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Aparición de Nuestra Señora del Amor Hermoso a la poeta Xochipilli Expósito

sábado 19 de diciembre de 2020
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La poeta adolescente Xochipilli Expósito se encuentra sentada frente a nosotros, un millón de estudiantes de letras. Está invitada a una charla sobre poesía mexicana en una universidad perdida en el bajío. Cuando llega su turno de hablar, comienza diciendo que de buena gana nos leería los poemas que su abuela Lunita injertó en su corazón, esos versos que olían como a clavelinas blancas al florecer; que todas las noches de su infancia adivinó ente las oraciones de Lunita. Versos que se ocultaban bajo el rebozo de su abuelita.

Xochipilli Expósito, la poeta, se aclara la garganta con una gran bocanada de su cigarro de rosas, hace buches con su curado de guayaba y sorbe los mocos de su infancia. Su voz ahora es clara y nos dice que nel, que ella mejor nos va a hablar de esas noches en que su abuelita la arrullaba con rezos y con palabras tiernitas y de aquella noche en la que pudo ver bien clarita a Nuestra Señora del Amor Hermoso en la oscuridad.

Nunca me llevé mejor con él, hasta me contaba cuentos por las mañanas. El wey hablaba igual de bonito que mi abue cuando quería.

Yo me quedaba dormida escuchando la voz de mi abue, sus murmullos más bien. Yo quería decirle que se durmiera, que ya estaba viejita y que me daba vergüenza que se desvelara porque yo le temía a la noche, a todos los ruidos de la noche. “Pinche mocosa mediosa”, me decía mi primo Juan, que se miaba casi todas las noches. Él se la pasaba fregando con que desde que mis papás me enjaretaron a mi abue a él ya no lo iba a ver por las noches Lunita. “Cállate el hocico, pinche Juan mión”, le decía y lo agarraba sapes, me dolía que el perro me anduviera diciendo eso, pues. Como es uno de chiquillo, eda: cruel. Así era nuestro cotorreo, toda la semana lo mismo, los rezos de Lunilla y sus palabras misteriosas. En ese entonces lo único que variaba eran los días en los que el pinche Juan no se miaba.

Con mi abue sólo vivíamos nosotros dos, Lunita nos mantenía con lo que sacaba de la milpa. Al wey de Juan también se lo habían enjaretado a Lunita, aunque él se emperraba más que yo cada que los chiquillos de don Luis se lo decían, porque él de plano ni se acordaba de cómo eran sus papás, lo dejaron cuando era un niño de brazos. ¿A mí? A mí mis jefes me dejaron ya grandecita, se fueron a los uniteds y me dijeron que mandarían feria cada mes, pero pos nunca nos llegaron noticias de ellos, menos nos llegó la feria. Cuando me hice a la idea de que mis jefes ya no volverían pude entender cómo se sentía el Juan. Le dije al Juan que se viniera a dormir a mi cuarto y que así mi abue nos podía acompañar a los dos.

Así estuvimos compartiendo cuarto unos meses y nos turnábamos a la Lunita pa ver si ese día se dormía conmigo o con Juan. Nunca me llevé mejor con él, hasta me contaba cuentos por las mañanas. El wey hablaba igual de bonito que mi abue cuando quería. Fue tan bonito, hasta que una noche en la que hizo un calorón a Juan se le dejó caer del techo un alacrán, de esos güeros bravos. No sabíamos, menos él, pobre Juan, que era alérgico a los pinches piquetes. Le picó en el cuello y comenzó a chillar, Lunita dormía esa noche conmigo y nos paramos en friega a preguntarle que le pasaba. “Algo me picó”, nos dijo y se puso a convulsionar.

Esa noche vi lo más feo y lo más bello. Mientras Juan se moría Lunita se puso a orar por él, no podía hacer nada más que encaminarlo al cielo, entre las palabras de las oraciones se mezclaban palabras hermosas. Esa noche vi a la muerte y a Nuestra Señora del Amor Hermoso. La muerte bailaba en el cuerpo de Juan y la Señora del Amor Hermoso seguía las oraciones de Lunita. Juan se murió y mi abue y yo no podíamos hacer más nada que usar las palabras para llevarlo al cielo. Desde entonces me propuse hacer poemas como oraciones.

Lictor Sebastián Ramírez Covarrubias
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