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12:00 m

jueves 12 de noviembre de 2020
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La joven se encontraba posada frente a él, como hablándole con el pensamiento. Apenas se veía su piel por aquel brumoso ajuar.

 

Te noto callado, frío y sin iniciativa.

12:00 del mediodía, ¡por fin nos encontramos! No en la hora inútil, sólo en el horario tranquilo donde pasean pocos transeúntes y nada más se escucha un badajo que no deja de hacer resonar las campanas desde la arquitectura de Gómez Ibarra.

Acordamos vernos en el Panteón de Santa Paula, como tú lo conoces; Panteón de Belén como yo lo conozco. Vestimenta ajena a la que acostumbro me acompaña hoy en nuestra reunión: calza de seda, corsé de encaje, polisón, fondo, vestido de fina textura con manga de pernil, con borlas, terciopelos, flecos y la lista no termina ahí, ¿qué opinas? De alguna manera quise verme como creo que me imaginas.

No respondiste mis cartas o quizá jamás las recibiste, te las he traído hoy. Desdobló y leyó.

 

Guadalajara, Jal. 10 de enero de 2020

Distinguido señor Enrique,

Reciba esta carta desde mi admiración por su persona y por su pluma. Me dirijo a usted para expresarle que sus Preludios me han apasionado en demasía. Inicio esta misiva basándome en tres premisas innegables: primero, usted no me conoce del todo y, en cambio, yo a usted he aprendido a conocerlo; segundo, soy un tanto distinta a las mujeres de su contexto, yo uso una falda en lugar de cuatro y salgo sola en busca de libros y conocimiento; tercera y menos probable, quisiera platicar un poco más al respecto de su libro si me lo permite, en café Madoka si le parece bien.

Estimado señor Enrique González, no le ocupo más tiempo. Espero su respuesta a esta estudiante interesada en sus palabras.

A. R.

 

Guadalajara, Jal. 25 de marzo de 2020

Apreciable señor Enrique:

He de decirle que estoy consciente de las costumbres de su época, sin embargo, tengo la sensación de que sabe de mi admiración por usted mediante esta humilde carta y verá que disfruto de sus palabras y no imagino cuánto más si son claramente explicadas de su propia boca. No he recibido respuesta alguna de su parte. Me contaron que le han visto por la calzada Fray Antonio Alcalde, a un costado de la Catedral de nuestra bellísima ciudad.

La próxima semana quizá me dé una vuelta a ver si lo veo, dicen que lo acompañan otras personas de gran importancia, ojalá lo entretengan un buen rato.

A. R.

 

Atendí a cada pista en tus palabras: “El orto” donde todo saluda al sol y una campana que deja oír su tañido gemebundo, es así como me encuentro hoy aquí en completa zalamería. Dejamos de conocernos. Te noto callado, frío y yerto. Vine yo porque tu estática figura y esculpida forma jamás habría podido ir hacia mí. ¿Cuál es tu secreto para ser inmortal?

 

Desde la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, un vendedor de mazapán despertó a la joven que se había quedado dormida a media lectura del libro Preludios, que con letras doradas anunciaba al genio de aquella obra: era el escritor jalisciense Enrique González Martínez. A. R. abrió los ojos y recogió su libro. Sacó billetes de centenares con los que se dirigió a conseguir Lirismos para seguir conociendo a su escritor favorito.

Aconsejo a ustedes no quedarse dormidos en la calle leyendo cuando se han desvelado mucho, mejor que sea en su casa.

Soledad Jazmín Flores Lorenzo
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