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Esencia, de Efi Cubero

miércoles 5 de febrero de 2020
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“Esencia”, de Efi Cubero
Pensar sobre la dualidad mente-cuerpo, espíritu-materia, nos ayuda a acercarnos a lo absoluto y buscar las puertas del Ser en lo esencial, esto es lo que trata Efi Cubero en su libro.

Bajo el concepto de Esencia Efi Cubero reúne en su libro a una serie de autores, entre los cuales me ha incluido: ¡sentidas gracias! Por su inquebrantable amistad y sus atenciones, me siento feliz y reconocido, no obstante seré imparcial en el comentario e interpelaré el título que es lo que más me ha cautivado. En el texto disecciona un concepto difuso, con rostro polimorfo y, con esta premisa, busca el hilo que aborda el laberinto de los laberintos: la “esencia” que se oculta en el arte y en la mente creativa. Quiero juzgar la dimensión poética del concepto y entender los autores que cita, especialmente seguir su viaje por los complejos, amables y oscuros caminos de sus obras. El primer escalón para acceder a lo esencial del texto obliga a afilar los conceptos y ver, como ella anota, lo asombroso con los ojos de Picasso. Efi establece una relación directa entre sus ojos, extremadamente abiertos, con los representados en la historia de la pintura: sumeria, el románico de San Clemente Tahull, el Minotauro de Creta y la presencia ofrecida y efectiva en la obra más enigmática del siglo XX: el Guernica. Sin duda en los ojos atentos, escrutadores, se destila lo esencial del pensamiento y del arte. La singularidad de la mirada es vital y la sagacidad del buscador depende de lo que mira y con qué filtros y capacidades lo hace. Sigue la búsqueda en las obras y figuras remarcables: Rembrandt, Velázquez, Rubens, Leonardo y otros. Presta atención en los grandes, pero también en los desconocidos como es mi caso. En ella se han hecho foco de atención los hitos de la historia y con ella se piensa y se crece. Sobre Leonardo anota unas palabras que lo ven genial al margen de las obras; ahí es donde se hace enigma profundo y figura transcendente.

Una gota de agua, una sola, que arrastra el viento de una nube aislada, colma la travesía de la sed de un deseo.

Insólito deseo el que buscaba Leonardo en la naturaleza y lo convirtió en un ser extraordinario, un hombre del Renacimiento que supo aunar conocimiento científico, sensibilidad estética e inteligencia humana. Tomar conciencia de este hecho es el logro más extraordinario que ha conseguido la naturaleza: pensar que se piensa hasta crear un reino metafísico, un estado que emerge de la mente y es capaz de transformar la realidad. El “deseo” entendido como fuerza germinal, como aliento que anima los huesos y observa los mecanismos del mundo: hoy podemos comparar lo que hizo.

Lee también en Letralia la reseña de Esencia, de Efi Cubero, por Inmaculada Morillo Blanco.

En la esencia de lo inalcanzable presenta la instalación de Ai Weiwei, donde un piélago de pipas hace alusión a la memoria simbólica que contienen. Por su pequeñez, rigor y cantidad, las no-semillas forman un mar inmenso, un espasmo que vibra sin orillas. Es como el océano de Dirac, un campo de probabilidades comprimido en un número infinito de simientes. La idea es soberbia y conduce a un lugar oscuro donde la otra realidad, la simbólica, se presenta para sustituir la que aparece en la naturaleza. Un campo de girasoles, con la memoria implicada, desborda toda imaginación. Lo enigmático está ahí y, en la incertidumbre, se contempla el devenir de cada semilla. La paradoja del mundo se muestra cuando vemos que de la nada, del vacío interior de una pipa, emerge una planta que dialoga con el sol y ordena millones de simientes en espirales algorítmicas de gran precisión. Esa aparición física huye de la razón y nos inunda de misterio con el perfume del mundo. Para entender lo primordial del suceso lo transformamos en ecuación algebraica, “obra de chinos”, o palabra poética que, como un mandala, se ha hecho arquetipo universal.

