”). Logra la sevillana articular en su último poemario hasta la fecha lo que en ocasiones podría reconocerse, pero no ha sido antes descrito. Asombran la intensidad y el equilibrio de sus revelaciones.

Su elegía concentrada es fresca multitarea: “hoy te cansa la aguja” (“Piedad”). Concede la poeta a cada condenado un último suspiro, un momento en la luz del sol de su atención, a pesar de que, a veces, hay poco o nada de lo que dejar una constancia “débil como los nombres, / como las fechas, como los documentos, / papeles que en la lluvia se van desvaneciendo” (“Carnet de identidad”). En consecuencia, el estilo es urgente, sencillo, libre. No hay versos ornamentales tras los que ocultar la nada: “El fuego o el gusano” (“Cifras”).

Lo que aporta Hernández Triano en Pisar cieno es un tour de force, una respuesta sombría.

Una idea inquietante: el dolor es fúnebre sepelio “desde el merka al salón de la olla podrida (…) a este hospital de muertos de nuestra clase media” (“Saldos”). Cada muerte es única, irrepetible. Se suceden las imágenes humildes, de gran alcance. Nos aferramos a ellas como el niño se aferra a su madre: “háblame, perra, Calíope, mi musa, / mi amiga más canina (…) cuéntame las guerras de amor que hemos librado/ con tu dulce ladrido” (“Calíope”).

Aspectos no solicitados piden no ser descritos. La naturaleza es vehículo para la emoción. Lo que aporta Hernández Triano en Pisar cieno (XXXIV Premio de Poesía Ciudad de Badajoz) es un tour de force, una respuesta sombría, donde la conciencia literaria está en desacuerdo con la inconsciencia de “la oscura levadura de la tierra, / la verde encarnadura de la podre, / el barro intuitivo” (“Pisar cieno”). Alerta a las repeticiones, todo cae bajo su radar. Para la autora de Viento de cuchillos (2010) o Equilibristas (2010), la compasión es una forma de imaginación. Su inteligencia simpática nunca se tambalea. A medida que se eleva el número de víctimas, sólo una cosa sobrevive, una fuerza de vida que todo lo contiene: el poema.

José de María Romero Barea
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