Escuché en un sueño la voz de Marcos decirme, a lo lejos, que había muerto. Su voz me guiaba en la mitad de un campo florido incoloro hacia una laguna oscura en el centro de una nada que reunía espacios conocidos y fragmentos de lugares inconexos. Desperté con la alarma de siempre: el grito de mi mamá y la orden de alistarme rápido porque se me iba a hacer tarde, como todos los días para ir a estudiar. Eran otros tiempos, teníamos quince años. En el colegio Marcos y yo nos seguíamos saludando como siempre, con nuestras señas particulares, compas desde la escuela; luego íbamos a las canchas a esperar el toque de entrada jugando bola con otros que se nos unían. Las clases eran horas irrelevantes donde nos atiborraban de información inútil. El PlayStation no nos podía faltar en las tardes donde el supuesto estudio nos juntaba en la casa de uno o del otro, cada quien con su control y memory card en caso de tener que ir de visita; ese día, como otros, desperté inquieto y asustado. Quise ir a la casa de Marcos por temor a lo que me dijo la voz que yo creía que le pertenecía y se incrustaba en mi cabeza como un mantra maligno.
Jugamos una partida de Mortal Kombat sin novedades, empatamos un total de veinte peleas, jugamos la historia, seguido de unos turnos de Crash y Megaman X8, con la esperanza de que juntos pudiéramos pasar más rápido los obstáculos de cada nivel. Yo era pésimo jugando, pero Marcos era un genio en cuanto a manipular los mandos del control; yo seguía sus órdenes o sugerencias, mientras él movía las manos como si fuera quien estaba jugando. Aunque para mí era un desafío imitar sus movimientos, y seguir lo que estaba sucediendo en el juego, me encantaba admirarlo, me encantaba sentirlo cerca. Pero en esos días en mi cabeza seguía rondando la idea de haber soñado que la voz de Marcos me decía que había muerto. Era una sentencia en forma de las letanías del rosario de mis tías abuelas y se me repetía una y otra vez en las sienes sin que se la hubiera mencionado a mi amigo. No dije nada ese día y me devolví a mi casa caminando, un poco de noche, por las calles oscuras que llevaban de la urbanización donde vivía Marcos a mi casa. Un trillo iluminado en medio de cafetales y cañales silenciosos. ¿Me estaría volviendo loco, estaría conjurando algo indebido?
En ocasiones me asaltaban imágenes vívidas de Marcos corriendo hacia mí.
Me siguieron invadiendo por varias noches los sueños con la voz de mi amigo, cada vez más cerca de mis oídos. En ocasiones me asaltaban imágenes vívidas de Marcos corriendo hacia mí, en el uniforme que usábamos, sin él, en mi cuarto, Marcos y yo viendo la misma revista que escondíamos debajo de mi cama, bajo llave en su ropero, luego Marcos a mi lado, revista en mano, usando el mismo papel higiénico, ambos riéndonos al unísono sobre quién había terminado más rápido, aunque yo estuviera concentrado en Marcos y en su cuerpo que se había desarrollado más rápido que el mío; un rápido silencio y ambos acomodándonos la ropa, yo viéndolo subirse la pantaloneta, luego yo gritando sin razón, el cuerpo inerte de mi amigo y su voz fuera de él diciéndome que había muerto. Pasé días horribles, despertares amargos, en busca de una respuesta. Jamás pensé en hablar con el orientador del colegio al respecto. Habría escrito en su libreta quién sabe qué cosas sobre mí. Creo que me habría ido mejor si se lo hubiese dicho.
El nudo en mi garganta siempre fue una incomodidad inconfesable como cuando tenés algo entre los dientes y por vergüenza no te metés la uña a hurgar para ver si te podés deshacer del resto de comida estorbosa: eso fue Marcos muchos años en mi mente, algo mal digerido, que no sabía cómo sacarme de la boca. Nunca pudimos hacer nada juntos, salvo matarnos en las partidas de Mortal Kombat, pues Marcos me confesó que le gustaba Alicia, una muchacha muy bonita de un grado más abajo que el nuestro, y le pediría ser su novio. Me alegré, supongo, seguí jugando. Quien quiso morir ahí fui yo. Me quedó una sensación en la boca de haber sido traicionado por varios años hasta terminar el colegio y Marcos siguió hasta el altar a Alicia. Cada despertar era para mí una repetición de un sueño inconcebible y así lo fue hasta que lo olvidé como se olvida a quien ha muerto…
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