Para ti y tus hijos mantén un mensaje: haced que el fruto del odio, cuyas huellas habéis visto aquí, no dé nuevas semillas, ni mañana ni nunca más.
Primo Levi
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Siempre quise escribir este cuento. La historia daba vueltas alrededor de mi cabeza.
Es la historia de Ludwig Lotkin, nacido en Letonia en los años veinte del siglo XX. Los locos, los frenéticos veinte.
Muchos dicen que lo que llamamos destino no existe realmente, pero para Ludwig Lotkin haber nacido en el lugar y la época en la que nació, determinó, como para muchos otros, el devenir de su vida. Una vida marcada por la guerra y el zarpazo de los totalitarismos más extremos, en la que Ludwig Lotkin debió decidir entre ser víctima, victimario u observador indiferente.
Los soviéticos habían invadido su país y Ludwig huyó hacia el bosque, como ya lo habían hecho otros jóvenes letones.
Ludwig nació en una familia acomodada y, como solían hacer los jóvenes de su clase social, acudió a una universidad prestigiosa, pero era el año de 1939 y pronto tuvo que dejar en pausa sus estudios de Economía. Los soviéticos habían invadido su país y Ludwig huyó hacia el bosque, como ya lo habían hecho otros jóvenes letones, para evitar que lo movilizaran en apoyo al esfuerzo de guerra ruso.
Y así llegó el año 1941. Año tenebroso; con el avance aparentemente imparable de Hitler, una sombra de miedo y dolor se esparcía por Europa. La tierra de Ludwig fue invadida nuevamente, esta vez por los nazis. Entretanto, se había enlistado en la policía política de su país, obediente al gobierno títere instalado por Berlín. Ocuparía un cargo de rango medio como interrogador de prisioneros judíos y comunistas. Luego de ser interrogados, los prisioneros eran entregados a las autoridades nazis y algunos fueron ejecutados. Otras versiones iban más allá y hablaban de su participación directa en más de cien muertes y su colaboración en la persecución de varios miles de personas. La sombra de este período de tiempo lo perseguiría toda su vida. Si tomamos como ciertas las acusaciones, sus acciones son ciertamente atrocidades, pero ¿se han preguntado alguna vez, llevados a situaciones extremas, quiénes serían ustedes? Si no fueran víctimas, porque el destino de la víctima nunca lo elige ella misma, ¿quiénes serían: victimarios, espectadores o héroes? La experiencia humana nos enseña que en situaciones difíciles, y no digamos extremas, la mayoría de nosotros seríamos espectadores. El heroísmo es excepcional, escaso; eso lo hace aún más valioso.
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Sol brillante, mar, las montañas rodeándolo todo. Calor asfixiante. Ludwig Lotkin llegó al país tropical. Al terminar la guerra había vagado por varios países de Europa; al principio parecían aceptarlo bien, pero surgían las sospechas, alguien formulaba una denuncia en su contra y las autoridades comenzaban a mirarlo con recelo. Un amigo le había hablado del país tropical. Parecía todo fantástico, exótico. Allí nadie le preguntaría qué hizo en 1941. Ludwig decidió que sus días en Europa habían terminado.
Al llegar al país tropical Ludwig comenzó a trabajar en una gran tienda por departamentos, recién abierta por una familia de inmigrantes alemanes, con mucho tiempo viviendo en el país tropical. Le va bien en su empleo, pero es ambicioso y funda su propia empresa importadora de cauchos. El país tropical vive una buena época y Ludwig progresa a su ritmo: pronto es un empresario de cierta importancia. Comienza a hacer vida social y así conoce a la mujer que será su esposa. Muy bella, hija de un empresario criollo de tradición, su matrimonio le da un empujón, ya no es sólo un musiú con dinero, ahora participa de actividades gremiales, culturales. La vida de Ludwig Lotkin florece en el país tropical.
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Un día cambiaron de directora en el centro. La primera había estado en el cargo durante unos diez años. Luego llegó Tamara Finzi, que ya tenía más de veinte. Aunque era una mujer enérgica, ya no era tan joven y su familia le aconsejaba que dejara el cargo. Tamara Finzi, hebrea de origen italiano, licenciada en Idiomas. Se entregaba al trabajo en el centro, con dedicación y compromiso.
El Centro de Documentación y Conservación de Testimonios lo habían fundado hacía unos treinta años los sobrevivientes de la Catástrofe.1
Ellos también habían llegado al país tropical desde Europa. En los primeros años, casi todos estuvieron muy ocupados tratando de curar sus heridas: las heridas del hambre, la persecución y el frío. El dolor por la pérdida de sus familiares. Y a la vez intentaron seguir adelante, progresar en el país tropical. Con el paso de los años, empezaron a pensar de otra manera en la Catástrofe que habían vivido. Más experimentados, entendieron que era necesario dejar constancia de lo que les había pasado, compilar los testimonios, organizarlos y divulgarlos.
La mayoría de los miembros del centro eran judíos, que habían sido las principales víctimas de la Catástrofe. Pero habían participado otros perseguidos, sobre todo en los primeros años: opositores al régimen, algunos republicanos españoles. Esos años habían sido de progreso para el país tropical y el centro creció con él. En treinta años de existencia habían recopilado miles de testimonios, los miembros del personal asistían a conferencias y habían establecido relaciones con instituciones internacionales. Pronto llegaron al centro informaciones, testimonios y acusaciones sobre Ludwig Lotkin. Habían recopilado un expediente voluminoso y varias organizaciones internacionales se habían interesado en el caso.
