
Mar de leva
Octavio Escobar Giraldo
Novela
Random House
Bogotá, 2018
ISBN: 978-958-54-5826-0
184 páginas
Creo pertinente explicar, en primer término, qué es el mar de leva, un concepto que para un neófito, como yo, de estos temas, no es sencillo de entender, así haya disfrutado en sus tiempos mozos de las historias marineras de Salgari, Conan Doyle o Conrad. También llamado mar de fondo, o mar tendida, es un fenómeno generado por el viento en determinado lugar de la mar alta que produce olas de crestas suaves y regulares en su avance y que persiste a pesar de cesar el viento que las ha originado, pero que cuando llegan a la orilla aumentan de altura y rompen de forma brusca y estruendosa, causando a veces graves afectaciones en las regiones costeras. Pues bien, la nueva novela de Octavio Escobar Giraldo (Manizales, Colombia) en su desarrollo tiene ese discurrir sinuoso y uniforme del mar que viene de lejos, pero que conforme se acerca al final de su recorrido se va encrespando poco a poco hasta que ocurre su choque abrupto con los accidentes geográficos de la orilla y estalla en su clímax, tal si fuera un orgasmo narrativo, dejando en tierra firme los estragos de su pulsión consumada.
Pero Mar de leva no es una novela marinera, así tenga de fondo el mar; no, en sentido estricto, es una novela “de orilla”, como lo es también La perra, de Pilar Quintana (ganadora del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2018), que acontece en una playa del Pacífico donde la negra Damaris adopta a Chirli, una perra que sustituye afectivamente a la hija que nunca pudo tener y que nos descubre la falacia de sus vivencias y la crudeza de sus pesadillas; contrario a lo que ocurre, por ejemplo, con Ilona llega con la lluvia, de Álvaro Mutis, que si bien ocurre en el puerto, tiene todo el aroma que trae del denso mar Maqroll el gaviero en su secuestrado Hansa Stens, obligado a vivir una falsa libertad no deseada ni asumida.
Octavio Escobar ha centrado buena parte de su obra en recrear los ambientes posmodernos de los centros comerciales citadinos y en dar cuenta de la nefasta realidad de su país en los tiempos modernos.
Octavio Escobar es, sin duda alguna, uno de los narradores colombianos más reconocidos y respetados en su país, y ha sido publicado en España, Italia, Francia, Alemania, Argentina y México. Ganador de los más prestigiosos premios de cuento y novela de Colombia, hace un par de años sorprendió ganando también un reconocido premio de poesía para autores inéditos en este género. Tiene una estrecha relación afectiva con Extremadura, donde ha sido publicado con frecuencia por Periférica (Saide en 2008 y Destinos intermedios en 2010) y la Editora Regional de Extremadura: El álbum de Mónica Pont en Transmutaciones, una antología de la literatura colombiana actual, en 2009. Otras novelas suyas son El último diario de Tony Flowers (1995), Folletín de Cabo Roto (2007), Destinos intermedios (2010), Cielo parcialmente nublado (2013) y Después y antes de Dios (2014, Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura de 2016 y ganadora también del premio internacional Ciudad de Barbastro de 2014).
Sus primeras etapas de narrador le abrieron el camino con libros como El color del agua (1993), Las láminas más difíciles del álbum (1995), La posada del almirante Benbow (1997), De música ligera (1998, Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura) y Hotel en Shangri-Lá (2004, Premio Nacional de Cuento Universidad de Antioquia).
Salvo en Folletín de Cabo Roto, novela de corte histórico que recrea la etapa fundacional de su región de origen (para uno tal vez su mejor novela con El último diario de Tony Flowers), Octavio Escobar ha centrado buena parte de su obra en recrear los ambientes posmodernos de los centros comerciales citadinos y en dar cuenta de la nefasta realidad de su país en los tiempos modernos, donde el narcotráfico y la violencia consuetudinaria han marcado su devenir en las últimas décadas. Algunas de sus obras, que podrían enmarcarse en el género negro, retratan con precisión de cirujano y cruda mirada, desde distintos ángulos y geografías, una nación de dignidades perdidas y anhelos enlodados, que no desmerecen en absoluto de obras tan importantes en el país en este siglo como lo pueden ser Delirio, de Laura Restrepo; El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez; El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince; Los ejércitos, de Pablo Montoya; El mundo de afuera, de Jorge Franco, o Pensamientos de guerra, de Orlando Mejía.
