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La reanimadora rusa

martes 7 de junio de 2022
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Sonia viene de muy lejos, de la frontera roja de la historia, escapando del hambre y de un hombre. Obtuvo su título de enfermera especialista en anestesiología y reanimación minutos antes de que cayera el muro. Realizó las prácticas en un hospital de campaña. La moderna Europa ha decidido no convalidarla. Podría demostrar que sus conocimientos en este campo son superiores a los de la mayoría de graduadas de aquí, pero sólo se le permite trabajar como auxiliar de enfermería en planta, sin acceso a quirófanos. Buscará otra cosa. Encontrará lo que sea.

Conoce al que será su segundo marido rascando la grasa de una campana extractora, aupada en su dignidad. Es un cocinero con intenciones artísticas. Será ella quien le estimule y convenza para que despliegue todo su talento, invierta lo que tiene ahorrado, comprometa su firma y se aventuren, mano a mano, en un negocio propio. Conoce el sector, es bueno en lo suyo y contará con su incondicional apoyo.

Tardan menos de lo esperado en obtener beneficios. El hombre se limita a cocinar y a seguir sus directrices. Ella preferiría volver a ejercer su profesión, pero no cree que, a estas alturas, el esfuerzo que le exigen le compense. Ha contraído nuevos e importantes compromisos. La hija de ambos se llamará Sonia, por descontado. Es un nombre bonito, útil en las dos culturas. Tiene muy presente que la historia de las naciones da muchas vueltas, que los destinos pueden complicarse tanto como los orígenes y que es prudente dejarse abiertos caminos de ida y vuelta. Madre previsora vale por dos.

El tiempo vuela, inmersos como están en ambiciosos proyectos empresariales y familiares. Ella se encarga de la administración. La chica es buena estudiante. Entre las dos conseguirán, con tesón, que le alcance la nota para entrar en medicina. El negocio sufre las dificultades propias del momento. Los impuestos al valor y al esfuerzo no paran de subir, estrangulando a la clase emprendedora. No consigue cuadrar las cuentas. Se equivoca y tiene que volver a sumar.

Un cliente se ha atragantado y no puede respirar. No hay ningún médico entre los asistentes. Nadie responde a las invocaciones, al menos.

Golpean la puerta de su despacho y gritan su nombre. Es una camarera. Parece asustada. Ha surgido un problema muy serio en el salón principal. Un cliente se ha atragantado y no puede respirar. No hay ningún médico entre los asistentes. Nadie responde a las invocaciones, al menos. En la ficción se da un exceso de confianza en la condición humana que no siempre se compadece con la realidad. Sí, han avisado al servicio de emergencias. Su marido ha mandado a buscarla para que haga algo mientras tanto. Los compañeros no ignoran que sabe de esto. En más de una ocasión se ha referido a su formación con orgullo.

Le practica la maniobra de Heimlich, pero no consigue que expulse lo que sea que está obstruyendo su vía aérea. Procede con el boca a boca. Intentará mantenerlo en las mejores condiciones posibles hasta que llegue la ambulancia. La clientela, abundante a estas horas, contempla la escena sobrecogida. Un desalmado lo graba todo con su teléfono. No tiene buena pinta… Presenta signos evidentes de cianosis. Algo habrá que hacer, antes de que sea demasiado tarde. Hay decisiones que no admiten demora. Sonia reconoce la expresión apremiante de las circunstancias, esa cara de ahora o nunca. Pide un bolígrafo. “¡Ese no! ¡Un boli Bic!”. “Sólo hay uno rojo…”. “¡El color da lo mismo, estúpida!”. Se lo traen desde la barra. Sabe cómo usarlo. Está acostumbrada a ser resolutiva. Lo estrecha en un puño. Esperará un poco más, sólo un poco más. La ambulancia tiene que estar a punto de llegar. Esto no es nuevo para ella. En su pequeña república ex soviética vivió situaciones muy comprometidas y tuvo que reaccionar con inmediatez, pero ahora… Si algo sale mal, por lo que sea, puede buscarse un problema muy serio. Carece de la habilitación para ejercer. Pueden exigirle responsabilidades, perderlo todo, que la expulsen del país… Su familia está aquí, y su negocio. Su hija la necesita. Falta muy poco para que entre en parada. Tiene que decidirse ya. Muchas veces, los momentos decisivos dependen de una simple cuenta rápida. Su deber es arriesgarse. Si no lo hace, se culpará para siempre. “No olvides quién eres, y que te formaste para esto”, le recuerda la voz de la conciencia. Le parece escuchar una sirena a lo lejos. ¿No la oyen? Ninguno de los presentes se atreve a confirmárselo. Se guarda el bolígrafo en la camisa y continúa con el boca a boca. Afrontar un dilema moral no es tan distinto de echar las cuentas de un negocio.

Por fin llega la ambulancia. El médico y la enfermera le parecen torpes. Ella no procedería así, de ninguna manera. Le colocan el ambú para trasladarlo. No tienen ni idea… No van a llegar a tiempo. ¿No se dan cuenta de que necesita una traqueotomía urgentemente, de que eso es lo único que podría salvarlo?

Vuelve a casa y se desnuda, agotada. Al colgar la camisa en el armario repara en una mancha roja que empapa los pespuntes del bolsillo izquierdo, y en otra que lleva en su pecho.

A la mañana siguiente, confirma que su paciente ingresó cadáver.

José Romeo
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