La apariencia luminosa se hace forma con la presencia de la flor, los adoquines “pintados por la herrumbre”, la respiración que se diluye en el aire y aparece en el perfume de la ciudad. La forma se ilumina y se hace color con infinitas variables que reconocemos al nombrarlas. Poder tiene el que nombra ya que hace sentir cómo su voz tintinea en la memoria, hace emerger el recuerdo y la cosa nombrada vibra como una diminuta campana. Resuena el verso que construye en la mente: nace con el vuelo de la alondra y la emoción que produce baña el cuerpo entero. Estas contingencias forman la realidad estética, experiencia y conciencia de la naturaleza que se convierte en paradigma espiritual. Aquí nos ayuda la disertación de J. L. Borges en “El Golem”, donde habla como poeta y demiurgo y ayuda a entender el valor de la palabra. Dice:

el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de “rosa” está la rosa
y todo el Nilo en la palabra “Nilo”.1

En el encuentro con los atributos del arte, Efi se enfrenta a Las meninas, donde el espacio se hace paradigma, reflexión sobre lo presente y lo ausente. En Las hilanderas entra en el tejido del tiempo y presenta el suceder como fenómeno irrepetible: lo que acontece se hace verso en el cuadro. El río de los sucesos se presenta como la única realidad posible, el hilo de la rueca forma la trama y la urdimbre del tapiz mental: “…sutil tela tejida por las arañas de la inteligencia”.

 

“Esencia”, de Efi Cubero
Esencia, de Efi Cubero (La Isla de Siltolá, 2019). Disponible en Amazon

La mano

De Turner hace un elogio a la pasión y a la mano adiestrada, la que fluye y, con trazo fugaz, dibuja la luz, los árboles, la tormenta, la calma y las aguas profundas. Aparentemente dormida, su mano lo dice todo con un chasquido y esa emergencia que hace aparecer lo esencial contiene todas las puertas del misterio. La razón de la vigilia no sirve en estas situaciones y nos obliga a sumergirnos en el pensamiento límbico, en la era teológica del hombre y extraer de allí el poder genésico de la idea. El buscador, tras un ensayo tedioso y repetido, consigue la imagen que dice lo esencial con un solo trazo. Me pregunto: ¿será el fruto de la repetición, la rémora de un impulso vital que quedó implicado en la formación de la materia, será el genio el que llega a lo primordial sólo con la inspiración de la mano? Quizá es demasiado hábil, quizá aparenta torpeza o el gesto de la mano es difuso, pero sus temblores responden a las vibraciones del espíritu y, desde esa atalaya, se proyecta sobre el papel o la tela. Este es el impulso contenido en muchas horas de reflexión y ensayo. Con las manos también se piensa en la bondad, la amistad, la lealtad y la maldad: el poeta jardinero “cultiva la rosa blanca”.2 El creador se construye o se abisma con su obra, en la gloria y el olvido. Se hunde en las olas oscuras de Alfonsina Storni: “Quiero un amor feroz de garra y diente”.3 Efi explica el mismo sentir en otro contexto: “Un tenso fondo oscuro y abisal al borde seco del acantilado por donde se precipitan las preguntas sin respuestas lanzadas al vacío”.

Frente a los arrecifes y con la calma del buscador de perlas, ve a Antonio López con el caballete de pintor: entorna los ojos y “arrastra portátiles sueños”. Mientras tanto piensa, la agitación de sus manos hace del color idea y forma: así aparece El sol del membrillo.4 Entendemos que ellas son la prolongación de la mente cuando tocan un instrumento musical y cuando hablan con gestos y refuerzan la palabra. Con maestría aportan libertad en el baile, habilidad en la construcción de formas y experiencia en todo el proceso de creación, y son decisivas en la caricia. Cuando están puestas sobre la mesa de trabajo, entre el instrumental necesario, las manos son el espacio vital, la patria del pintor y el pensador. Ellas hacen aparecer la reflexión, el conocimiento empírico, y ejecutan la obra con lo aprendido y lo intuido. En ese momento los pensamientos se hacen concretos, evidentes y, en las ejecuciones, los presentimientos emergen de ellas para hacerse realidad estable. “Bajo la eterna herida del existir, el desafío, el fracaso bajo el estigma de la revelación”.

 

La violencia como aproximación a lo sublime es una mágica representación.

