Para el tiempo en que se quedó sin empleo, el antiguo escritor de programas de Radio Luoyang Internacional, llamado Zheng, comenzó a leer todos los días el principal periódico que publicaban en la ciudad. Cada atardecer, se duchaba apresuradamente para ver después de comer el noticiero televisivo de la noche, y más tarde, agotados los seriales y la telenovela subtitulada en cantonés, esperaba el sueño explorando en el dial los espacios de noticias de unas cuantas radioemisoras, sin importar que fueran del patio o de la acera de enfrente, usted sabe.
Zheng tenía alma de reportero y todo lo que soñaba era mantener vivo su espíritu de la noticia, decía, y usted habrá adivinado que también estaría pensando en volver a la máquina de escribir, para seguir de andariego por cierto país largo y estrecho como una autopista. Un sábado que asistía a la sana terapia de la pesca con caña en alguna charca del perímetro, supo de una Oficina de la capital donde se tomaban las más trascendentes decisiones acerca del deporte de la pesca. El lunes tomó el ómnibus que pasaba a una cuadra de la puerta precisa, y a resultas de alguna sorprendente carencia en la plantilla institucional quedó inscrito a salario.
Como su vocación original había sido el magisterio, antes de la primera hora de almuerzo concibió la idea de impartir un curso que sería, en modesta primera versión, destinado a la enseñanza del empleo de los avíos de vara y carrete a muchos que solamente usaban el cordel a mano y, como él, apenas la modesta caña de bambú aparejada, más antigua que la Gran Muralla. Aportaría sus nociones de métodos didácticos y sería en algunas materias un instructor y en otras muchas uno de los educandos, soñaba muy humilde.
¡Ah, qué bien! Un curso profesional del deporte pesquero, ¡por fin se acuerda de nosotros la nación!
Floreció el proyecto como hacen los cerezos en temporada; notables institutos encargados del ramo del Deporte y en aquel otro tan inesperado del Turismo pensaron aprovecharse de la iniciativa del periodista desempleado, y hasta en la membresía que por todo el país controlaba la Oficina, los más despiertos presumieron que si lograban un certificado de graduados estarían a las puertas de un empleo como guías de pesca. O piénselo de este modo: Guías de Pesca (un adiós a las armas con gafas polarizadas rayban, completo atuendo de marca, un juego de cañas orvis, saintcroix o cualquier otra más difícil de pronunciar, un bote equivalente al audi del año, página personal en internet, entrevistas en outdoor life y voyages de peche, conferencias en dania beach, torneos en islamorada, chicas de portada en cada happy hour).
Era de admirarse, todo era parabienes y aliento, invitación a cursar una Licenciatura, dietas y tiempo libre para dialogar sobre su proyecto tanto en los municipios de la Planicie Central como por el lado de la montañosa punta de Yantai y su opuesta zona del peñascoso cabo de Chanjiang. Entonces el dinámico Zheng orientó a sus colaboradores que captaran por democrática opción a todos aquellos que por sus méritos en deportividad y respeto a los peces fueran elegibles. Provincia a provincia fueron notificados los directivos, que consecuentes no demoraban en responder con sus listados de propuestos.
Faltaba tan sólo un distante territorio de grande capital, con vistosa bahía abierta al Mar Celeste, con río famoso y unos cuantos canales y embalses de renombre, donde de año en año sacaban peces que se inscribían en las nóminas de los grandes récords. Cuando el incansable Zheng logró tener en línea al encargado local de la afición a los cordeles y anzuelos de la distante provincia, respondió éste:
—¡Ah, qué bien! Un curso profesional del deporte pesquero, ¡por fin se acuerda de nosotros la nación! —queriendo decir, sabía el maestro convertido en reportero y devenido instructor de guiado de pesca, la instancia nacional de aquel asunto.
—Por supuesto. ¿Va usted a inscribirse también?
—Seguro, camarada Zheng. ¿Cuál es la fecha?
—En julio, la tercera semana, para facilitar en días vacacionales la asistencia de los matriculados.
—¿Propuso usted ese calendario?
—Lo aprobó la directiva, y todas las provincias lo han aceptado con entusiasmo.
—Pero es que ustedes, ¡todos!, no nos toman en cuenta: ¿a quién se le ha ocurrido programar un cursillo de esos en plenos Carnavales?
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