I
Paseando por el contorno del círculo me desequilibré hacia el interior. Luego, en un alarde de agilidad, casi caigo precipitado hacia su costado externo, de infinita hondura según convine, y aún seguiría cayendo si en un último y terrible instante no me hubiese agarrado al contorno mismo, a su limpia cuerda, para luego voltearme de fuera adentro y así, desde la boca interior, caer de nuevo si bien a horcajadas sobre ese afilado hilo en el que, a día de hoy, sonriente me asiento.
No había nada que perder pues, tras una eternidad en equilibrio, vivía envuelto en el tedio.
II
Paseando por ese mismo círculo tomé la cuerda sobre la que entonces caminaba y la plegué en dos, pasando un sector por encima de mi cabeza de modo que la parte alzada, al caer, quedó un poco más allá del contorno de ese primer semicírculo a modo de cuarto menguante sobre el que aún permanecía. Recordando mi pasada experiencia, cerré los ojos y me arrojé con ánimo de comprobar si cayendo hacia fuera podía surgir de inmediato por el interior. No había nada que perder pues, tras una eternidad en equilibrio, vivía envuelto en el tedio. Me arrojé y al momento fui consciente de un fallo en mi estimación. No volví a aparecer ni por el interior ni por el exterior tal y como habría deseado, viéndome al poco encogido, curvado y tendido en ningún lugar y en todos, no sabría decir bien, soportando el constante zapatear de un algo que me recorría de la cabeza a los pies y me susurraba al oído esto que ahora les cuento.
III
Imagínense entonces que este estrecho tramo de cuerda —de unas pocas líneas de grosor— viene a esconder, pues queda a la misma altura, la otra mitad de este círculo —aquel que lo mostraría completo—, su humeante boca central, pero no así ese exterior infinito del que advierten, confusos, si acaso su eco.
Sus textos publicados antes de 2015
300
- Tres relatos de Guillermo Aguirre-Martínez - martes 9 de abril de 2019
- Variaciones en la cuerda - jueves 17 de agosto de 2017
