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Amanecerá en mitad de la noche

lunes 2 de noviembre de 2020
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Concéntrate. Las palabras de tu padre en su lecho de agonía resuenan en tu cráneo: “Jamás te abandones a los impulsos”. Aunque en este momento tu conciencia es inmune, sorda, a los recuerdos, has logrado encender aquella jornada remota. ¿Pero cómo es posible concentrarse con esta humillación? Con el vaho excrementicio que exhalan los templos profanados, trocados en cuadras para las bestias, con estos hombres venidos de la otra orilla a poseer tu suelo, tus mujeres.

Es posible, concéntrate, mantén el ánimo sereno, te repites incesantemente, antes de efectuar el movimiento próximo en este juego, del que eres un aprendiz rudimentario.

Has sacrificado ya un caballo, y reconoces la superioridad de tu contendiente. Ahora planeas devorar uno de los suyos, con un llano peón, y lo haces; mas adviertes tu error irreparable al instante, pues el movimiento oblicuo, violentísimo, de tu oponente, te saca del letargo: has desguarnecido a la reina y otra pieza sucumbe, a merced del alfil enemigo. Estás perdiendo.

Tu rival aplaude. Sin embargo, hay un rostro que permanece imperturbable entre todos ellos.

“No confíes en tu instinto, los impulsos te despeñarán”. La mano entumecida de tu padre moribundo, quizá tenía razón. Recuerdas: Yo, hijo de Huayna Cápac, asolado por la viruela; yo, Incap Rantin de los Señoríos Quiteños, ya hube sido afrentado antes, no por estos foráneos, sino por mi propia sangre. Debo mantener la compostura. Evocas a tus emisarios travestidos y tus ofrendas devueltas, por tu propio hermano. La declaración de una guerra sin tregua, la muerte acechando en las faldas de los cerros. Decidiste no hincarte, acuclillarte, ante su prepotencia, y ahora marchabas con tus legiones de veteranos al sur. Ibas a sellar aquel pacto con los Kañaris, cuando tu guardia fue devastada arteramente, y te apresaron. Recuerdas aún las paredes frías de aquella celda de Tomebamba, el olor a carroña que manaba de sus muros, que se mezclaba con la chicha y embriaguez de tus custodios en la penumbra. Recuerda, recuerda aquel agujero, una brecha que te condujo a la libertad y al siervo leal que te guio de vuelta a tus tropas. Perdiste la oreja izquierda, es cierto, pero desde aquel momento creció tu leyenda en cada recodo del Tahuantinsuyu. Piensas, Yo, Ataw-wallpa, serpiente, Amaru ayudado por Wiracocha, transfigurado en el animal eterno, volvió con los suyos, tal vez he de volver nuevamente. Ves tus manos curtidas por el cautiverio, y piensas que son escamas prematuras que empiezan a brotar, y es probable que seas un reptil sagrado y no el ave mensajera que entraña tu nombre.

Vuelves al juego: tenías planeado engullir a la torre del vértice, mas un peón clausura la diagonal. Contra la lógica, te adentras en el frente de batalla de las fichas de tu oponente y devoras, nuevamente, un ladino peón, con… ¿el otro caballo? Sí, lo has sacrificado, por la pieza más inútil del tablero, como dicen los expedicionarios, tus apresadores. Ellos precisamente estallan en carcajadas a tus espaldas, celebrando tu torpeza. Tu rival aplaude. Sin embargo, hay un rostro que permanece imperturbable entre todos ellos.

Es el turno de tu alfil, y tu enemigo no advierte el flanco expuesto: jaque. Las risas cesan y se transforman en murmullos tenues. Tu contrincante cubre la posición con un peón y respira aliviado. Sonríe por tu atrevimiento. Te domina en la vida y en el ajedrez, insistes, y es como si leyeras sus pensamientos, porque te dirige una mirada de piedad. “Rey despojado de corona no es rey”. La vida es como este tablero, contrasta la oscuridad espesa de un recuadro con la luz del que sigue, el curso de la naturaleza es igual, engullidos por las tinieblas, para ser resucitados luego. Dicotomía constante, vida y muerte. Estar y no estar. Ser y no ser.

Ha vuelto a tu cabeza, la guerra en la que ya triunfaste, el oráculo de Catequil, el sacerdote Huamachuco que auguró tu desenlace, el desenlace de esta historia. Chaupi Punchapi Tutayaca. Anocheció en mitad del día. En el esplendor de tu edad, una fuerza superior implacable te arrastrará a los confines del Uku Pacha, desaparecerás de la faz de la tierra. Mientras parecía florecer otra vez tu imperio, tu nombre será olvidado por las generaciones postreras. Recuerdas tu cólera, tus manos anhelantes, el estrangulamiento por la insolencia del profeta. El destino, puede que esté escrito, puede que seamos piezas movidas por hilos cabales y el albedrío no sea más que un espejismo. Pero recuerdas: confía-en-el-instinto, sin previsiones ni cálculos, arráncale la razón a los Dioses, altera el curso de las aguas. Entonces ves tu pareja de alfiles sedienta de sangre, y esas dos piezas negras, relucientes como obsidiana, machacan a tu adversario, y sólo sobreviven peones, sin embargo, los tuyos son más numerosos. No hay movimientos de la contraparte por un instante en que el tiempo parece congelarse.

Puede percibirse hasta el aletear de un insecto y por la ventana trapezoidal se proyectan destellos, un aliento de luz incierta.

Tu corazón, tambor curtido, resuena a paso desbocado; las bridas de tus captores se disuelven como correas de arena y los muros vibran, bullen, con cánticos de los tuyos, son los peones de este tablero infinito, te dices. Entonces, te incorporas, agitado, tembloroso, delgado, miras a tu contrario y todos en el recinto han enmudecido. Tus sienes empapadas, el hambre de estos días, parecen jugarte una mala pasada y luchas para sostenerte sobre tus rodillas frágiles. Una debilidad placentera, piensas. Y súbitamente tu pecho supura, ya no oscuros presagios sino júbilo, no puedes dudarlo. Y, por fin, oyes la voz fundamental de esta noche, es un susurro vacilante. Un soldado de pómulos tiznados habla en la lengua reciente, que aún no dominas, pero logras descifrar perfectamente sus intenciones: “Jaque”, masculla.

Puede percibirse hasta el aletear de un insecto y por la ventana trapezoidal se proyectan destellos, un aliento de luz incierta, más temprano de lo acostumbrado. Ahora los cánticos son más nítidos. Los ojos densos de tu adversario no se mueven del tablero.

Concéntrate. Esta es la parte más importante. Amanecerá en mitad de la noche, repites en tu fuero interno, y una sonrisa tenue se va dibujando en tus labios… poco a poco… concéntrate. Amanecerá pronto…

Cristian Cerna Pajares
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