Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

Eliana

lunes 29 de agosto de 2022
¡Comparte esto en tus redes sociales!

Hace algún tiempo tuve la suerte o la desgracia de ser una de las pocas personas que vieron a Eliana de Urgel en la plaza del pueblo; no sólo eso, sino que además habló conmigo. Tanto tiempo había transcurrido desde que conversara con alguien, que me contó toda su historia.

Me encontraba yo en un banquito de piedra, disfrutando de la brisa nocturna que, al ser verano, llevaba días sin pasar por el pueblo. Mientras, aprovechaba para escribir un cuento que tenía entre manos, ya que durante el día el calor me impedía concentrarme en la tarea.

La plaza, sin estar abarrotada, contenía en su interior una docena de aldeanos que, como yo, disfrutaban del frescor de aquella noche.

Todo el mundo sabía que jamás salía de su castillo. Mayor conmoción debió causar que se sentara en el banco en el que estaba yo.

No puedo ubicar en el tiempo la llegada de Eliana a la plaza, pues estaba absorto en mis quehaceres, pero debió causar gran revuelo; todo el mundo sabía que jamás salía de su castillo. Mayor conmoción debió causar que se sentara en el banco en el que estaba yo. Con su voz solemne, e ignorando las miradas curiosas de los aldeanos, me preguntó:

—Es usted escritor ¿verdad?

Yo asentí con la cabeza, completamente acobardado por una presencia tan firme.

—Entonces le contaré una historia. Es una historia digna de ser escrita.

Como respuesta, dejé a un lado mi cuaderno y me acomodé en posición de escucha. Ella, en tono seguro pero bajo, para no revelar ni una palabra a los curiosos que merodeaban intentando enterarse de algo, comenzó a hablar.

—Ha usted de saber que yo no me arrepiento de nada de lo que hice; si no, no lo hubiese hecho, pero de igual manera me siento obligada a dar algunas explicaciones previas para que pueda usted comprenderme mejor.

”Pues bien, seguro que sabe que la familia de Urgel es una familia adinerada. Para mí eso no tuvo nunca especial relevancia, pero para mi madre era equivalente a pertenecer a un linaje superior al del resto del pueblo. Por ello, nos crio a mi hermano y a mí como a miembros de la realeza, apartándonos del resto de mortales: teníamos una maestra particular, recibíamos la misa en casa y sólo se nos permitía dar paseos por el bosque que rodea el castillo, nunca por el pueblo.

”Mi hermano Víctor era dos años mayor que yo, además de varón, así que cuando cumplió dieciséis años mi madre le otorgó ciertas libertades. Podía visitar el mercado de vez en cuando, dar algún paseo por el pueblo e incluso ir a misa en la iglesia durante las fiestas importantes.

”Yo moría de envidia, pero mi querido hermano apaciguaba mi disgusto relatándome cada detalle de todo lo que veía. No duró demasiado esta situación. Ya sabe usted cómo son los hombres, les das la mano y te cogen el brazo. Víctor comenzó a escaparse por las noches para visitar tabernas de mala muerte e ir a otros pueblos cercanos, donde entablaba amistad con muchachas de cuestionable moral. Su hermanita ya no le interesaba y yo ya no podía vivir el mundo a través de sus historias, así que hube de volver a mis aburridos libros y mis insípidas clases.

”Un día en que Víctor llegó a casa a altas horas de la madrugada, entré en su alcoba para pedirle que me contase cómo eran las noches fuera de nuestras asfixiantes paredes de piedra. Me recibió sin camisa, despeinado y con una expresión de bobalicona placidez que me fue muy molesta.

”Resultó que estaba borracho y cuando le hice mi petición, soltó una carcajada. Arrastrando las palabras y acercándose a mí con su pestilente aliento, me dijo que eso no era algo que debiera importarme, puesto que yo, desgraciada, viviría siempre prisionera en el castillo. Me gritó que buscara un pasatiempo más entretenido que mis libros, porque éstos acabarían aburriéndome si pasaba el resto de mi vida leyendo.

”Me fui de su habitación en silencio, con su dura sentencia enrollándose en mi mente para quedarse conmigo, porque era cierto: yo nunca iba a ser libre.

”El día siguiente lo empleé por entero en seguir el consejo de mi hermano. Dentro de mí existía una oscura vocecilla que sabía exactamente qué entretenimientos me complacerían y llenarían mi alma, pero esas diversiones sobrepasaban por mucho los límites del bien.

Aguardé largo rato y, afortunadamente para mí, llegó más ebrio que el día anterior, tanto que apenas era capaz de caminar.

”Cuando oscureció, entré de nuevo en la habitación de mi hermano a esperar a que llegase. Aguardé largo rato y, afortunadamente para mí, llegó más ebrio que el día anterior, tanto que apenas era capaz de caminar. Sin mediar palabra, lo tumbé en la cama y besé sus labios. No me juzgue usted, pues no fue un beso incestuoso, sino un beso fúnebre.

”Saqué de mi pecho una daga que previamente había tomado prestada de uno de sus cajones y lo apuñalé. Fue tan certero mi golpe que murió al instante, sin tener tiempo de emitir sonido alguno. Abandoné su cuerpo tendido en la cama y recorrí el castillo dispuesta a cumplir mi otra misión: hice correr a mi madre, mi carcelera, la misma suerte que mi hermano. Tardé un poco más en asesinarla, pues la primera puñalada se desvió del corazón y hube de acuchillarla varias veces hasta hacerla morir.

