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Tres microrrelatos de Ismael León Almeida

jueves 19 de enero de 2023
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Arroz con gandul

La vieja salía al frente de la casa con una cazuelita y se ponía a recoger vainas de gandul1 de las matas que crecían en lo que iba a ser el portal y nunca pudo hacerse. Al rato venía y se sentaba cerca de la puerta a desgranar las vainas bajo la luz que entraba. Cocinaba arroz con gandul para el almuerzo. Sería de pobreza o porque le gustaba, eso no se sabe, no era una abuela muy comunicativa. Era una mulata que probablemente no era muy alta, que posiblemente nunca sonrió, que tenía el pelo blanco y la mirada adusta y antigua. La bisabuela Chon era negra; el tatarabuelo Antolín era congo de nación, llegado de siete años a la isla. No era casa de bromas la de la abuela Yeya. Sino de trabajo. El abuelo, que era blanco como un papel blanco y tenía el pelo chino partido al medio, amanecía rociando las hojas de tabaco sobre un bastidor de alambre que le quitaban a la misma cama de dormir. Se echaba un buche de agua en la boca y de un soplido lo rociaba como una fina neblina apresurada sobre las hojas pardas. El resto del día aquel aroma inundaba la casa y había siempre alguien sentado en uno de los cuatro puestos de torcer tabacos en la sala. Los muchachos tenían que alejarse de las chavetas, no se podía jugar con ninguna de aquellas herramientas, ni con la guillotina de cortar las vitolas a la medida, ni con la prensa viejísima, que al mayor le habría gustado guardar para tenerla de recuerdo en el cuarto donde estudiaba. Abuelo José Benito murió un día como suelen hacer los viejos; con él se fue el chinchal de tabaquería que no tuvo ya espacio en el país que alegremente apostaba por la colectivización y el desarrollo. Abuela estuvo muchos años más, adusta, con el tremendo orgullo que llevaba dentro, desde el congo Antolín y la negra Asunción. En esa casa vivía el primer universitario que conoció aquel barrio de azucareros, siempre atentos al pito largo y bronco del ingenio. El tío Roberto estaba fotografiado en una revista y algunos mediodías los sobrinos lo escuchaban por el noticiero de CMQ Radio. Era el más prieto de los hijos de Yeya, pero en esa casa nunca se quejó nadie de racismo. El muchacho salió periodista, pero un día se cansó de eso y se hizo abogado: “Mijo, yo me gano con dos cuartillas lo que tú vas a tener que llenar cien para ganarte”. Al sobrino le gustaba el arroz con gandul y nunca entendió para qué sirve un abogado.

 

Nunca antes habías visto el rojo2

Sol viene por la acera, camino a la panadería. Viene con la vista fija en las espaldas de Conrado y apurando los pasos para marcar el último antes de que nadie se le adelante.

Conrado va a demorarse en responder, alelado en las caderas de Yurimis y en el delicado perfil de sus hombros desnudos. A sus cincuenta y nueve años, Conrado no vio hombros más hermosos que los de Yurimis. Pasados los años azules del cortejo, tuvo bastante de sexo apresurado, hijos a su tiempo y preocupaciones profesionales, viajes a la mitad del mundo, diplomas, la confianza.

Pero ¡ah, Yurimis! Es casada, con una nena de once y una mesita de venta de quincallería allá por la esquina del C. V. Deportivo. Ella vigila a Alberto, atlético ex militar y aspirante a gerente, que tres personas delante no la ha visto, porque sus ojos siguen los andares de la mujer de rojo, que va perdiéndose calle abajo con el paso confiado de sus piernas esbeltas y su cabello tan lacio tratado a queratina. Ella habla francés y ruso, le gusta el rojo y tampoco ama a nadie.

 

Meteorito

—¡Kawabunga! —dijo el ornitorrinco, y cavó lo más rápido que pudo. El paleontólogo apreció el pico de ave y la huella de los pies palmeados en la arcilla convertida en roca.

Sólo una niña que visitó el museo pudo descubrir el gesto de espanto del animal petrificado.

Ismael León Almeida
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Notas

  1. Gandul: Cajanus indicus, Spreng. Arbusto cultivado de la familia de las papilionáceas, que se ha propagado mucho en el país, al extremo de hallarse espontáneo en algunos lugares. Sus legumbres numerosísimas contienen semillas comestibles, semejantes a las arvejas cuando tiernas”. Legumbre comprimida, continua. Flores amarillas con el estandarte teñido de anaranjado (Roig, Juan Tomás: Diccionario botánico de nombres vulgares cubanos, tomo 1, página 428).
  2. El autor toma el título de un cuento del cubano José Manuel Prieto: “Nunca antes habías visto el rojo”. Aspira al homenaje, dado que aún no le alcanza el oficio para intentar el plagio.
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