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La señorita Spank

sábado 22 de agosto de 2020
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Mi nombre es Fehnrir. Hace doscientos años que mi familia vive en un viejo edificio de la calle Magnolia, donde también residieron por generaciones los familiares de la señorita Spank. Somos buenos vecinos: casi nunca has de notar nuestra presencia. Y digo casi porque puede que alguna vez creyeras que se te atravesaba una pelusa brillante en el rabillo del ojo, o te mareaste siguiendo el curso de las miodesopsias y entonces pensaste que la pequeña sombra que cruzó por un rincón era una ilusión óptica.

Ojalá pudiéramos evitar que la señorita Spank se sintiera sola.

Bueno, si en tu casa no hay fantasmas —gran privilegio de las edificaciones jóvenes—, tal vez tuvieras razón. Pero te aseguro que la mayoría de las estructuras antiguas están pobladas por nuestra gente. Se nos da bien lo de ayudar en la convivencia entre muertos y vivos. Yo, por ejemplo, me especializo en la restauración de objetos perdidos. ¡Te sorprendería lo obsesivos que pueden ser los fantasmas con ciertos artículos! Las llaves, los trancaderos de los zarcillos, las hebillas de los pantalones, los anillos, las agujas, los tornillos, los resortes. Son como los tiburones, todo lo que emite un resplandor los atrae.

Mi tatarabuelo Ahrgick decía que los recuerdos son ecos y hay cosas que los guardan. Imagino que por eso los fantasmas se aferran a algunos espacios. Por ejemplo, te podría hablar de Evangeline, la abuela de la señorita Spank. Evie se quedó en este plano porque apostaba todos sus huesos a que en el más allá no había azúcar morena. Confundía las lagañas cristalizadas de su nieta con los terroncitos que tanto le hicieron perder la cabeza en vida. Y ahora que la señorita Spank ha dejado de salir del apartamento y toma siestas vespertinas, Evie está radiante ¡como si tuviera pulmones de nuevo! No suele apartarse del lado de la señorita Spank cuando duerme. Se sienta en un sillón a contemplarla por horas, aunque no falta la ocasión en la que ella misma termine roncando y acabe atorada en el techo mientras flota.

 

Ojalá pudiéramos evitar que la señorita Spank se sintiera sola. ¡Somos varios los que estamos aquí con ella! El tío segundo de la señorita, Oskar el gruñón, siempre pisa fuerte en las madrugadas. A ella el sonido la aterraba de niña, pero de adulta se acostumbró. Él es el único fantasma que he visto que conserve sus piernas. Los demás suelen dar por hecho que esas extremidades se pierden con la muerte y se contentan con levitar. Oskar no levita. Cada vez que tiene que subir al techo para desatascar a Evie, se inclina como si fuera a dejarse caer y apoya sus largas piernas en las columnas para impulsarse contra la gravedad, similar a un equilibrista en la cuerda floja.

También están las gemelas, que nunca hablan y se apoderaron de un rincón oscuro que hasta las arañas prefieren no frecuentar porque, de lo contrario, se las comen. A veces me parece que les están naciendo hongos y tengo que cuidar que no pudran las paredes. Ah, y los gatos. Los benditos gatos. De los siete que crio la señorita Spank hubo dos que no la abandonaron después de expirar: Sansón y Cáucaso. No es fácil vigilar a los animales que deciden permanecer como guardianes porque son terriblemente ruidosos, no importa lo útiles que resulten espantando entes inhumanos. Les gusta echarse en armarios y cajones y su respiración pone a crujir la laminada falsa. Esa fue la razón de que nos mudáramos detrás del tablero de fusibles cuando se completaron las reformas de la vivienda que heredó la señorita Spank. Por suerte, mi hija Lihn tiene más paciencia que yo con esas bolas de pelo plasmático, igual que mi esposa Mauhd. A menudo me pregunto si es un don que tienen las replicadoras de esencia como ellas…

¿Y qué es una replicadora de esencia?, te preguntarás.

