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Chevrolet

martes 6 de septiembre de 2022
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El anciano seguía reclinado contra la puerta. Sergio le llevó el almuerzo.

—Esta mierda —dijo Roberto—. Todos los días lo mismo.

—Si vendieras sería distinto —intervino la mujer de Sergio.

Roberto no quería vender.

—Es un carro histórico. Ahí mi papá paseó a Tito Guisar, en el 41.

Se puso de pie y comenzó a cantar: ¡Ay!… En mi botecito… Tan lindo y tan chiquito… Nos iremos a pasear…

Aprovechó para mostrar unas fotos cuya nitidez se había perdido.

—De ahí no hay quien lo saque —concluyó Sergio.

La osamenta de la casa, igual que la del anciano, podía venirse abajo de un solo golpe. Con la venta podían reparar el inmueble.

Roberto había enviudado. Tenía dos hijos. El varón se largó. La hembra no lo atendía. Su sobrino Sergio y la mujer eran su apoyo. Había sido apodado “el gato” por Roberto. Cuando pequeño vivió en una finca. Subía y bajaba las matas en un santiamén. De mayor trepaba en las casas ajenas. Lo enviaron a un correccional. Al quedar en libertad fue a vivir con su tío.

La osamenta de la casa, igual que la del anciano, podía venirse abajo de un solo golpe. Con la venta podían reparar el inmueble. La mujer empujaba a Sergio:

—Hay que declararlo incapacitado, de ahí para un asilo —repetía.

—La hija va a dar pelea.

—Dale dinero.

—Ella querrá más. La solución sería que él venda y guarde el dinero en la casa.

Valeria, la hija, le visitaba. Siempre le pedía que no se desprendiera del carro. Sabía que, si él vendía, ella quedaba sin dinero. Justo, el varón, visitó Cuba y trató de persuadirlo de la venta, quería llevarse el dinero:

—Es mi herencia —le decía.

Sergio se lamentaba con sus amigos.

—¡Buscaré el dinero como sea! —repetía en sus borracheras.

 

Una noche, la mujer del sobrino despertó al anciano.

—La policía está aquí. El “gato” está preso.

Al otro día, sus amigos acudieron a Roberto.

—Compa, tira pa’alante, ese bróder se ha jodío mucho contigo —dijo Guido—. Unos socios buscan un Chevrolet. ¡Pagan al contado! Con lo que quede, pueden pasarle la mano a la casa.

—¡Hace falta plata! ¡El abogado, la fianza, quizás tocar a alguien! —exclamó la mujer de Sergio—. No llegó a robar, puede salir sin internamiento.

Esa misma tarde Guido llevó a los compradores.

—Esperen aquí —dijo Roberto.

—Lo lograste —dijo Guido al oído de la mujer de Sergio.

 

Voltearon la cabeza cuando Roberto salió del cuarto.

—¡Ese carro es histórico, cojone! ¡Histórico! —gritaba, mientras mostraba una foto.

Daniel Sebastián García Torres
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