En impulso esencial

Pollock, Andy Warhol, Niki de Saint Phalle, Yves Klein y a otros los agrupa en la sociedad del malestar, en La era del vacío de Gilles Lipovetsky.5 “Conciencia sobresaturada de informaciones…, opcional, diseminada…”. Pensar en nuestro sufrido y atropellado tiempo; bullicio de muchedumbres que nos colma de frustraciones y promesas fallidas. No es de extrañar que la acción artística se dedique a “perpetrar asesinatos incruentos” con las acciones y los símbolos. Estas conexiones muestran la raigambre metafísica que define el carácter creativo del momento actual. Efi es ella misma noche y día, se protege del bullicio cuando busca el camino en la expresión personal y el arte se hace campo de hallazgos. Cuando sabe encontrarlo y, lo más determinante, reconocerlo en los autores que escoge.

Cuando la obra se queda en lo puramente formal, cuando el pensamiento es débil, el trabajo sólo delimita lo concreto y no trasciende otro valor que aquel que se observa en lo evidente: una piedra graciosamente pulida o un color sutilmente liberado. Ahora bien: en la superficie de las cosas también están presentes las claves del secreto y desvelarlo no es tarea fácil. Entender la obra de Herman Nitsch es reconocer sus códigos y entender que su trabajo viene de los rituales antiguos. Su actual mensaje responde a las revisiones del pasado y el sacrificio no es un toro en la Maestranza, sólo es la representación del hecho: la escenografía es “puro teatro”. En él lo evidente muestra lo oculto con todo su esplendor: los animales que “sacrifica” llevan el sello del matadero. La violencia como aproximación a lo sublime es una mágica representación. El arte para verter sangre está contaminado por la ilusión y los abalorios humanos vestidos y conformados con la legalidad vigente. Una pintura es la apariencia de un hecho excepcional, pero es una carcasa vacía si no contiene la experiencia estética de la realidad profunda del ser. En ese encuentro vital, en el instante del reconocimiento, Efi exclama: “¡Qué aliento de verdor traspasa el día!”.

Opino que en el proceso de creación es necesario arrojar lo aparente, desplazar al “tártaro” toda referencia literal, dejar fluir el pensamiento, el impulso fuerte, y entenderlo como conexión directa con el flujo del tiempo. Entonces se debe actuar libre, como él, tomar conciencia de la unidad de los procesos creativos y hacerlo dentro de la arquitectura del propio discurso. El encuentro consciente con el saber intuitivo ayuda a modelar los instintos, induce a aprender y contribuye a mirar con libertad. En esas circunstancias el estado espiritual se hace océano de Lord Byron y, cuando se entrega la emergencia expresiva, es cuando las manos son atravesadas por la negrura de las aguas y la luz naciente: lo oscuro se hace visible. Dice en El corsario:

Cuando navegamos sobre las llanuras azuladas, nuestras almas y pensamientos se hallan tan libres como el Océano, tan lejos como los vientos puedan llevarnos y en todas partes donde espuman las olas, encontraremos nuestro imperio y nuestra patria.6

Este es el momento creativo fundamental, germinal, cuando la energía del mar de Dirac aparece y, en la emergencia, se forma el pensamiento sensible y se atrapa en la autenticidad del instante. El cuerpo físico se formula, crea el lugar fértil en la memoria, se hace visible en la obra y comprensible en la palabra. Todo es cercano si el mensaje viene directo del aliento de la naturaleza y sabemos interpretar la vitalidad del mensaje sin abalorios ni decorados. La obra noble es como la piedra de río pulida por el tiempo.

Lo lejano y confuso se aproxima solo y lo incomprensible se hace diáfano al instante.

 

Siempre estamos en tránsito hacia lo desconocido, uncidos a la incertidumbre.

Lo esencial

Expresa enfáticamente la escenografía que instala Monet en su estudio de pintor: Efi se entrega cuando alguien le apasiona. “Puente, pintor y lienzo son reflejos, imágenes que juegan con la germinación de los matices frente al brillo opalino del sol que dora”.

Monet en Giverny construye el paisaje para después representarlo y todo queda en el gozo estético. Domestica la naturaleza para pintarla como acto de lujuria visual.7

Con sus manos y sus cansados ojos, ha construido casi al final y a la manera de los presocráticos (…) un recinto sagrado; él lo llama el Jardín del Agua.

