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Notas sobre un cuadro de una ventana que se abre a un jardín de tulipanes

sábado 16 de mayo de 2020
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Apoyo los codos en el alféizar. Tulipanes. Tulipanes. Tulipanes. Amarillos. Rojos. Naranjas. Pimpollos. Cerrados. Entreabiertos. De incierto color todavía. Cerrados, abiertos: pestañeo. Árboles que cierran el paso del sol.

En los codos vibran el colectivo que pasa por la esquina y la sierra con la que están matado al jacarandá con premeditada disciplina. Los ojos son como cuerpos de abejas sin miel. No hay miel afuera, en el panal. Lloro. Lloro amarillo. Lloro pimpollos de una ilusión que no pasó a la ligazón de lo real. Lloro flores enteras que tampoco maduraron. Da lo mismo. La vibración se apoya en un intervalo de los codos. El señor que cortó el jacarandá me pide agua fresca. Le dio sed matar. La sed de no morir duele más que la boca seca.

Los codos se mimetizan con el alféizar y la pintura descascarada. El agua fresca pasa por el nogal del hombre: en la garganta la corriente es una catarata ondulada que corre por el egoísmo interior. Lloro lila. Las campanitas del jacarandá suenan en mis ojos.

Ahora, nada. No hay máquinas ni humanos afuera. El cuadro que miro vira. No es. Se me escapa la mirada en un punto de fuga. Y toda yo soy el otro cuadro que alguien mira desde lejos. Detrás del ciprés, una mujer lava una remera pequeña en el río. No. La mujer se la quita en el río y la tira en la ribera, sobre los pastizales quemados de la fogata nocturna. Desnuda, nada en el río turbulento. Aglutinada entre rocas, la ebullición fría le masajea la espalda. No es el río el que se la lleva. Es ella la que se lleva el río.

Ya no hay ciprés. Ya no hay agua. Ya no hay turbulencia. Ya nadie me mira a lo lejos. En los codos vibra la cuatro por cuatro que pasó por acá. Tulipanes. Pimpollos. Árboles.

Y me fugo hacia el mar azul donde la mujer que se llevó el río arroja flores en la noche para que el yodo las devuelva a los pies del mendigo de otra costa. El mendigo le pide un deseo a la flor que recoge. La espuma de sal se le disgrega entre los dedos. Arroja la flor. Ahora es feliz. Se cumplió el deseo de desear. No veo más como antes. Soy un cuadro pero me muevo. Y un hombre me mira y se mueve. Me espía. No estamos muertos. En el camino entre amapolas, una niña de pelo largo corre. Hace años que corre y no llega.

Suben los restos del jacarandá a un camión de corralón que ocupa el ancho de la calle. Tras el féretro que se traslada lento sobre adoquines, los autos peregrinos tocan bocina.

Más allá del río y del mar, en el cuadro que miro, un hombre con una capa azul ventila las manos contra su pecho: me llama. Soy un cuadro que él mira, pero me acerco. Hay un cristal entre nosotros. Le leo los labios:

“v o s….y….y o….s i e m p r e….n o s….d e b e m o s….u n….b e s o”.

“Yo también te amo”, le digo rasguñando el vidrio que se opaca y se esmerila con mi roce. “¡¿Estás ahí?!”, grito. Un balbuceo pierde el volumen y la capa azul se aleja y se vuelve ilegible.

“N u n c a….m e….v a s….a….d e c i r….s i….m e….a m a s te”.

Los tulipanes se abrieron. No hay pimpollos. El roble arroja su bellota. El palo borracho, su pompa de algodón. Semillas. Viento. Me sostengo las mejillas con las manos. Sonrío cuando la nena trepa el ciprés. Sonrío cuando por fin se detiene. Sonrío cuando arroja una manta cuadrillé sobre el pasto y come un sándwich y junta hormigas en un frasco con la tapa agujereada. Todavía no sabe que toda la vida le van a deber un beso. Todavía no sabe que la besarán sin la capa azul. Las migas son una fiesta para los gorriones en disputa sobre el mantel. Qué suerte, pienso. No se dio cuenta, pero una paloma le cagó la cabeza.

En el cuadro, los tulipanes se marchitan. Los árboles añejos mueren de pie antes de que los talen. Hay pasto ahora. Dientes de león. Tierra después. Asfalto después. Los codos vibran cuando un hombre se detiene frente a mí, frente a mi ventana, y me pregunta qué hora es.

“¿Me dirías la hora, por favor?”.

“Es que no sé. No sé. ¿Cómo hiciste para atravesar el vidrio?,
¿y la capa?, ¿por qué no es azul la capa?”.

Pestañeo. Ya no está.

Tulipanes. Tulipanes. Pimpollos. Y un ciprés más allá, en un punto de fuga.

Gisela Vanesa Mancuso
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