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Poemas de Amílcar Bernal

miércoles 28 de octubre de 2015
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Alas cortadas

Nunca fuimos a París
porque en la casa pobre de nuestras ilusiones,
simple como el refugio que construye
el ave con su pico, había siempre
algún deseo qué comprar, y la alegría
de tenerlo era igual a kilómetros de vuelo;

ni a la plaza San Marcos
por andar en la plaza de mercado
resolviendo bostezos con suspiros.

No era de marca la ropa que tapaba
nuestros cuerpos de arrullo; no
había un sol verde atrapado en tus collares
ni peligro en el salto al que nos atrevíamos;
no le nacieron alas a mi destino,
ni tuvieron grito tus enojos;

pero teníamos el beso
de cuando saborea el corazón,
el abrazo del día que escanciaba
el alba en nuestros ojos,
el lecho compañero del secreto
de las noches más hondas
y un pan en cada sueño.

Mas todo se hizo nada. En tu mañana
si encuentras en París a un conocido
y en un arrebato de pretérito
le preguntas por mí:

te dirá que allá atrás
donde fue niño tu tiempo, donde se ama
en la quietud de las pantuflas lerdas,
entre el delantal de hacer lo que es debido,
al comienzo del paseo que no salió de la vitrina
de la agencia de viajes,
———————-sigo vivo

respirando tus pulmones eternos
en el café de mis mañanas tristes,
con los ojos llenos de retratos y un poco de ceguera,
escribiendo con signos caducos tu nombre,
dibujando el milagro de tu aspecto con mi mano que tiembla,
allá,
atrás,
al regreso de todos tus destinos,
donde tu olvido
es el vasto país de mis recuerdos.

 

Espejismos

Cuando te encuentro por ahí
oculta entre los regalos de la casualidad,
plasmada en el humo de las siluetas que se hunden
en su transparente porvenir;
sospechada en el agua como un pez imposible;
evadida del día por las grietas del tiempo;
extranjera en el mapa de mi mundo perdido,
sin camino en tus huellas
ni retorno en tu sino;

o te veo
dibujada por la costumbre del recuerdo
sobre pedazos de espejo
como un vuelo sin ave que va siempre partiendo;
presentida en el color que tenía el universo
el día en que mis sentidos te inventaron
era un domingo, ibas
detrás de alguna prisa en tu vestido rojo
—,

agradezco a esa esquina
construida con los materiales de los sueños mejores,
a ese lapsus
que la fiebre hace tiempo como hacer un milagro,
a esa lluvia
que cae disfrazada de bondad infinita
sobre la piel porosa del desierto más largo;
a todos los imposibles
que hacen posible tu estadía en mis ojos
que de ya no más verte se llenaron de ciegos,

y me felicito
por mi capacidad de recordarte exacta
como fuiste a lo largo de la alegría
que duró el estar juntos,
———————–como eres
ahora que te vistes de nostalgia y vienes
hasta tu contorno dibujado en el aire
sin salir de la ausencia.

 

Soñando sin sueño

Ahora y aquí:

infinito en la noche donde es rey el desvelo;
de los ojos ajenos desterrado y oscuro como un luto sin deudos;
bajo sábanas negras y rencores que muerden,
frente al número cero de una calle desierta como el grito del miedo;
contra el mástil atado, de este barco fantasma
que atraviesa las horas de sirenas que engañan
al deseo y su goce con mentiras de viento,

de narices me he dado con tu rostro, espejismo,
mientras sueño despierto,
y quedamos tan cerca,
como sombras escritas en la misma penumbra,
que la respiración de tus poros resucita mi asfixia
y es tu aspecto el retrato de la madre que tuve cuando fui menos muerto.
Y marchamos tan juntos —es eterno engañarse—
como ríos siameses de una sed sin papilas,
tanto
que el color de tus ojos es el mar de mis peces
y tus peces lo inquieto del cerebro en que existo.

El amor me retoma
y nocturno me extiendo sobre un lecho inventado,
abrazado a tu ausencia como un ancla cubierta por océanos secos,
en la noche falsaria de los guiones dementes
que en la piel con puntillas van grabando su encono,
hasta que tu cansancio se deshace en lo quieto
de mis músculos muertos
y tus voces más sordas en mi almohada se empozan
como quien infla el mundo con mentiras de viento.

Pero luego del lapsus del iluso ajetreo
te deshaces —no existes, te he soñado sin sueño—
otra vez, me desprecias como al pan el hartazgo
—llegó el alba mezquina de los ojos que trizan soledades de niebla—,
y entre sábanas negras y rencores de espina
me desechas, me borras, me descartas, me olvidas
otra vez, como pierden las partidas aquellos
jugadores que apuestan con tesoros ajenos
y se quedan vacíos como ideas geniales
que no encuentran oficio ni en el más tonto sueño.

 

Caricia para después de la afeitada

Después
cuando lluevan tormentas —bajo el siguiente paraguas—
o lloremos un poco,
lo que es igual a una tormenta con la diferencia de la sal
que sabe al dolor de cada uno,
iré a la cita que tengo conmigo
en esa esquina donde dimos juntos
aquel primer paso,
para mirar en las otras direcciones
—las que no tomamos—
y entender que sin ti mis caminos
podrían haber sido buenos
aunque no mejores.

Después
cuando llores por otro
esta lluvia salada que te dejo,
entenderás que algunos de mis regalos
no eran dulces
aunque no tan amargos como
esas lágrimas tuyas que no lloran por mí.

Siempre el siguiente amor será mejor,
pero cuando duela y queramos volver a través del espejo
a la edad anterior,
al comparar un dolor con el otro
fallará la memoria y podremos
sin temor a la lluvia
intentar otra vez.

 

Ya no

A Minú.

Se cerraron las puertas de algunos lugares
donde íbamos juntos.
——————–No queda,
de nosotros,
ni el canto ni el eco del grito que fuimos,
no yace —otros van por el mutuo sendero—
tu huella en mi paso.
——————–Afuera,
—————————-en la calle
quienes vieron tu luz en mis ojos
son sombras que llueven de árboles muertos,
relámpagos ciegos. Nos vamos vistiendo
de rostros oscuros. Son nuestros tesoros:
la vieja obstinación de la ceniza, el miedo,
el catecismo del desamor, la soledad,
el tedio.

Lo que fuimos
se agrieta, cruje, busca el suelo y pierde
su esencia gota a gota. En el espejo
del tiempo quedan hilos donde toco
tu piel
de aquellos días.

Amílcar Bernal
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