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Cinco poemas del libro Cascajal, de Marco Antonio Valencia Calle

miércoles 2 de diciembre de 2015
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Extraviado en los colores

Un gemido extraño, como de animal corriendo sobre las escaleras. Una sospecha curiosa, cansada que se rompe para conectarme con la realidad. Un cuerpo que se queda dormido pero es verbal, y trágico se pregunta por sus contradicciones del aquí y el ahora, por los miedos y la angustia de no saber quién es y para dónde va. Un olor extraño, como de animal corriendo sobre los sueños. Una pregunta que se alza como una multitud en el sendero, sobre un caballo sin huellas. Un instante en un gesto, en un pestañeo para decir una palabra húmeda, un sonido fraguado entre el día y los pensamientos muertos.

Si, de repente, hay algo memorable. Si, de repente un sonido tan ardiente como un cuchillo clavado en el pecho para embriagar la lucidez sobre el vuelo de la noche entrega una flecha y un arco. Extraviado en los colores festivos, acunado en el ego sin alas, metido en las preguntas sin respuestas soy un blanco de diana dispuesto para la flecha envenenada.

 

El vuelo del mensajero

Un día sin comer, sin explorar la vida, sin preguntarle nada a nadie. Cualquier tierra sembrada de silencios, o extraviada en días olvidados, en angustias ralas. Un día sin atreverse a sonreír, a cantar o a expresarse sin secretos, sin instintos. Un día preso del disfraz de la soledad infinita, sin sorpresas, sin lluvia en el corazón, sin luz en los anhelos. Bajo un árbol de frutos inolvidables, ansiando una tempestad que haga palpitar la presencia de una idea en el calendario, el vuelo del mensajero entreverado entre las emociones sobre el tiempo, bajo el tiempo, sin llegar al dolor, sin llegar al espejo, sin mirar al anciano que seré.

 

La cicatriz de la vergüenza

Sin música bajo el cielo azul, hay un sentimiento de destierro del paraíso. Sin poder encontrar el azar se vive extraviado en el paraíso porque no hay dolor, sino esclavitud, porque no hay sueños sino sangre púrpura de todos los hombres que faltan en las preguntas, en las miradas, en una causa. Entre la calle y el jardín pateando piedras porque no tengo ojos sino cuencas y horas para esperar. Han sido tantos los cumpleaños celebrados sin juzgar a nadie, pero con el miedo ladrando a los pies que cualquiera puede perder el juicio o le entrega las llaves del juicio a la nada.

Tener en el pecho la cicatriz de la vergüenza como respuesta al infortunio, como una luz desgarrada, producto de una enfermedad impura, los desafíos a la infamia, los odios que navegan sobre un dolor nublado. Tener en el pecho la cicatriz de un juego por honor, como los que aman combatir tanto la ruina como la gloria, sin más nada que salvar la vida de los días aburridos. Deshonrado, sin conocer la verdad, sin perdonar, sin compadecerse ir tocando los bordes de la vergüenza con las manos mojadas, como un ser invisible, como uno que se dedica a lavar con lágrimas la deshonra. O morir con dignidad, dejando que el cuchillo corte el alma sin piedad para vivir la dignidad de los que salvan a otros, de los que mueren por otros, de los que son capaces de enfrentar y matar el monstruo por otros.

Sin parpadear, en el destierro, en el drama de loa afectos, en el fondo de las sospechas, en el desafío del desprestigio por suicida se mece un héroe que nadie conoce. Era el engaño muerto de un anciano de oro, un camino tapizado por herreros, por la tragedia que promete traer justicia a las nuevas generaciones, pero nadie siente orgullo, ni parpadea de orgullo por ello.

 

Una historia violada por juglares

Un viento silba entre bosques, entre el follaje, como entre libros de hojas verdes. Un libro escrito con el coraje de los oprimidos que cuenta historias que nadie sabe guardar para sí, porque no se han hecho los votos del silencio ni se ha jurado sobre una tumba el callar, un libro de gente condenada a vivir con la corona de la cobardía fijada en la frente.

No es un sueño, y tal vez no sea una realidad, es una historia violada por juglares y narradores de la montaña que la dicen como rapiñando un alimento, como una pesadilla colectiva, o como se cuenta una profecía preñada de señales en un cielo colmado de estrellas, como un poema épico que no se borra del pensamiento de la gente.

La lengua de los soberbios va orquestando un camino de serpientes, de profecías, de misterios, de huevos empollando piedras preciosas que les serán entregadas a los elegidos. Son palabras que cabalgan de un lado para otro pregonando visiones con canciones de alas blancas sobre tierra de esperanza, sin importar las tormentas, el temor, el viaje hacia el alma de la gente.

Una sombra con alma de pájaro, sobre un círculo de gente que tirita de frío, canta, dice, gesticula, miente, navega entre sus recuerdos, sin rumbo. Y otra sombra hecha de odios escala sobre una mentira, una condena, un libro negro. Y si bien hay una tormenta de remordimientos en el cielo, al rato todo sigue, como si nada.

 

Arabescos sobre el papel

Estoy invitado al carnaval, no para soltar una lágrima, para escuchar música y volar entre la danza. Eran las tres de la madrugada y la música no dejaba de sonar bajo la noche, sobre el corazón y los dedos. No era para soltar una lágrima, pero había tantas emociones tiradas sobre el asfalto, bajo la luna, sobre las notas musicales, bajo la suela de los bailarines, que las flores reventaban sus corazones y un olor inconfundible bendecía el aire, el frío, la constelación de orión.

El fuego era una oportunidad, la literatura era una oportunidad. Los arabescos sobre el papel no eran para matar horas desconsoladas o desflorar días, eran incendios en la mirada, ironías y máscaras. El fuego titilando sobre los dedos no eran para velar historias en noches eternas, era para crear historias memorables, pero nadie alrededor lo entendía.

La tragedia de la felicidad sobre la alfombra, sobre una historia cantada entre trombones y guitarras, sobre un ritmo delgado, bailable, lacrimógeno. La tragedia sobre los ojos como un idioma para girar sobre cualquier instrumento, como una voz para sanar cualquier perfidia, los embarazos, los dolores.

Marco Antonio Valencia Calle
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