¿Sabes cuando, de pronto, tienes la impresión de que tu nariz tropieza con un aroma conocido en el aire, como surgido de ninguna parte? Ese es el indicador de que una de nuestras replicadoras está cerca para ayudarte a recuperar un recuerdo que necesites en ese momento. Son muy intuitivas con las emociones humanas y el olfato tiene una memoria excelente. Preparan sus fragancias en semillas huecas porque los ingredientes se mezclan perfecto con la cáscara. Linh me pidió en estos días que le llevara un poco de pimienta negra, tabaco y concha de naranja. No sé en qué trabaja, debe estar relacionado con la señorita Spank. Su humor ha ido empeorando durante el confinamiento. Incluso ha dejado de cantar.

A Mauhd se le ocurrió que podría animarla poner una de sus arias favoritas de Puccini en el tocadiscos, pero, apenas la aguja tocó el vinilo, la señorita Spank se asustó muchísimo y tuvimos que acudir a las gemelas para que extrajeran el episodio de su mente. Jamás las había notado tan felices. Me provocaron escalofríos.

 

Extraño escuchar a la señorita Spank. Era un verdadero espectáculo. Su voz lograba que nos vibrara el cuerpo entero. Mauhd siempre se conmovía hasta las lágrimas y el tío Oskar acompañaba el compás de las notas con sus pies fantasmagóricos.

—Si no se hubiese quedado solterona ahora tendría un hijo que la atormentara en este encierro —gruñía el viejo cascarrabias y sacudía los muros a punta de zancadas que se camuflaban con el rugido del viento.

Su mal genio estaba a tope desde que la señorita Spank había colgado carrillones en el balcón, lo que le había restringido sus libertades de paso. Afirmaba con un cloqueo feroz que el tintineo de los tubos le causaba cosquillas. Y él detestaba las cosquillas. En su lugar, a la señorita Spank no le habría importado, aprovechaba cualquier excusa para reírse y lo hacía con ganas, como si una bandada de golondrinas alzara vuelo desde su garganta. O al menos así era antes de este aislamiento. Ayer cubrió el televisor y la radio con paños negros, de modo que he optado por sintonizar las noticias a escondidas. Si nuestro objetivo es ayudar a la señorita para que no olvide su humanidad, primero es importante entender qué sucede en el exterior. Qué es eso de una pandemia mundial y por qué culpan a los murciélagos, que además son criaturas encantadoras, muy amigas de mi especie…

 

—Papá, un nuevo espíritu se metió por el desagüe del baño.

Linh sostenía la mitad de un fósforo contra su cuerpecito escamoso.

—¡No pongas eso tan cerca de la caja! Nos vas a incendiar y a tu madre le gustan estas plumas. Pasé un mes cosiendo la almohada de la señorita Spank para que no se diera cuenta de que…

—Papá, ¿oíste lo que te dije?

Busqué mis lentes de alambre y me los ajusté.

—Sí, sí, ¿qué has dicho de un nuevo espíritu? ¿Sansón no lo ha echado?

Mi teoría es que esto y lo que pasa afuera se vinculan. Pero estos espíritus no se mueven.

—Creo que no lo ve como una amenaza. Las que se han puesto como locas son las gemelas. Dicen que hace años que no prueban algo como eso. Lo último que tuvo un sabor semejante fue cuando los cerdos enfermaron y…

—Un momento, hija. ¿Las gemelas? —le sonreí con condescendencia paternal—. Las gemelas no hablan.

Linh se mostró incrédula.

—Papá, es justo lo opuesto: siempre están hablando. ¿Acaso nunca las has oído?

Me crispó un poco el camino que estaba tomando la conversación.

—Bueno, ¿y qué piensas tú sobre este espíritu?

—He hecho un recorrido por todo el edificio a través de las conexiones eléctricas. Todos los apartamentos tienen uno. Mi teoría es que esto y lo que pasa afuera se vinculan. Pero estos espíritus no se mueven. Son fofos y negros como los erizos de mar. No parecen tener ningún objetivo. Es más bien como si fueran un desecho de energía reprimida… las gemelas dicen que —y cito— “están llenos de un miedo delicioso”. Preferiría que la señorita Spank se mantuviera lo más lejos posible del que está en el baño. Y la verdad tampoco quisiera interponerme entre los deseos de las gemelas. Ya se han movido para darle caza.