Los animales y plantas estamos unidos con el entorno en simbiosis permanente, en proceso de intercambio y transformación. Vuelvo a Borges: al pensar sentimos que el mundo habla por nuestra boca y aparece ante los ojos al nombrarlo. Lo notable es que nos vemos disueltos en el presente, los montes y valles nos acogen, somos hijos de la tierra ofrecida, nunca de la prometida. Como afirma Efi sobre Goya: nos “mira siempre desde la soledad”. Así representa el Perro enterrado, absorto ante la pintura brumosa, quizá es la “cueva de la nada” de Baltasar Gracián. Así ve lo esencial cuando se aleja de lo evidente, cuando entra en El sueño de la razón y se convierte en un zoo monstruoso atrapado en la prisión interior.

Siempre estamos en tránsito hacia lo desconocido, uncidos a la incertidumbre, donde el paisaje se hace hogar, lugar de “paisanaje”,8 campo de batalla y espacio de reflexión. El suceder obliga a caminar, es el incesante flujo del pensamiento y tenemos la convicción de que lo que hacemos nos lleva a algún lugar. La obra es pausa para descansar y tomar aliento. Con los años el paisaje se encarna en nosotros con emoción, nos posee hasta hacerse sentimiento y, en los ojos, se manifiesta generoso como la estética de lo real. Eso es lo esencial en la experiencia estética.

 

El concepto

De Rembrandt reflexiona sobre la mejor época del pintor. “Lo suyo era la prisa, le esperaba la vida en cada empaste, en cada cielo, en cada pincelada”.

Sabemos que en el universo mental, el estado interior se puede llevar hasta los límites de lo comprensible y razonable, sólo es necesario ser conscientes de la proyección expresiva y de las contingencias que intervienen. Todo se puede ensayar si nos situamos en la atalaya del poeta y contemplamos el buey desollado como la representación de un hecho extraordinario. Un coloso vaciado, desollado y crucificado como ofrecimiento. La oscuridad del fondo recuerda los mitreos, pero la estructura compositiva es tan poderosa que sólo se pueden escuchar sus bramidos, el viento que atraviesa los huesos como plegaria, el color que taja la carne todavía vibrante.

La mística del bardo se hace esencial con la visión placentera, es la que emerge de los procesos creativos, la que nos ayuda a injertarnos con el flujo incesante del pensamiento. Esta es la visión definitiva de lo complejo y en ella entendemos su fusión con todos los tiempos, con todas las variables unidas en lo germinal. El pintor se hace místico en el color, en la oscuridad, e incorpora la tierra como unión principal. El sufí invoca el mundo deseado con la palabra, lo recrea con la acción, con la voluntad lo hace camino hasta que se ilumina interiormente. Entonces contempla cómo se forman los montes y valles sin mover los labios: el verso crece junto a él como la hierba. Escucha cómo suenan las telas de seda en la visión interferida, cómo se borran las imágenes de las nubes y se forman ante los ojos los cristales de hielo: del esplendor de los colores destila lo innombrable que le conmueve hasta el llanto.

Al caminar se encuentra y el buscador se hace: así se manifiesta Efi.

Busco el reflejo del paisaje extrañado en las Tierras extrañas del artista alemán Axel Hütte.

Todo es diáfano en la acción creativa si se entiende aquello que une la vida con la muerte.

La fotografía es la obra conceptual que destila la realidad al borde de la tumba. Roland Barthes afirma que paraliza el tiempo, nos acoge en el instante y presenta la realidad indudable del que observa.9 La fotografía es un instrumento asombroso que posibilita comprimir y acelerar el tiempo, aumentar o disminuir la realidad para observar lo que a simple vista no podemos ver. Una vez desplegada su capacidad resolutiva, nos muestra el arte de morir con la dignidad de las piedras. Posibilita ir a la naturaleza para atrapar el instante, encontrar la vibración del color, el silencio de un brote de hierba y el movimiento sensual de un estambre. La imagen del instante permite fundir en una imagen grandes dosis de alegría y de tristeza. La mirada invoca al buscador, lo empuja para encontrar lo vial en la semilla e intenta perderse en las profundidades del cielo para encontrar el aliento de la totalidad. Lo hace para ayudarse y experimentar que la propiedad de una partícula, cuando aparece y desaparece en el espacio, se hace real en el fondo oscuro del verso. Como el cantor, quiere sentir el temblor de un armónico que nace en la garganta, un versículo que se resiste a ser y, en la duda existencial, se dispone a vibrar el aire con la precisión del ruiseñor. Dice Efi en Estados sucesivos:

