Los cuerpos. Uno encima de otro en el patio. El césped humedecido. Las gotas de sudor rodando por mis mejillas. Retrocedí un momento y un ruido me hizo mirar hacia un lado. Entonces lo vi. Primero su silueta asomándose en el suelo. Una imagen gigantesca, oscura. Luego, la misma imagen avanzando hasta donde yo me encontraba. Dejó de ser un reflejo, algo intangible, para convertirse en carne. El verbo hecho amenaza, hecho miedo, hecho desobediencia, hecho herida.
La cara de Luis ya no era la del niño que alguna vez tuve dentro de mí. No pude haber estado unida a él, pero tampoco lograba alejarme ahora. Seguíamos adheridos por un hilo invisible, un cordón de carne que nos acercaba desde dentro mismo, desde donde se forman las entrañas y la sangre corre, y esto es todo lo que hay bajo nosotros, bajo la piel que Luis se encargó de quitarles con mucho cuidado, primero a los animales callejeros que traía a casa, y ahora a sus abuelos.
Ese ya no era mi hijo, pero no pude moverme cuando brincó la cerca y emprendió el vuelo.
Si cerraba los ojos e intentaba recordar su rostro, en mi cabeza aparecían carroñeros y eso sí sentía como propio.
Carne de mi carne nauseabunda.
Niño de nuestros ojos, de nuestro afecto torcido, pero niño nuestro, al fin y al cabo.
2
Nadie recordaba que alguna vez tuve un hijo bestia. Un hijo ave, un hijo muerte. Nadie, ni siquiera el mismo padre. Pronto nació otro niño, que decidimos convertirlo en el único, en el centro. Niño de nuestros ojos, de nuestro afecto torcido, pero niño nuestro, al fin y al cabo.
Tener otro hijo era extraño. Era todo nuevo y ya no era yo la misma de antes. Era alguien más débil a quien le habían quitado algo. Nacer era robar un poco de vida a quien te mantuvo feliz, cautivo. Morir, en cambio, era dar, alimentar a los insectos, al suelo; ser la madre. Dar todo lo que tienes para que te devoren y no saber nunca cuándo terminará, por cuánto tiempo te seguirán destrozando, siempre desde dentro, donde está lo más blando, lo que nadie puede ver.
Pero la carne muerta cimenta.
Carne de bestia, de usurpador, carne huérfana de huérfano enloquecido.
3
Crie un hijo que se esfumó en la noche.
Crie un hijo que nunca aprendió a llorar.
Un hijo que no reconoció el cariño.
Crie un hijo para que fuera amigo de su enfermedad. Para que aceptara su mente, sus deseos.
Este hijo mío.
Tuve un hijo alguna vez. Un hijo hermoso al que crie a la fuerza.
4
Cuando preguntan, siempre respondo lo mismo: tuve un hijo alguna vez. Un hijo hermoso al que crie a la fuerza. Sólo un hijo tuve, pero muchas veces mi vientre ha querido abrirse de nuevo. Dejar salir las aves ocultas debajo de las células, las aves invisibles de mi cuerpo inútil, pero nada aparece. Con un hijo ha sido suficiente, murmuro.
Y al decir eso, nada ocurre.
Todos hemos olvidado algo. Yo he querido recordar la situación aquella. En mi cabeza hay una escena: sangre derramada, Luis con la ropa manchada, con la mirada manchada. He ido olvidando los detalles. Sé que fue algo grande. Muy malo. Algo imposible de describir.
Algo pasó porque a veces siento que de mi vientre salió algo maldito también.
Pero el olvido es cosa de esta familia.
Olvidar como se olvida la lluvia luego de una tormenta. Olvidar en silencio. Olvidar en lágrimas, aunque el cuerpo a cada momento me duela para obligarme a recordar al hijo águila, hijo viento, hijo angustia que alguna vez vivió en mí.
- Una vez un hijo - sábado 3 de diciembre de 2022