Comprobar la frase de su abuela no fue tan difícil: Hija, los hombres, si son ángeles, te darán alazos. Los hermanos de Esperanza casi terminan con su matrimonio y equilibrio mental cuando fue desalojada de la casa donde vivía con su marido, y buscó amparo temporal en casa de su padre, situación favorable, pues recién convalecía de una embolia cerebral de la cual ella se hizo cargo. En tanto, sus hermanos hacían comentarios mordaces acerca de la fidelidad conyugal y cuál debía ser el lugar de las mujeres y otras ideas.
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Esperanza fue subyugada por el mundo virtual, Facebook le desplegó una lista de usuarios con intereses similares.
El fin de semana terminará e iniciará la siguiente con las mismas tareas domésticas. Ha aprendido a enfocarse en una lista de planes, optando por poner buena cara a una situación que no cambiará a corto ni a mediano plazo. Con cuarenta y tres años, unas cuantas líneas de expresión y algunas canas, se observa al espejo y se siente una mujer desperdiciada. Eso sí, sin asomo de vanidad, sin interés por los placeres triviales de la vida. La mujer, después de los cuarenta, alcanza una madurez de vida lejos de las frivolidades de los años inciertos. Sin embargo, comenzaba a experimentar lo que hasta entonces pensó les pasa solamente a las personas mayores, contemplar su existencia desde un lugar ignoto, lejos de sí misma. Enajenada. Espectadora. Expectante.
Tras la madurez viene la caída del árbol de las segundas oportunidades —pensó resignada.
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Esperanza fue subyugada por el mundo virtual, Facebook le desplegó una lista de usuarios con intereses similares y se detuvo en la imagen de alguien que le pareció conocido: Sartre, bajo el seudónimo de Alok de Samarkanda, “su amor eterno” como solía pensar de él antes de que sobreviniera la separación definitiva. Sartre, el tipo que diatribaba contra la tecnología y que, hasta entonces, se había negado a cambiar su vieja Remington por una computadora; el que se prometió jamás entrar al juego de las simulaciones con los nombres apócrifos en las salas virtuales donde abundan “el ocio, la cobardía y la enajenación del ser”. Le envió un mensaje y obtuvo respuesta inmediata. Al principio —aseguró— esos mensajes llevarían el propósito de ayudarla a alcanzar la madurez emocional a través de la comunicación que ella podía brindarle sin ninguna clase de intereses ni luchas personales, las causantes, en gran medida, de su rompimiento. Su interés se enfocaría en el autodescubrimiento, una especie de cierre emocional. Una relación epistolar cibernética con su ex que mantuvo en secreto.
Esperanza de luz ¿Me encuentro bajo el influjo de una visión o de una personalidad usurpada?
Alok de Samarkanda Tu expresión es la de un bello ángel vengador, que abriga en su interior el abismo de fuerzas nocturnas en tensión, sin solución.
PD: Los retoños psíquicos del furor engendran sólo hiel y tribulación. Me encantaría volver a verte.
Esperanza de luz ¿Cómo estás? ¿Qué lees?
Alok de Samarkanda Oye, luces (en la fotografía) con el hechicero glamur de las delirantes y exquisitas orquídeas ¿en qué huerto encantado fuiste cultivada? Los años (¿20 o 22?) han multiplicado tu belleza ¡Cronos en mí! Por el contrario, se ha llevado parte de la cabellera y su color. Nada es para siempre. Antes o después, seremos reciclados por la naturaleza. Saber de ti me ha producido un gran júbilo. ¿Y por qué “de Luz”? ¿Es tu apellido de casada? ¿Qué tal eres haciendo el difícil papel de madre? Preguntas cómo estoy, no es fácil estar bien, sobre todo en la dimensión social mundial, pues el bienestar no es un bien permanente. Me agobia la imbecilidad y bellaquería humana. Estoy leyendo, ahora mismo, algunas cosas de Michel Onfray. Y tú, ¿a qué te dedicas? Finalmente, deseo para ti plenitud y salud en abundancia.