Un pulido guijarro
confirma el mudo transcurrir del tiempo
la suavidad donde ha colmado el agua
el lado oculto del desasosiego.10

Sin respiro: así le dedica a Carolina Luján unos comentarios sobre la obra de Rubens. La disertación dice que se quedó sin aliento, la obra emite voz sin tiempo. Es como algunos supervivientes que afirman ver pasar la secuencia completa de su vida tras la experiencia de haber superado la muerte en unos segundos. Estos escenarios comprimidos de emoción son fértiles para la búsqueda del ser espiritual y especialmente para el encuentro con lo transcendente. Son los territorios por donde transita errante el pensamiento inquieto y donde crece, hoy más que nunca, la sustancia fértil del arte. La obra como pensamiento, como idea, ya es un hecho, y tenemos que entender que Velázquez y Rembrandt son artistas eminentemente conceptuales; en su tiempo, ¡modernísimos! La expresión artística como experiencia de lo cotidiano, como gnosis y posición ante el mundo, es la realidad dinámica, el proceso creativo que observamos siempre. La obra intenta ser el testimonio de esa voz que fluye, esa verdad que desaparece y el autor la crea para hacerse, para esquejar pensamientos intuidos y para vivir consciente de que está en el camino. Todo es diáfano en la acción creativa si se entiende aquello que une la vida con la muerte, el cielo con la tierra y las noches con los días. Como afirma Lao-Tsé en el Tao-Te-Ching:11

Lo fácil es ocasión de lo difícil.
Lo corto deriva de lo largo por comparación.
Lo bajo se distingue de lo alto por posición.

 

Pensar

El pensamiento es un generador de problemas si no existe la voluntad de ordenar y pacificar el ímpetu del laberinto mental. Él, por su cuenta, puede construir quimeras que obliguen a no ver lo esencial en la vida. La sociedad, la educación, la información, nos inducen a ver lo que dicen que hay que ver, construir lo que está dictado “ser en la fe del creyente”, pintar lo que toca y escribir lo que se espera que escribas. El campo de observación es más lo ya tratado que la realidad que fluye en un almendro.

En los sistemas complejos, lo más conveniente es buscar las relaciones entre las conexiones internas y las realidades externas y analizar de manera metódica sus movimientos: interacciones, historia, dinamismos y variables. Esta es la figura de Rodchenko, la que toma como referente Nikolai Tarabukin en su libro El último cuadro.12 Efi destila estas palabras. “Las situaciones que el espectador percibe, Rodchenko se las muestra, o desde muy abajo, líneas oblicuas que marcan la frustrada ascensión; o desde muy arriba, donde, paradójicamente, se opone al vértigo, al vacío, a la nada”. Refuerza esta idea sin mirar al autor con unos versos que publica en Altano.

Dos líneas que convergen.
Una extensa llanura desolada.
El fulgor del silencio,
la tristeza infinita
y temblando en la nada:
……………………………….las estrellas.13

El mismo papel blanco puede contener la verdad y la ficción de todos los tiempos. Jung decía que el que mira hacia fuera sueña y el que lo hace hacia adentro conecta con la realidad. Los ojos del buscador se contemplan en lo que fluye y encuentra que para cada observador es diferente el mismo cielo, la misma línea, el mismo color. Sólo cambia un detalle invisible para los contrarios: las valencias se invierten y lo que es blanco para uno se hace negro para el otro. Esto es lo que le sucedió a Stalin cuando consideró las vanguardias rusas como “la gran aventura” y finiquitó aquella contingencia creativa con el “realismo socialista”. De este hecho sacamos una lección importante: el poder necesita controlar el espíritu de las gentes y el arte, la poesía, la imagen, son sus aliados. La libertad establecida seduce con lo aparente, lo que simula ser primordial y presenta lo asombroso como simulacro. Las grandes propuestas artísticas muestran el vacío y el misterio como lugar de reflexión. Lo contingente en la obra presenta el afilado puñal de lo terrible para conducirnos a lo sublime y, en algunas ocasiones, espiritualmente lo cambia todo. El buscador descubre lo oscuro y luminoso, la nada preñada que presenta lo emergente, así aparece aquello que induce a romper con lo evidente y sacar a la luz la oscuridad que deslumbra. Hay que estar atentos a la intención: la mirada no es nunca inocente. Constatamos que el tiempo transforma al ser y la obra que anima el espíritu, si está viva permanece, si ha nacido muerta sólo es ornamento.

