Lo bueno y lo malo, ¿qué importa?, diría el mendigo, que se consuela con la noche en melodiosa sincronía con los murmullos que el frío le propone, acusado de ser quien destruye a la ciudad con su loca suciedad —estará mejor de manicomio quien cree que contemplar al mundo es creer que todo está dicho y sustentado. Basta mierda aquella, grita entre sueños.
Amo mi mundo, eso de levantarme a las siete de la mañana a dármelas de pródigo en una sociedad enferma es de hipócritas y corruptos. Yo prefiero mi pega, esa sí que me eleva…
A veces pienso, entre los ataques psicodélicos de mi mente: el hombre es débil, basta con quitar la palabra hombre, no es más que eso. Yo, en cambio, soy un loco, un antisocial, una sobra, un desechable, un lastre, un drogadicto… con este gran número de cualidades es injusto que gane menos que el presidente, que ni sé su nombre.
La gente pasa y escucha mis divagaciones y me observan como si no tuviera derecho a decir lo que pienso, ¿acaso un costal no guarda historias? O ¿necesito de un lápiz y un papel para ganarme un Nobel?
Vaya que soy un mendigo, un caminante, la sombra que nadie quiere a las tres de la mañana.
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