XXXVI Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE 2023

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Victoria

martes 27 de septiembre de 2022

Cuando su novio de muchos años le pidió el casamiento, Victoria se fue sola de camping a un bosque remoto de Maine. Ella dudaba y quería pensar concienzudamente si se casaba o no. Pasó dos días expurgando todas sus aventuras infieles que le atormentaban porque aún pensaba acudir al matrimonio, si no ya virgen, al menos honesta y transparente con su pareja más resistente. Asumió esta postura como un deber moral de vida que iba a regir las etapas de su futuro matrimonio.

En la noche del tercer día apareció un oso macho de aproximadamente cuatrocientas libras flechado por los orines de una hembra. Tanto en el hombre como en el animal macho, la vigilancia de los placeres se dirige al exterior y a cualquier hora del día o la noche. El placer es útil y necesario para un mamífero seductor que es aguijoneado por la sexualidad. El grande, pesado y lento animal salió a medianoche de la cueva para ocuparse del llamado al convite de la hembra.

En búsqueda de la anónima compañera cruzó un riachuelo y saltó muchos peñascos hasta llegar a un terreno bordeado de pinos donde Victoria tenía su acampada. Afuera estaba el oso pardo arrancando la tierra, marcando la corte y arrojando el semen como un toro de lidia. Adentro, la linterna iluminaba la caseta apache. Victoria muy concentrada leía detenidamente El segundo sexo de Simone de Beauvoir, porque seguía indagando sobre el destino de las mujeres casadas. Esas teorías le daban muchos sobresaltos a su corazón.

El animal descarado se levantó en las dos patas traseras y a punto estuvo de caer sobre la hembra de Manhattan.

El oso bizantino se acercó a su presa arrojando unos bramidos que espantan a Victoria. El animal descarado se levantó en las dos patas traseras y a punto estuvo de caer sobre la hembra de Manhattan. El pánico se apoderó de la excursionista vegana. De pronto, imaginó su último segundo de vida, atacada por el oso, abrazada por una enorme musculatura hasta ser despellejada por garras y colmillos.

Tuvo suerte de salir ilesa de su encuentro con el salvaje animal. El oso enamorado no le tocó ni un dedo a pesar de que cualquier animal en celo es capaz de estrangular. Victoria no sabía que el oso nunca ataca a una mujer, cuando le ha indicado que es una hembra y no un macho. Pero no durmió en toda la noche, se desveló, no cerró los ojos, pensando siempre en la sombra fantasmal de una fea imagen fálica que le cuelgan unos vastos genitales.

Esas imágenes, Victoria las consideró peligrosas más que vulgares, tanto que le afectaron en lo más profundo de su honra y deshonra. Ya se sintió salvada del entuerto cuando comenzaron a despuntar los rayos del sol porque el oso no podía ver con la luz diurna. La desencantada amante, sin daño alguno, de inmediato desarmó su camping, deshizo los conjuros de la santería y aborreció sus lecturas femeninas para quedar muy convencida de su vergüenza magullada por el destino. Claro que, de su redentora experiencia en la montaña, pudo concluir cosas escalofriantes de su novio peripatético.

Victoria llegó intranquila a Cambridge, no tuvo impedimento para rechazar la propuesta de matrimonio de su partner aristotélico.

 

Yo escuché cuando tocaron a mi puerta y era Victoria desesperada que me lo contó todo asustada, roída por dentro. Ella se toma todo muy a pecho. Me suplicó que la apoyara, que no la abandonara, que éramos como dos gotas de agua en el tumulto de un riachuelo y que le diera un potente bálsamo para el síndrome del oso.

Juan Casillas Álvarez
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