Algunas veces nos sentimos como una ficha más del engranaje del juego de la oca. Encasillados, avanzamos y retrocedemos y el viento empuja fuerte, no sabemos las reglas que rigen nuestro azar, se siente la firmeza de la tierra bajo los pies de arcilla…

Esencia se detiene un instante en el pensamiento primitivo que construye el mito antiguo de Kumarbi.

Aunque la expresión, “pies de arcilla”, denota lo efímero, la flor de un instante, casi inexistente en lo físico, deja una estela de palabras, sentimientos y emociones para transitar más tarde por la huella fósil que ha trazado. La emergencia del secreto está ahí petrificada, es invisible para algunos, evidente para otros e indiferente para la mayoría. Qué queda después de todo: la obra que se hace mito y confunde las pasiones con la realidad. Quizá el origen del conflicto está en la casual disposición de un espín mental, el cual, en un instante, se transforma y hace causa poética de una sombra que deambula en su laberinto. Recuerda Efi: “…cruzando de puente a puente, mientras me llevaba la corriente de la historia o del símbolo o de la propia magia de adentrarme en lo desconocido”.

Umberto Eco dice al respecto sobre este laberinto existencial y genésico:

Arrojados por el primer día de la creación, los purísimos elementos de Euclides por el hiperuranio sobre la tierra, se trastocó la abstracta identidad, se negaron los fantomáticos derechos, se postraron al fango de la méthexis y allí surgió, por fin el laberinto.14

Una semilla germina y se hace color, deviene en flor de acanto, una línea pura dibuja el perfil del horizonte; el laberinto se disuelve con la claridad y todo aparece diáfano sin reflexión aparente. Un trazo firme atraviesa la composición, la cual, para los necesitados de certidumbre, es la salvación, y para los que viven y viajan en la incertidumbre es una palabra que se hunde en el lodo.

 

Lo imaginado

Esencia se detiene un instante en el pensamiento primitivo que construye el mito antiguo de Kumarbi, el que supo reproducirse en una roca de montaña para que naciera el destructor de los dioses hititas. Efi cita el Canto de Ullikummi y contempla cómo se hace ritual colectivo y crece con fuerza propia, su significado aumenta de tal manera que ya no puede pararlo el río interesado de la historia. “No es acaso un laberinto la grafía jeroglífica que este pueblo enigmático reservaba en los documentos más importantes…”.

En el mito, una piedra, la diosa madre, le proporciona un hijo de Kumarbi, el cual se convierte en el guerrero destructor del dios del trueno. De igual manera sucede hoy cuando una botella se hace contenedora de misterio, una flor silvestre o marisma delata los secretos de la vida y un hito, un farallón, centra el lugar sin decir nada. Esa es la fuerza de la realidad estética, el arte de lo intemporal que se manifiesta en el paisaje y se hace relato y arquetipo cultural. La naturaleza habla el lenguaje de las leyes universales y cada especie dispone de códigos propios: a los pájaros los interpreta Melampo pero lo esencial lo entendemos todos. Para algunos es primordial la comunicación con la naturaleza, a mi entender es la base espiritual que permite la comprensión del mundo. La extrañeza confirma lo aprendido, pero el alma colectiva no puede existir fuera de las costumbres, la moral, la “fe” y las enseñanzas. Como gnosis y camino espiritual, el arte es salvífico al margen del objeto que lo presenta. Así podemos emocionarnos y disfrutar del Poema de Gilgamesh, el Canto de Ullikummi, el Mahabharata, el Cantar de Mio Cid, las Leyendas artúricas o el Guernica ya que son herencia cultural compartida.