Mar de leva parte de una anécdota banal, sin mayor relevancia emocional y quizás algo chocante. Mariana y su joven hijo Javier viajan a una ciudad no nombrada de la costa, invitados por Elena, una vieja amiga de la primera y compañera suya en la universidad con la que hace años no se ve. La idea es pasar un fin de semana de turismo, tranquilo y relajado, y ponerse al día las dos amigas de sus historias actuales y que Mariana, agobiada médica de urgencias, desconecte de su trabajo y sus angustias cotidianas. Casualmente Javier, enfebrecido por las hormonas, va a cumplir quince años el día de su llegada. Este hecho banal determinará la evolución sinuosa de la historia y su resolución inesperada. Elena entiende que una buena manera de homenajear a su amiga es celebrarle el decimoquinto cumpleaños a su hijo mediante una ceremonia sexual iniciática, pero aquí no con una visita a un prostíbulo según la vieja usanza del país, sino regalándole un espectáculo erótico protagonizado por una pareja de hermanos que contratan en la ciudad, a la cual asistirán los tres para sólo mirar y sin tocarse con los figurantes. Lo sexual aquí es secundario, es mera anécdota, pero que sirve para que se produzca el choque de las olas contra el acantilado y todo estalle y se exprese con su brutal crudeza.
Personajes construidos con precisión y economía que poco a poco se van enriqueciendo con sus gestos y actitudes y que van desvelando la necesaria hipocresía que les permite sobrevivir con cierta dignidad en un mundo castrante y moralista.
Elena es lesbiana y estuvo enamorada en la universidad de su amiga Mariana; actualmente tiene una pareja que anda ausente y cuya relación está en crisis, al igual que todo el entramado afectivo y económico familiar. Javier vive inmerso en las redes y en sus pensamientos, como la mayoría de sus coetáneos, alardea con sus amigos y su noviecita y erotiza cada gesto, cada mensaje, pero sobre todo evoca a su padre ausente con el que tenía una relación extraordinariamente cercana; Mariana es médica en ejercicio, desbordada por sus obligaciones laborales, pero sobre todo por la presión social y familiar que le ha implicado el secuestro de su esposo Alejandro cuatro años atrás. No se sabe si éste aún vive, pero la vida sigue, y este será el punto crítico que hará estallar la historia, llevarla a su culmen. El autor plantea algo muy interesante y es contrastar la violencia del secuestro, un acto público, con las pulsiones eróticas de los protagonistas que se expresan con una cierta naturalidad en el marco de sus respectivas intimidades. He aquí donde entiende uno está el meollo de esta novela.
Pero la novela es mucho más. Es el paisaje y todo lo que ello significa y evoca. No es gratuito que la ciudad a la que viajan los protagonistas esté situada en un país centroamericano que recuerda a Costaguana y a su capital Sulaco, donde transcurre la proverbial novela de Joseph Conrad publicada en 1904 con el título de Nostromo (Contramaestre), precisamente un año después de la desmembración del departamento de Panamá de Colombia, en virtud de la intervención nefasta de Estados Unidos interesado en la construcción y control del canal que comunicaría el mar Caribe con el océano Pacífico a través del istmo. Octavio Escobar es un gran admirador del narrador polaco, al igual que Juan Gabriel Vásquez, que no en vano escribió una novela ambientada en el siglo XIX con el título de Historia secreta de Costaguana (2007). De esa novela proceden algunos de los nombres que identifican a la ciudad innominada en la que habita Elena: su aeropuerto se llama Javier Arellano, la mina que posee la familia es una mina de plata como la de la novela conradiana, el golfo se llama Plácido como en ésta; del mismo modo Giorgio Viola, el museo situado en la Casa Gould, también evoca a la ficticia ciudad de Sulaco. Y la urbe de Escobar está construida a su vez de esta leyenda libresca y de la realidad de las muchas ciudades costeras que él ha visitado en Colombia, Perú, Chile o Estados Unidos. Ciudad caribe sincretizada en la que se resignifican todas las falencias y excesos, peyorativamente, que caracterizan a su país con toda su carga político-social: corrupción enquistada, violencia asumida, degradación moral sistémica e incomunicación.
Personajes construidos con precisión y economía que poco a poco se van enriqueciendo con sus gestos y actitudes y que van desvelando la necesaria hipocresía que les permite sobrevivir con cierta dignidad en un mundo castrante y moralista. Tristeza, dolor y un muy agudo vacío, la soledad de la incomunicación tan propia de la posmodernidad. Retrato privado de sus protagonistas de gran riqueza cromática, contrastado con las pinceladas certeras de un país que ha tocado fondo en su descomposición y acomodamiento a su degradación ética y materialista.
Octavio Escobar se ha caracterizado por su prosa clara, muy visual, cargada de diálogos ágiles y precisos; aquí abunda en estos elementos formales que ya son distintivos de su buen hacer literario, lo que hace francamente amena la lectura de sus obras.
Mar de leva deviene entonces, según lo dicho, en una obra de franco interés por los conflictos afectivos que plantea, por su desarrollo sinuoso y su final inesperado y turbulento, por la manera sutil y efectiva de conducir la historia y por el buen hacer estilístico y formal y el trato exquisito del idioma.
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