”Tiene usted que entender que yo no los maté por odio, yo les amaba, al fin y al cabo eran todo mi mundo. Sin embargo, dentro de mí se revolvían unos impulsos crueles que yo jamás había podido saciar y, al no hacerlo, se habían adormecido quedando sepultados bajo una capa de tedio y pesar. Sólo mi hermano con sus palabras punzantes de beodo había conseguido despertarlos de nuevo, haciéndolos volver con una intensidad imposible de ignorar.

”Arrastré con mucho esfuerzo el cuerpo de mi madre hasta la alcoba del ya difunto Víctor y fue entonces cuando comenzó mi noche de placer, único momento en el que he sido libre.

”Los desnudé y le puse a mi hermano el camisón de mi madre. Bailé con él, imaginando que mi madre reía y nos aplaudía. Volví a desnudar a mi hermano y también yo me desvestí. Me tumbé con ellos en la cama, sintiendo, en el contacto con su piel muerta, el amor que sólo la familia otorga.

”Después les corté el pelo con la daga, probando divertidos peinados, y cuando ya no quedaba cabello sobre sus cabezas me decidí a explorarlos en profundidad. Comencé con mi madre. Rajé su pecho hasta el abdomen y le extraje el corazón y las tripas. Jugué con ellas hasta cansarme y me bañé en su sangre. Cuidadosamente, extraje su ojo derecho de la cuenca y lo mordí, pero enseguida lo escupí, pues el gusto era vomitivo.

”Con mi hermano pasé más tiempo puesto que yo nunca había visto a un hombre desnudo. Besé, palpé y acaricié todo su cuerpo, con especial ahínco en las partes que no conocía. Una vez satisfecha, seguí el mismo procedimiento que con mi madre, abriéndole el pecho y el abdomen. Después le corté todos los dedos de la mano izquierda, los párpados y los labios. Era un trabajo realmente agradable con un resultado muy chistoso.

”No sé cuánto tiempo estuve jugando con mi familia, el caso es que en algún momento caí rendida entre sus cuerpos mutilados y no me desperté hasta que la maestra, que venía a impartirme mis clases como de costumbre, chilló con todas sus fuerzas al encontrarse con tan grotesca imagen.

”Por suerte, estaba tan aterrorizada que no opuso resistencia cuando la degollé. También jugué un poco con su cuerpo, pero el deleite fue menor porque no sentía el mismo cariño por su cadáver que por los de mi madre y hermano.

”Los días siguientes fueron agotadores, tuve que descuartizar los tres cuerpos, guardar en la despensa los trozos que me servirían de alimento y enterrar el resto en el bosque, aparte de limpiar toda la casa y mis ropas.

”El domingo, cuando el cura llegó a dar la misa, hube de inventar, entre sollozos y suspiros desolados, que tanto mi madre como mi hermano habían tomado unos frutos que habían recogido del bosque, dando la casualidad de que eran venenosos, lo cual provocó su muerte sin que yo pudiese hacer nada. Le conté que había enterrado yo misma los cuerpos en el bosque, cerca del castillo, para que permanecieran siempre a mi lado. No quise dar más explicaciones ni esforzarme mucho en mis mentiras, me molestaba mucho tener que ser desleal a una historia tan bonita y gozosa como la que había vivido.

”El cura creyó mi relato sin cuestionarme y se esforzó por que el resto del pueblo lo hiciera también. Nadie me ha molestado desde entonces; tan sólo soy una huérfana encerrada en un castillo. La hija del panadero me trae todas las semanas una cesta con comida y leche y, si tengo algún apuro, el cura se encarga de ello, de manera que ni siquiera con mi familia muerta tengo necesidad de bajar al pueblo.

Hoy he sentido el deseo irrefrenable de compartir con alguien el momento más dichoso de mi vida.

”Ahora que ya he terminado la historia se preguntará usted por qué confieso tan terribles crímenes. Simplemente hoy he sentido el deseo irrefrenable de compartir con alguien el momento más dichoso de mi vida, así que he venido a esta plaza, tan desconocida para mí, y al verle escribiendo he decidido que era usted la persona adecuada. Yo sé que no comparte mi gozo, ni cala en usted mi felicidad, más bien se sentirá aterrorizado y repugnado, pero como escritor que es tenía el deber de escuchar la historia de inicio a fin y dejarla grabada en su memoria, evitando hacer juicios que nublaran la realidad de los hechos.

”Tiene permiso para pasar mis palabras al papel y dejar que el mundo las conozca. Espero que entienda que ahora no es buen momento para hacerlo, pues se interpondría con otros planes que tengo en mente y que no pienso revelar. Me despido de usted, le dejo que siga con sus escritos y que reflexione sobre lo que acabo de contarle. Yo vuelvo a mi castillo, a mi prisión. Disfrute de lo que queda de noche”.

Sin darme tiempo a responder, se levantó y se marchó de la plaza con paso firme y orgulloso y yo me quedé un buen rato clavado en mi sitio, intentando digerir todo lo que acababa de escuchar.

Enseguida transcribí sus palabras para que no se me olvidasen; sin embargo, no ha sido hasta hoy, mucho después de nuestro encuentro, que he sentido necesario que el pueblo conozca esta historia.

Las campanas de la iglesia no han sonado en todo el día y nadie sabe dónde está el cura. No pretendo al revelar esta historia acusar a Eliana de Urgel, ni alarmar a mis queridos vecinos, tan sólo deseo ofreceros una pista de cuál podría ser la suerte que ha corrido el cura del pueblo.

Beatriz María Pallarés
Últimas entradas de Beatriz María Pallarés (ver todo)
  • Eliana - lunes 29 de agosto de 2022

¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio