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Yo soy Luis

domingo 11 de diciembre de 2022
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Yo soy Luis y he venido a este mercado para acompañar a mi padre que es comerciante de animales. Aún llevo pantalones cortos porque mi mamá dice que todavía soy un niño aunque yo me siento grande pues me gustan las niñas de mi edad. La ciudad en este lugar es más ruidosa y descuidada. Hace mucho calor. Mi padre tiene una camioneta vieja en la que vende pollos y gallinas. La otra vez me llevó para que me conocieran sus clientes y les decía que yo voy a ser abogado pero hoy me dijo que lo esperara aquí en la camioneta que ya venía. Me da miedo que me deje solo pero los que pasan me dicen que lo espere que ya viene, que está negociando unas gallinas. Lo bueno es que a papá lo conoce todo el mundo y muchas personas se acercan para saludarlo. Cuando aquella vez entramos juntos la gente gritaba para decir cualquier cosa o para que le despacharan alguna mercancía. Estábamos atiborrados de personas, animales, carne colgada a la que le llegaban moscas, pescado salado, sardinas frescas, víveres, verduras. Apenas podíamos caminar entre tanta gente intentando vender o comprar tantas cosas: papas, tomates, zanahorias, pollos vivos como los que vende papá y hasta algún chivito que daba berridos porque le hacía falta la madre.

Yo conozco ese quejido porque papá cría cabras y chivos y una vez me llevé un chivito para mi casa y toda la noche lloró por su mamá. A mí también me daban ganas de llorar cuando me dejaban solo en la casa. No hay juguetes en el mercado. Es un mundo para la gente grande, será por eso que también venden cuchillos, palas y machetes, y viene gente del campo. Se les ve por la manera como hablan y como se visten y caminan. Todo es distinto a aquella gran tienda a la que me llevó mi mamá un sábado de mi cumpleaños en la que había trenes y muñecos eléctricos que se movían de un lado para otro, velocípedos, pistolas que echaban fuego y tantas cosas maravillosas. Todo estaba limpio en esa tienda. No hacía calor. El señor que nos atendió se veía elegante y vestía una camisa blanca con corbata. Le dijo a mamá que me cuidara porque por allí se estaban robando a los niños. Puso a funcionar un tren que corría por su gran pista. Le recordé a mamá que yo no tengo muchos juguetes y que la otra vez soñé con un tren como ese. Provocaba quedarse a vivir allí, claro, acompañado de mamá.

Ella sólo me compró un antifaz y una pistolita para echar agua porque eran días de carnaval. Yo quería como regalo un soldadito eléctrico y un carrito de carrera, pero mi mamá me dijo que me conformara porque no tenía plata. Aquí en este mercado no hay juguetes, aquí lo que hay es calor y comida. Ahora todos esos olores llegan hasta la camioneta donde estoy. Una señora de cierta edad pasa cerca vendiendo mandocas y empanadas. Huele a fritanga. Mamá dice que las fritangas son malas, pero a mí me gustan los pastelitos con un poquito de picante suave. Cada quien ofrece lo que quiere vender, por eso se escuchan muchas voces, como una algarabía. Algunos gritan o dicen palabras que no entiendo. Creo que algunas son malas palabras. Yo estoy esperando a papá para que me lleve a tomar una merengada pero le voy a decir que me dé la mano para no perderme entre tantos pasillos y tanta gente que no conozco. Isabel, mi hermana, me dice que no debo decir malas palabras porque me puede salir el diablo.

Papá debe estar cobrando y por eso es que se tarda. Me dicen que está hablando con un cliente.

Yo sé que papá tiene que volver por mí porque si no mamá le va a reclamar y se va a poner muy brava. Además él tiene pollos y gallinas en la parte de atrás de la camioneta y si no viene pronto se pueden morir de calor. Yo también tengo sed y me quiero tomar un jugo o una merengada. Papá debe estar cobrando y por eso es que se tarda. Me dicen que está hablando con un cliente. Papá trabaja mucho para criar esos animales y después tiene que venir aquí a venderlos, aunque él tiene sus compradores fijos. Mientras tanto no cesa la bulla y hay gente que pasa con pájaros en las jaulas. Seguramente son personas como papá que vienen a venderlos. Por los colores de sus alas parecen pericos o turpiales. A mí me gustan los pajaritos pero mamá dice que no es bueno tenerlos encerrados porque ellos también sufren y se mueren. También cerca de esta camioneta pasan niñas y niños pero ellos no están solos como yo sino acompañados de sus padres. Esta mañana papá me dijo que los sábados viene un grupo musical a tocar en el mercado pero hoy como es lunes no vendrá nadie.

Ahora Luis no quiere escuchar malas palabras y se tapa los oídos. Sabe que es pecado pronunciarlas. Eso le dice su hermana Isabel y le mete miedo de que lo pueda acusar con papá. Pero él también sabe secretos de su hermana pues la ha visto besándose con un novio que no conocen en la casa. A su hermana Isabel a veces le cuenta las cosas que le pasan en la escuela. Cuando otro niño se mete con él llamándolo gordiflón, la maestra le dijo que debe perdonarlo, que no le haga caso, que a lo mejor es por envidia. Pero Isabel le dice que no se deje echar vainas, que lo pellizque o le dé un coscorrón, porque los hombres tienen que ser valientes. El otro domingo cuando fue a la misa, el sacerdote, que es también un poco gordiflón, le dio una medallita porque Isabel le dijo que se estaba portando bien. Pero a veces a Luis se le ocurre pensar cosas malas. A él le gusta Marina, la hija de unos señores ganaderos que tienen mucho dinero y son vecinos. Cuando piensa en ella desea tenerla cerca. A veces juegan juntos al escondite. Algunas veces ha querido besarla pero no se atreve. Él cree que si intenta besarla ella va a salir corriendo a acusarlo y después no va a jugar más con él. Piensa que a lo mejor está enamorado y por eso los padres de ella casi no los dejan jugar solos. Siempre que los ven juntos la llaman para que entre a la casa.

—Marina, son las ocho de la noche —le dice su mamá desde el porche de su casa—, no es hora para que estés en la calle, tienes que dormir.

Pero también piensa que estar enamorado no debe ser pecado porque todos alguna vez se enamoran y después se casan y tienen hijos. A Marina se le ven ya unas peloticas en su pecho que parece que le están creciendo. Ella es muy pícara y a veces la ha visto jugando volibol con otros niños y eso a él no le gusta. Él le contó a Isabel y ella le dijo que es como si se pusiera celoso.

Afuera y adentro del mercado la gente sigue pasando y hablando. Algunos llevan paquetes y bolsas con las cosas que han comprado, otros siguen gritando. Cada vez hace más calor y papá no viene. Le pregunté a un señor y me dijo que mi papá está cerca. Hay mujeres que pasan y quieren comprar gallinas pero Luis les dice que es su padre quien las vende, que lo está esperando y no viene. Algunos personas están mal vestidas. Se ven descuidados. Marina es todo lo contrario, se pone muy bonita cuando sale de su casa para que yo la vea. Quizás algunos pollos o gallinas se van a morir por el calor pero tendré que seguir esperando hasta que papá se acuerde de mí y me venga a buscar para tomarnos la merengada y comernos algunos pastelitos. Mamá dice que debo pensar en los santos cuando estoy asustado. En eso pienso para que no me dé miedo y para no pecar con el deseo de besar a Marina.

Douglas Bohórquez
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