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Poemas de Arturo Zafra Moreno

lunes 12 de octubre de 2015
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La discusión

Se me puso enfrente,
cara a cara,
con esa mirada de idiota
empedernido
y con ese aire
de triunfador que en su vida
ha logrado
cagar como un campeón de verdad.
Me miró
con pinta de chulo
y me dijo:
“Mírate detenidamente.
Eres feo,
gordo,
te crees mejor
que los demás,
cuando no vales ni
la mitad del cordón
de un zapato.
Hueles a cerveza,
eres más cobarde
que una mosca que revolotea
tu cocina buscando
tu paciencia.
Bebes porque no te ves capaz
de luchar contra el día a día”.
A lo que le dije:
“Y tú no eres mejor que yo.
Insultas a la gente
porque no te atreves
a insultarte a ti mismo.
Sabes que soy una gran persona,
pero he sufrido mucho en la vida.
He luchado contra ti durante muchos años
Porque no dejas de fastidiarme.
Ya sólo me queda el alcohol,
el tabaco
y la soledad”.

Por el calor de
la discusión,
me cabreé
y rompí el espejo
de un puñetazo.

La mano me sangraba a chorros
y me sorprendí al ver
lo roja que era mi sangre.

 

Hoy toca ir al bar

El sexo y el alcohol
se asemejan en muchos
aspectos:

En pleno acto puedes ser

lo que te plazca.
Un príncipe, un vagabundo
Un repartidor, un poeta ilustrado,
Un camarero, incluso un payaso;
el procedimiento es el mismo
a la hora de meterla y sacarla.
Ya sea el cuello de una cerveza
o tu polla equipada para
la introspección.
Durante ese trámite
satisfactorio
los coches, semáforos
ambulancias, hospitales
orfanatos, tanatorios
desaparecen de la mente.
Solo sois tú y ella.
Es por eso que
el día que no me veáis
sentado junto a la barra del bar
deberíais brindar por mí,
ya que estaré follando

—o muerto.

 

La lluvia es muy perra

Voy por la calle,
mientras llueve intensamente,
y yo sin paraguas.
Cae esa lluvia que a más de uno
nos enfurece por
empaparnos con esa
mierda de gotitas.

Esa lluvia que cala

tu chupa de cuero
Casi sin avisar
y sin que te des cuenta hasta
que te tocas el brazo para rascarte
y tienes la mano envuelta en agua
congelada.

Camino por la acera
mojada,
tratando de que las gotas
que se suicidan desde
las ramas de los árboles
del lado derecho
no hallen muerte en mi cabello,
y que los coches que corren
por la carretera de mi lado izquierdo
no me salpiquen,
no vaya a ser que me cague
en su puta madre
e intente ir a sus casas
para arrojar agua por su salón.

Ni caso. Las gotas de los árboles
siguen rebotando en mi pelo
y
los coches riegan
mis piernas y parte de mi cintura.
No hay un camino central
en toda la anchura
de la acera.
Agua o agua.
En ese momento es cuando
aparece la idea lúcida
nítida
clara:

Si lo llego a saber,
no salgo de casa.

 

A escondidas

He subido a mi cuarto
para estudiar Geografía.
Mañana tengo la recuperación
de todo lo que me negué a hacer
en su momento.

Me siento en mi silla,
abro el libro por una página al azar
y me quedo en silencio
mirando por la ventana.
Veo montañas salvajes, la naturaleza
en todo su apogeo de colores.
Veo aves que no se tienen que sentar
enfrente de un libro sin ideas.
Aves que vuelan por donde quieren,
sin tener que seguir un plano regulado
por departamentos de torturas.
Sólo veo libertad,
y soy libre para escribir al menos un poema
que se lleve mi depresión académica.

Cuando empiezo a escribir
mi mente vuela,
mi mano se aleja de mi cordura,
mis pies pisan otro suelo
uno más blando y esponjoso
—una nube.
Y mis oídos… escuchan unos pasos
de escalones, el sonido cristalino
de los azulejos de la escalera.
Escuchan una aproximación maldita
dictadora
y me dan escalofríos por todo el cuerpo.
Me imagino el futuro inmediato
algunos gritos imperativos
unas arrugas que se infectan de rabia.
El rostro de mi madre desfigurado
por los pensamientos “sensatos”…
sólo porque en vez de estudiar los climas
sistemas montañosos, ríos, rocas
(toda esa mierda estática),
estoy escribiendo poemas sin futuro
(¿acaso yo lo tengo?)
Que si moriré en la calle y por hambruna.
Y lloraré por la sinceridad de mi madre…

Los pasos no cesan, se acercan a mi puerta de madera.
Tengo que esconder mi libreta
mi libro de poemas de Bukowski,
el de Jack Kerouac también,
incluso las Hojas de Hierba de Whitman.

Tan solo puedo morirme reflejado en la página 62
de mi libro de Geografía,
y que dicha muerte me dé un trabajo digno
y un sueldo con el que vivir
¿Acaso alguien quiere eso?

No puedo ni estar deprimido
y llorar sobre el teclado de mi portátil.
Prefieren que riegue un libro estéril
antes que una tierra en la que algo
—es posible—
crezca.

Arturo Zafra Moreno
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