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El marido comenzó a limitar el tiempo que ella pasaba frente al monitor. La tensión que experimenta cuando él entra a la biblioteca y la encuentra en la computadora es de infinito terror. Se siente vigilada, observada e, incluso, manipulada. Ese medio se había convertido en su contacto con la sociedad. Él urde, la acosa con llamadas a cualquier hora. La desconfianza se infiltró. El trato hostil, las respuestas ásperas y hasta las preguntas incautas cargan el ingrediente sarcástico e incómodo, restan espontaneidad para ser una relación de pareja bien avenida. Ella se apresura a desconectarse, cierra programas y apaga la computadora. Su relación había caído en terreno minado, los reproches mutuos, la falta de oportunidades en una ciudad que cobra factura al karma y la estadía de su hijo fuera del país la sumió en inquietud. No pasó mucho tiempo para que él dejara de llevarle el café a la cama por las mañanas, como lo hacía antes.
Te observo caminar por la calle. Tu aspecto me resulta harto conocido: la triste figura de hombros deprimidos y el andar pausado, el vaivén de los brazos de adelante hacia atrás, con desgano. Habla tu sentir, te gusta mostrarlo al mundo… casi gritarlo: el hombre incomprendido que ha dado todo y tiene a una mujer zorra, injusta, egoísta y antipática en casa. Una mujer que aún no ha entendido que has sido lo mejor que ha llegado a su vida —piensa con desilusión.
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Comienzo a pensar en la vida como en un campo de batalla donde el cuerpo físico y el espíritu son torturados a capricho desde diversos frentes.
Los mensajes con el filósofo hacían mella en su sentido crítico y el papel de la mujer dentro del matrimonio y la sociedad. Ideas que creyó estaban superadas y obedecían a la “edad de la inmadurez”, pero regresaron, y más fuertes que antes. Pues ahora la enfrentarían a la decisión de terminar con su matrimonio. De esa abrupta manera despertaba a la anhelada emancipación, en medio de un desaforado caos existencial. Sin embargo, decidió seguir en el mismo sitio y bajo las órdenes implícitas del matrimonio. Enfocaría la existencia en los deberes y sólo en aquello que requiriera de su presencia: los cuidados a su padre, la asociación benéfica; esperar el reencuentro con su hijo una vez recuperará su casa y volviera a su vida de antes. La vida que traza los caminos de forma espontánea, sin forzar nada.
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No importaban los esfuerzos que hiciera para sentirse sin remordimientos, un sueño constante se repetía cada noche en el que soñaba a su marido muerto y su padre agonizando. Comenzaba así el largo camino a la expiación del espíritu. Las tardes, los días con sus noches, comenzaban el bien y el mal a combatirse mutuamente. Hoy comienzas a ser tú misma, ¿podrás sobrevivir siendo la de antes? —pensaba al verse al espejo. El espejo me devuelve la imagen ingrata de la persona que nunca fui. Comienzo a pensar en la vida como en un campo de batalla donde el cuerpo físico y el espíritu son torturados a capricho desde diversos frentes, y quizá, con cierta ocupación perversa de un ser superior que se entretiene moviendo los hilos de sus juguetes humanos. Alguna vez beberemos de la fuente inagotable de la locura.
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Acordó reunirse en algún lugar a festejar su cumpleaños. Bueno, no tenía pensado ningún sitio en especial, tal vez un restaurante. El típico lugar donde llenan la taza con café cuantas veces desees. El servicio es tardado, el café amargo, sustituyen ingredientes en los platillos como si sirvieran a idiotas que no notarán la diferencia entre un chile en nogada con crema y granada de otro con crema chantilly y cerezas. Propuse un Albert’s pero a último momento me decido por el café de chinos en el centro de la ciudad.
—Nos enfermaremos del estómago, en ese lugar hay cucarachas —sentencia su marido.
—No lo creo, yo no me he enfermado.
—Ya estás acostumbrada.
—¡Oh, gracias! Mientras más hablas más te equivocas. ¿Cómo va el préstamo del banco? El plazo para sacar todos los muebles de casa del médico está cerca.
—Este no es el lugar ni el momento para hablar de eso.
Con un desvío de mirada, decidida a olvidar su representación involuntaria de una escena muy parecida a La guerra de los Roses, se concentra en la pareja de amigos invitados. Humberto y Ana llevan quince años compartiendo sus vidas. Él ha obtenido una beca para estudiar la maestría en literatura en una universidad de Quebec, y Ana termina su licenciatura en psicología. Parecen haber encontrado el secreto de la comunicación en pareja sin distorsiones ni apasionamientos, no tienen hijos ni los desean. No obstante, nada es como parece, lo que se deja pasar como inofensivo en el trato cotidiano torturará más tarde con lo obvio que nos habíamos negado a nombrar; las señales del deterioro se camuflan con las buenas intenciones.
