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Cuatro textos

miércoles 1 de marzo de 2017
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Lyon

Siempre después del alma sin sombras,
la muerte deshojándose como la luna en la corriente del río;
la persistencia, una flor en la sangre;
observar quieto las extrañas gentes que empuña la noche
sumirse a la caníbal quietud del deseo tallado en la memoria.

 

Primer día en el taller de poesía

Tienes que aprender a educar a los conejos
no saben de palabras.
Cuando quieres reprenderlos
para que entiendan lo que no es correcto
tan sólo
tan sólo
una pisada firme.
Como el corazón de los poetas:
tampoco sabe de palabras
pero sí la clave de los pasos.

 


 

Aunque la felicidad sólo sea un olvido
un dibujo trampero
o un arlequín de diccionario
es bueno que la compartamos
con los ojos agujereados
de luz y lluvia,
con las manos entrelazadas
en el simple giro de las nubes,
con la historia y sus panfletos
arañándonos la espalda

 


 

His soul shall taste the sadness of her might.
Keats

Con las falanges a merced de una piel que no conocen, en la noche de gemidos que horadan el sordo reflejo de mi respiración, me he dado a la locura de admirar la quietud de tu memoria en llamas.

 


 

¿Qué es de mi realidad, que sólo tengo la vida?
Fernando Pessoa

¿Era yo el que caminaba desesperadamente por Praga?, ¿detenido ante las cosas como si la ciudad o su cielo acabaran de inventarse? Oíamos Sunday Bloody Sunday en aquella taberna subterránea, observando a la muchacha del bar, sus rasgos extenuantemente iguales al resto de las checas, sus coincidencias con todas las mujeres de la Tierra que podrían caber en su media sonrisa de insomnio.

Ya estábamos de vuelta del encuentro con el eufemismo del cariño, transparentes como la noche, soportando el frío en la espera del tranvía, orinando bajo el viaducto que pasaba sobre aquellas casas cuyas ventanas exponían los avatares de nadie. En una de ellas observo, traslúcida, una joven que ya me había visto innumerables veces ese día, y el día anterior, y la semana pasada, y todos los días de todos los astros y estrellas, porque no era yo a quien sus ojos miraban, era a todos quienes con el mismo morbo nos habíamos detenido en esa ventana a hurgar alguna certeza, intentando despojar un signo propio, una identidad, una convención de cortesía a aquel reflejo que permanecía como un fuego fatuo en la pupila de la memoria. Ella ardía junto a la chimenea, deliberadamente ensimismada, con el orgullo de haber encontrado por esa ventana su propia inmortalidad.

¿Era yo el que caminaba ahora irremediablemente por Praga?, ¿indagando quién andaba por mí aquellas calles de piedras y avisos para errantes?, los brazos dormidos y el frío abrasando mis manos. Al fondo las Gigantomaquias, pasa la Guardia de Honor, heme allí detenido para olvidar, he inventado mi propia ventana a la inmortalidad, para ser contenido por quien se detenga a dilucidar las diatribas del absurdo. Yo también ardo en Praga como un fuego fatuo, soy una supernova que calcina a los fantasmas que habitan las escaleras sin fin del metro. Yo también danzo desnudo frente a un espejo empañado de infamias, volviendo a mí mismo para habitar el desmoronamiento de una realidad que ataca mi vida sin tregua.

Francisco Ramos M.
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