La nueva directora era también una mujer muy culta; no tenía el vínculo personal y sentimental de Tamara Finzi con el centro, pero era muy eficiente. Tenía ganas de renovar el centro y era cierto, al centro le hacía falta renovarse, pero el afán de la nueva directora por hacer cambios preocupaba a algunos leales empleados; les parecía todo un poco apresurado.
La importante colección que había formado con los años lo convirtió en un personaje respetado en los círculos artísticos nacionales e internacionales.
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Ludwig Lotkin había seguido su carrera ascendente. Sus hijos pronto comenzarían a ayudarle en sus negocios. Con los años, no sólo amplió e internacionalizó su empresa, sino que continuó su ascenso en los círculos sociales. Para aumentar aún más su respetabilidad y prestigio, había empezado a coleccionar las obras de pintores ingenuos y costumbristas del país tropical; la importante colección que había formado con los años lo convirtió en un personaje respetado en los círculos artísticos nacionales e internacionales. Pero había algo que le llenaba de una especial satisfacción: Letonia, que había caído bajo control soviético a poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, se había liberado con la caída del comunismo y Ludwig volvió de visita a su tierra. Su condición de emigrante exitoso hizo posible que volviera como un benefactor. Entabló amistad con personalidades influyentes, hombres de negocios, políticos. Había sentido un poco de miedo, al principio, de que resurgieran las sospechas que le habían seguido a través de Europa, pero ya nadie parecía acordarse mucho de la guerra…
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En el centro, el expediente que detallaba las actividades de Ludwig Lotkin crecía. Todo lo relacionado con él se trataba con discreción. Tamara Finzi era quien conocía su contenido. Empleados con muchos años en el centro sabían de su existencia, pero nada más. La evidencia que se había ido acumulando era tan importante que organizaciones internacionales especializadas en identificar y enjuiciar a los criminales de guerra se habían interesado en el caso, pero Ludwig Lotkin era un hombre influyente, especialmente en su país de origen, y era allí donde estaban las respuestas. Las autoridades letonas se habían negado a entregar información. El caso judicial contra Ludwig Lotkin nunca pudo ser presentado.
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Cuando las autoridades encargadas de hacer la requisa entraron en la casa Lotkin tardaron bastante tiempo en recuperarse de la sorpresa. Más que un hogar parecía un museo. Innumerables obras de reconocidos pintores ingenuos y costumbristas llenaban las paredes. El inventario tardaría meses. Las sospechas se habían levantado nuevamente alrededor de la persona de Ludwig Lotkin: esta vez versaban sobre el origen dudoso de las obras que constituían la colección Lotkin. Al parecer se trataba de obras de “dudosa procedencia”, como suele decirse en esos medios; algunas habían sido denunciadas como “desaparecidas” de museos y galerías nacionales. Para el momento de la requisa, ni Ludwig Lotkin ni ningún miembro de la familia se encontraba allí.
Ludwig Lotkin se había ido. La situación política en el país tropical era tumultuosa, el momento no era bueno para los empresarios y cuando comenzaron las investigaciones sobre su colección, decidió establecerse en otro país tropical más pequeño y estable.
La nueva directora, que ya había hecho muchas reformas, varias veces había hablado de la necesidad de hacer una limpieza y seleccionar las cosas que se guardaban en ese viejo armario.
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En el centro, el expediente de Ludwig Lotkin, junto a otros documentos y posesiones importantes, se guardaba en un gran escaparate. La nueva directora, que ya había hecho muchas reformas, varias veces había hablado de la necesidad de hacer una limpieza y seleccionar las cosas que se guardaban en ese viejo armario, pero nunca la había hecho. Sólo ella tenía la llave, que le había entregado Tamara Finzi antes de retirarse. Hasta que un día, casi al mismo tiempo que ocurría la requisa en casa de los Lotkin, dos de los más leales empleados del centro faltaron casualmente al trabajo al mismo tiempo. Entonces, sin testigos, la directora decidió ordenar el escaparate. Pasó algún tiempo antes de que en el centro se dieran cuenta de que el expediente de Ludwig Lotkin había desaparecido.
¿Eran ciertas las sospechas? ¿Eran exactas las numerosas declaraciones de víctimas, sus testimonios?
¿Había sido Ludwig Lotkin tan hábil como para aparecer como respetable coleccionista de arte y ocultar su pasado de tal manera que ni los mejores cazadores pudieron probar su participación en crímenes? Había logrado que el brillo de sus éxitos deslumbrara la oscuridad de sus acciones?
¿Habrá alguien a quien todavía le importe?
Pronto su historia será sólo un rumor en el viento del trópico. Cenizas y olvido.
- El esquivo letón - sábado 25 de marzo de 2023
Notas
- “La Catástrofe” es la traducción más usada de Shoah, palabra hebrea que define la persecución, el confinamiento y el asesinato de seis millones de judíos por el nazismo. Aunque en el mundo occidental la palabra más utilizada es Holocausto, he preferido esa traducción, más utilizada actualmente por los estudiosos judíos del tema.