Meses después, Ana abandonaría a Humberto para vivir con un argelino en Nuevo México.
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Esperanza, mientras tanto, continuó su trato epistolar con el filósofo.
—Conocí a tu madre y… lo siento. Puedo imaginar lo desolador que fue para todos ustedes su muerte. Gracias por compartirme algo tan infortunado. Aunque por circunstancias de la vida no pude tratarla, conservo el recuerdo de una mujer venerable con mucha integridad. Sin duda, hubo gran satisfacción en su corazón frente a tus logros y el nieto que le diste —tecleó el filósofo.
—Nuestro pasado fue un tiempo sin tiempo, Sartre.
— Sí, es cierto. Pero también es cierto que tienes ahora un “look, cha-cha-cha” que te va mejor.
—Espero y no casi vulgar…
— Cuando estés de mejor talante, y si te apetece, vayamos a tomar un café. No seas arisca.
—¿Quién dice que estoy de mal talante? Cuando haya oportunidad te aviso. ¿Puedes entre semana?
—Sólo para ti estoy disponible cualquier día, pero después de las 11:00 am. ¿Te va bien? Propongo el Sanborn’s. ¿Tienes una mejor opción? ¿Ya no se te van las cabras al monte? (risas).
Sartre comenzaba a mostrar sus colores, nuevamente, el inconfundible tono sarcástico y mordaz que lo caracteriza afloraba hasta en sus letras. Esperanza, decidida a llevar la fiesta en paz, decidió seguirle la corriente.
Ante una Esperanza reticente que sobrepasa en belleza a Helena de Troya, y que está más ocupada que un ejecutivo de Naciones Unidas, sólo me queda el refugio del epigrama.
—No pregunto por las tuyas porque sé que habitas los montes.
—¡Caramba, tienes imaginación y sentido del humor! Oye, ¿no me quieres adoptar? Hace tiempo busco una mamá con poderes mágicos que lea cuentos de terror antes de dormir. ¿Segura? ¿No lo quieres pensar? Soy medio vago, pero en general me porto bien. Además, te puedo ayudar a traer de regreso a las cabras, que, al menor descuido, se brincan las trancas.
—¿Qué te sucede, Sartre? No comprendo. Cuando madures me vuelves a escribir.
—¡Vaya, la mujer se despertó colérica! Oye, prepárate una infusión de “buganvilla” para el mal genio (jajaja). ¿Tampoco quieres adoptar a un gato silvestre? Es medio vago el cabrón, pero fiel y amoroso ¡el compañero ideal! Escuché que el periódico madura los aguacates. ¿Crees que funcione en mí?
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—Oye, gruñona, tengo apenas cuatro días envuelto en periódicos, y ya empiezo a notar cierta madurez. A ver qué pasa más tarde. ¿Qué tan maduro me quieres?
—Maduro para la caída —sentencia con fastidio.
—Acabo de retirarme los periódicos, y… no sé, ¿te parece que ya está bien así? Estoy seguro de que, si probaras unos deliciosos champiñones que horneo con tomates deshidratados, pimienta, cebollas, morrón, queso parmesano y otros ingredientes ¡que no puedo revelar!, cambiarías de parecer en relación a mi madurez. No me juzgues tan severamente, pues ante una Esperanza reticente que sobrepasa en belleza a Helena de Troya, y que está más ocupada que un ejecutivo de Naciones Unidas, sólo me queda el refugio del epigrama, el cinismo y el humor caníbal.
A continuación, Sartre hace copia y pega de todos los mensajes que habían llevado hasta ese momento, “humor caníbal” ridículo e incomprensible.
—Sartre, no me interesa esta dinámica estúpida que te hace ver mal a tu edad. No encuentro una conversación sensata y mucho menos divertida. Siento que te burlas de mí ¿o me equivoco? No comprendo ese sentido del humor que desde siempre has utilizado sólo conmigo. Nuestro encuentro fue hace veinte años y compruebo con bastante desagrado que no has cambiado. Te estimo ¡claro que lo hago! Fuiste muy importante en mi vida y la persona de la cual me enamoré, no es ridículo reconocerlo. Siempre me sentí fuera de tu vida, una espectadora de tus logros, tus planes y anhelos, de los altos vuelos del intelecto a los que aspiras. Donde el espacio para los libros fue más importante que compartir la vida juntos.