La pintura de Carmen Laffón está ahí para descubrir lo que la naturaleza ha proporcionado con largos años de observación. La llamada de lo obtuso, lo sugerente, la sensualidad y el delirio, se abren paso en la imaginación para convertirse en placer digerido: no hay preguntas oscuras en su obra, hay sensualidad en la luz que se cuela entre el color. Dice Efi de esa pintura femenina hecha con el placer de pintar:

Uno de sus cuadros se ha desplegado frente a nosotros y nos invita a entrar en los espacios: el emocional alumbramiento del paisaje real, y el pintado.

El paisaje pintado se cuela en la mente y sustituye al real, hace de cimiento y de cemento, cumple con aquella máxima que afirma que la naturaleza imita al arte. Pero esta máxima no es cierta, el mundo del arte es una construcción mental y podemos contemplarlo en la “obra” contenida en la pintura. La misma botella, la misma mesa, la presenta Giorgio Morandi y vemos otra realidad, otra presencia; entonces ocurre algo extraordinario, el contenido de lo que vemos se transforma en una expresión que surge del misterio de lo concreto. Algo fundamental nace de la fuerza de lo evidente, del valor de lo causal; la mística del objeto, muerto y puesto sobre la tela, se reaviva en la eterna representación. Lo cotidiano y humilde se hace divino bajo los efectos de la luz y la ilusión. El cuerpo de una piedra se hace matriz y muestra su poder en la sobria materialidad del tiempo: así lo cantaron los mitos y Cervantes lo hace parodia genial en El Quijote. Lo trascendente y primordial está en el pensamiento que lo abarca todo y resplandece en la vida y en la muerte con meridiana simplicidad. Hasta en los rituales más distantes aparece la fuerza de la intuición y en la génesis, en el origen de cada pueblo, siempre aparece la simbología de lo primordial (nacer y morir) de manera sorprendente.

“¡Oh, hijo dilecto! ¡Escucha sin distraerte! Al tercer día surgirá una luz amarilla que es la esencia pura del elemento tierra”.15 Qué puede haber más poderoso que la luz del sol, qué más nutricio que la tierra, qué más casual que el acontecer. La ruleta del tiempo abre paso a lo causal y nos deja desnudos y asombrados ante la belleza del mundo.

 

La materia es la urna de la existencia, el contenedor de la idea.

La naturaleza del arte

Pregunta Efi: “No sé qué me interesa más de Tàpies, si su silencio o su gestualidad”.

La historia biológica formó con materia el vehículo del pensamiento, así se hizo fenómeno físico y metafísico. Al grabar la piedra con un gesto, en ella se deja la herida como señal y el tiempo la cubre de líquenes y de discurso dolorido. La materia es la urna de la existencia, el contenedor de la idea, la que emite la señal permanente. Un trazo sobre la arena deja la huella y las olas del mar borran la señal al instante: quizá la playa memoriza lo sucedido como acción contingente. Los símbolos son contenedores de la complejidad del mundo y el tema del tiempo y el espacio de Velázquez fueron para él arquetipos que durante siglos mantuvieron el interés de la pregunta. Es importante que así se observe y conserve ya que vivimos dentro de ese tejido espacio-temporal y no podemos escapar de la trampa mineral excepto con la muerte. La pintura matérica de Tàpies es una muestra excelente: una cruz sobre arena anima lo inanimado.

La idea del origen material o espiritual es un mantra que vibra en todas las mentes y el deseo implícito de encontrar su rostro nos lleva a polarizar el discurso: Dios o máquina, la forma, y el significado que desprende, obliga a mirar con intención la materialidad de un cuerpo desollado como el buey de Rembrandt. Comprender lo que vemos, en su más genuina condición, nos lleva a entender la arquitectura interior del mundo, percibir la fuerza de la pintura narrativa con el símbolo implícito: la crucifixión de la máquina biológica. Lo terrible se hace sublime cuando nos vemos atrapados en la trampa de lo real: la materia se hace carne nutricia y el espíritu es el rojo que tiembla en lo oscuro.

La serie de colores puros de Rodchenko nos impone lo esencial de la luz para un pintor: el color. La renuncia a las otras miradas conduce a pintar El último cuadro y dejar como testimonio la realidad mental, no las evidencias de lo invisible.

