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En la última reminiscencia

jueves 14 de diciembre de 2017
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Cierta noche de octubre recordé mi próxima muerte. La visión fue de lo más espantosa. De improviso, la vivencié con impresión. Aquello me pasó hace ya varios años. Si bien lo relato, les digo que yo estaba en la casa de mis padres. En familia hablamos sobre nuestros viajes, así como sobre los triunfos personales. Todo marchaba con rigurosa premeditación. Como de costumbre, cenamos juntos pescado de mar en el comedor. Lo hicimos entre calurosas sonrisas. En fin, gozábamos de un rato agradable.

Y de repente se acercó el momento de ir a dormir. El firmamento oscuro explotaba en tinieblas. Hacía un frío envolvente. Sólo entonces nos despedimos con cordialidad. Luego, yo bajé al primer piso para recostarme en el sofá de la sala. Claro que antes tomé un cojín y una cobija del cuarto de ropas. En lo íntimo, presentía un miedo inexplicable. Lentamente daban las doce campanadas. Por el hecho, no quise pensar en nada, nomás ansié el sosiego.

Luché por deshacer la premonición con fuerza. Me revolqué sobre las sábanas. Golpeé mi cabeza contra la pared.

Una vez abajo, corrí hasta el mueble, me eché de espalda y traté de descansar entre el barullo del viento. A propósito, tuve que quedarme allí porque mis primos habían llegado de Francia. Ellos, a su vez, cordial, convinieron en pasar año nuevo con nosotros. Desde lo engañoso, ninguno opuso la menor resistencia. Al parecer les demostramos una felicidad fingida a ellos.

Mientras, la bruma azulada siguió densa bajo los cielos. Por la depresión que padezco, fue obvio que no pude conciliar el sueño. De contraposición, vi una realidad misteriosa a lo lejos. Se figuraba desde mi perturbada conciencia. Entre lo individual, luché por deshacer la premonición con fuerza. Me revolqué sobre las sábanas. Golpeé mi cabeza contra la pared. Incluso, grité para saber si alguien escuchaba desde afuera. Pero fue inútil escapar, porque ese mundo como que me absorbía. Tanto, que estrepitosamente supe cuando una sombra me lanzó a un abismo que daba al mar. De súbito, mi cuerpo moreno se despedazaba contra los arrecifes. Sobre el horror, descubría cómo yo me desangraba por el estómago y las piernas. De a poco, agonizaba en medio de las olas, mas no podía eludirlo.

Un minuto después volví en mí. Lloraba en la oscuridad. No sabía qué hacer ante tal experiencia de muerte. El desequilibrio aún permanecía en el ambiente. Así que, a solas, me puse a examinar el presente. Pronto supe que estaba tendido en el suelo. Por lo cual pasé a erguirme con cuidado. Enseguida empecé a caminar para encender las luces. Di unas varias pisadas tambaleantes. Por poco y me caigo. Al cabo, oprimí el botón del interruptor y fugaz se prendió la lámpara del techo. Ahí entonces vi que vertía sangre por la nariz y los oídos. El espejo ovalado que había colgado a un lado del ventanal me lo reveló entre sustos.

Y sí, revivía el dolor sepulcral. Además, intuía mi asesinato con sordidez. Ante todas esas impresiones, caí desmayado contra las baldosas de murano. Por cosas del destino, mi madre se despertó con angustia; fue a tomar agua y cuando ingresó en la cocina, sorprendió a mi prima Daniela jugando con un cuchillo.

Sin más paz sucedió la tragedia, y yo esa noche me salvé por pura suerte. Ahora, aquí encerrado en este cuarto donde escribo, cavilo sobre mi futuro y comprendo que ella será la homicida. Por tal motivo, estoy tranquilo en verdad. Sé que primero caerán muchos años antes de que ella remate su venganza. De hecho, en el recuerdo fatal yo estaba viejo, tenía los cabellos canosos y sufría de amnesia.

Rusvelt Nivia Castellanos
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