Esperanza siente cómo el corazón casi se escapa del pecho, las manos temblorosas y el calor en las mejillas, espera nerviosa la reacción de Sartre. Había esperado más veinte años para decir lo que nunca fue capaz de decirle, el Te amo que nunca fue capaz de confesarle cara a cara, viéndolo a los ojos.
—Ignoraba todo eso que me dices —escribió solemne—. Pensaba que simplemente había sido el capricho pasajero de una jovencita boba, melindrosa y bipolar. Me tenían podrido tus frecuentes raptos de autismo, tus episodios necios de solipsismo, tus berrinches y pataletas. ¿Cómo podía tomarte en serio? Un espejo refleja el objeto que colocas frente, no esperes algo distinto. En otras palabras, me arrojaste de tu lado con tu manera de ser. No me hagas responsable de las consecuencias lúgubres de tus actos. De cualquier manera, te puedo asegurar que nada bueno hubiera surgido de un matrimonio, y mucho menos de un hijo entre nosotros. En cuanto a mi sentido del humor, sólo reservado para ti, pues… te voy a remitir al blog de alguien que tú conoces. Teclea Fantasma en el Laberinto y revisa mi correo personal dirigido a su creadora, que, sin consultarme, decidió publicarlo, editando las partes más comprometedoras para colgarlo bajo los titulares de “Oropel vs. lo Sustantivo”.
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Esperanza creyó que ya no la sorprendería nada, pero, hasta entonces, no había reconocido al hombre que encarnara la palabra cerdo. Ya no había dudas, era el punto final a una insulsa prueba de madurez personal donde se exigió a sí misma curtir la hipersensibilidad que en el pasado no le había permitido enfrentarlo. Sartre moriría siendo un misógino:
Decidió que ni las intrigas de sus hermanos ni un fantasioso desliz terminarían con su matrimonio.
—Querido Sartre, me he remitido al blog que me dices para leer Oropel vs. lo Sustantivo. El sabor que ha dejado a mis neuronas y capacidad de entendimiento respecto a tus protestas me ha parecido deleznable. El brillo falso del oropel continúa entre tus palabras favoritas para devaluar a las mujeres, aquellas que por una maldición de los dioses o castigo a su desobediencia se han cruzado en tu camino. ¿Crees que debo agradecerte ese sentido del humor ácido y machista? Lo usas como una forma de esconderte tras el lenguaje rebuscado y filosófico que se anda por las ramas. Te aseguro, no has cambiado de opinión cuando me decías tras una rencilla: “Un hombre y una mujer sólo pueden llevar una comunicación horizontal en el colchón, todo lo demás son intereses de gente común”. Observo un notable afán por dejar huella en una mujer que —según tus palabras— ningún inmortal habría escrito inspirado por féminas de su tipo. Se nota que “su vulgaridad, su espíritu deshonesto y sus engaños” han calado muy hondo. Los dioses jamás hubieran gastado su tiempo con palabras y actos de oropel. Qué lástima.
—Sí, tienes razón, algún duende maligno te engañó con su pérfida magia. En consecuencia, sugiero levantes cargos por daños y perjuicios en el Supremo Tribunal de Justicia en contra del Demiurgo, pues Maya opera también bajo su dirección en los recintos del cerebro humano, donde se gestan las quimeras de Cupido. En cuanto al banco del tiempo, puedes demandarlo por fraude y reclamar los intereses acumulados.
Concluido el reencuentro, Esperanza puso fin a los mensajes. Sartre y ella siempre serían mal avenidos. Decidió que ni las intrigas de sus hermanos ni un fantasioso desliz terminarían con su matrimonio. No hay motivos para arreglar ninguna situación, las cosas seguirán en su sitio, donde siempre han estado y deberán quedarse: Nadie ni nada puede perturbar mi conciencia en la medida que mantenga en silencio mis errores. El infierno son los otros.
- Esperanza y Sartre - jueves 25 de julio de 2019