—Entiendo. Pues, ya que es tan inusual…

La idea de que haya algo en esta casa que yo no conozca me turba los nervios. Te confieso, no obstante, que si debo poner mi fe en algo, sin duda sería en el apetito de las gemelas.

 

Las casas tienen el instinto de las madres y también reaccionan en consecuencia. Últimamente siento que las vigas de este lugar se han puesto enfermas, que el gotelé está cetrino y las tuberías sueltan lamentos metálicos. Si esto continúa, no tardará en afectarnos a nosotros. Mauhd me ha comentado que mi cola tiene una ligera pérdida de pigmentación en la punta. Incluso los fantasmas lucen más opacos. La señorita Spank ha desarmado el teléfono. El conector de la línea se ve suspendido en el aire como una serpiente descabezada.

—A mí tampoco me gustaban esos trastos horribles. ¡Uy, ese sonido estridente que hacen! Era mejor cuando uno enviaba cartas y, de haber malas noticias, pues quedabas exento de dolores si el cartero las perdía. La gente debería hablar como se habla bajo el agua, eso es más bonito —murmuró Evie, tejiendo calcetines en la estela de humo de los inciensos que se deshacían al instante.

 

Empezó la temporada de lluvias. La señorita Spank ha arrastrado todos los envases al balcón y suele sentarse descalza a contemplar cómo repican las gotas contra el plástico. Sus cabellos desordenados asoman por la manta que la cubre entera, ese es su atuendo permanente. Mauhd dice que parece una montaña susceptible a derrumbes. Yo recuerdo la época en la que ni una sola hebra azabache sobresalía en sus tocados de opereta y las fotografías de ella encabezaban las columnas de los críticos en los periódicos. No hay papel para las viñetas de cultura en estos momentos. Nuestro buzón es como un niño glotón que trata de engullir porciones enormes sin éxito: los diarios casi no caben por la rendija de tan gordos que son debido a las interminables páginas de obituarios. El tío Oskar y yo les echamos un vistazo antes de que las polillas los devoren. “Caramba, ¡se ha muerto el viejo Stradivarius! ¡Con ese no había podido ni el sarampión en el 56! Me pregunto si se habrá ido directo al infierno ese miserable quejica…”.

 

—Papá. Pst. Papá.

Es Lihn de nuevo.

—Te quedaste dormido en la cajita de té y la señorita Spank vendrá aquí pronto.

—¿En la cajita de té? ¿Cómo?

Lihn sostiene que la clave es impregnar todo lo que la señorita ama con la fragancia del señor V.

Es verdad. Estoy apachurrado por dos bolsitas de soluciones naturales. Espabilo y sigo a Lihn rápido por la alacena hasta que nos colamos en el ducto de ventilación. Justo a tiempo para ver a la señorita Spank abrir el grifo y darle un buche a la tetera bajo el chorro.

—Está lista, papá —me palmea Lihn. No acabo de comprender lo que me cuenta, aún estoy atontado por el cansancio.

Lihn insiste y tiene una sonrisa triunfal.

—La fragancia está lista.

 

¡Un enamorado! ¡La señorita Spank tiene un enamorado! ¿Cómo me perdí de ese detalle? Lihn asegura que se trata del señor V., uno de los voluntarios que dejan notas bajo las puertas para ofrecerse a hacer recados. La señorita Spank lo contrató el mes pasado para que le llevara sus víveres a domicilio. “¿Te has fijado en que no hace rotación con ningún otro voluntario?”, rió Mauhd.

Esta puede ser la última oportunidad que tengamos, supongo que por eso he querido contártelo. Evie, el tío Oskar y las gemelas también van a ayudar. Lihn sostiene que la clave es impregnar todo lo que la señorita ama con la fragancia del señor V., y esperar que suceda el milagro. No existe fuerza como esa para sacudir a un humano. Tengo un buen presentimiento sobre esto.

No obstante, si nos equivocamos, tal vez tú puedas cuidar de este tesoro familiar. Estoy convencido de que serías un buen vecino para nuestra solitaria señorita de la calle Magnolia y sus enternecedores fantasmas.

Natasha Rangel
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