Aparentemente todo es sencillo: mirar un muro herido presenta el poso del tiempo a la manera de Tàpies, ver la grieta en la roca dice que la semilla de Ai Weiwei, la fuerza de la totalidad, entró por un poro y empezó a crecer hasta hacerse roble. Su potencia abrió las entrañas de la piedra y la hizo matriz esencial, la fecundó como cuenta el mito de Ullikummi. Como podemos ver, en las cicatrices queda implicado el documento de la vida y de la muerte. Cómo escribir las voces que aúllan tal como las escuchamos. Dudo mucho que podamos hacerlo, el enmascaramiento de lo esencial nos instala en el prejuicio, pero también dudo que el método de El plátano de Maurizio Cattelan sea la solución. El gesto no hace la obra y el escándalo tampoco; sólo es el insólito juego de los vanidosos con sentimientos interesados y turbios.

Quizá terminó la época de los demiurgos, ahora son una parodia que se puede mantener como Midas literario y como método expresivo, nunca como conducta moral. Teniendo en cuenta que los humanos somos seres simbólicos, debemos proporcionar solidez a los anunciados aunque quedemos enterrados en el olvido. Más allá de lo atrevido, de lo singular del “jardín del agua” de Monet, de lo disparatado de los precios que alcanzaron sus cuadros, está la fuerza moral de la obra, la que se mantiene en la historia y no pierde actualidad. La obra contiene valor testimonial y realidad estética, lo demás sobra.

La materia nos interpela, la naturaleza nos habla, la historia señala el laberinto y queremos entender sus palabras con un gesto veloz: como ella lo hace. Pensar sobre la dualidad mente-cuerpo, espíritu-materia, nos ayuda a acercarnos a lo absoluto y buscar las puertas del Ser en lo esencial, esto es lo que trata Efi Cubero en su libro. La reflexión es estimable aunque el mensaje quede en el olvido. La búsqueda personal es primordial, especialmente cuando se es consciente de que la vida marcha y lo irremediable se presenta: el beso del ángel negro lo comunica en el momento exacto. Un repaso sobre las obras realizadas recuerda si estás preparado, o bien, si el tiempo se escapó de las manos. Mirar la semilla de porcelana para comprender la metáfora es compartir la intención y contemplar la futura planta cargada de frutos. También es aceptar que el arte sirve para dibujar el tiempo, para conocer y ver lo invisible cuando aparece, que lo eterno también es efímero y lo pequeño es grande.

Rufino Mesa Vázquez
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Notas

  1. Borges, Jorge Luis: “El Golem”. En: El otro, el mismo. Poema inicial. 1964.
  2. Martí, José: “Cultivo una rosa blanca”. Elogio a la amistad y lealtad.
  3. Storni, Alfonsina: Antología mayor. Poesía Hiperión. Madrid, 1997. Página 291.
  4. Erice, Víctor: El sol del membrillo. Reportaje fílmico sobre una obra de Antonio López en la que se trata la esencia de la luz. 1990.
  5. Lipovetsky, Gilles: La era del vacío. Anagrama. Barcelona, 1995. Página 57.
  6. Lord Byron: El corsario. Club Internacional del Libro. Madrid, 1997. Página 177.
  7. Wildenstein, Daniel: Monet, el triunfo del impresionismo. Editorial Taschen. Madrid, 2001. Pp. 323 y siguientes.
  8. Unamuno, Miguel de: “País, paisaje y paisanaje”.
  9. Barthes, Roland: La cámara lúcida. Paidós Comunicación. Barcelona, 1990. Página 11.
  10. Cubero, Efi: Estados sucesivos. Architectum Plus, S.C. Aguascalientes, México, 2008. Página 141.
  11. Lao-Tsé: Tao-Te-Ching. Ediciones Morata. Madrid, 1983. Capítulo II.
  12. Tarabukin, Nikolai: El último cuadro. Colección Punto y Línea. Editorial Gustavo Gili. Barcelona, 1877. Página 43.
  13. Cubero, Efi: Altano. Colección Alcazaba. Badajoz, 1995. Página 72.
  14. Santarcangeli, Paolo: El libro de los laberintos. Ediciones Siruela. Madrid, 1997. Página 15.
  15. Anónimo: El libro de los muertos tibetano. Ediciones Siruela. Madrid, 1996. Página 51.
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