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Poemas de Edwin Solano Reyes

miércoles 14 de marzo de 2018
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No recuerdo ninguna puerta

Toda la tarde he caminado entre la luz opaca de esta ciudad perdida.
Me he dejado interpelar por el viento que los automóviles a mi lado maltrataban.
Me he dejado cercar por árboles que no sé qué buscaban en mis pasos.
Toda la tarde he sentido el pavor de los semáforos encarcelados entre el desorden
y recorrido el borde de frío silencio que acorrala a los cementerios.
Toda la tarde he curado con mi lengua las heridas sangrantes de muchísimas esquinas
y padecido la vejez sin rostro de las aguas residuales.

Toda la tarde sin poder llegar a ningún sitio
y escudarme tras el recuerdo de una puerta cualquiera.

 

Visión del paseante

Podría hacerme un espejo con todas las miradas
que se han alargado a mi paso desde ventanas y zaguanes.
Podría cortar mi pelo y el largo de mis uñas
con el filo de esos ojos. Necesitaría el blanco de una página inmensa
para todas las preguntas que apuntan hacia mí desde ese único silencio.

Podría hacerme una rueda reuniendo todos los rostros
que se han volteado a escudriñarme. Dar una tregua al viento
encadenando las pausas que ellos han dado a sus vidas
mientras pasaba a su lado. No bastaría con pasarme las manos por la ropa
cuando sus labios se tuerzan en rictus de desprecio:
cuando tras de mí manden sus risas de dos rostros, sus condenas vacías.

Que a veces reconozco al fondo de esos ojos la pugna del deseo.

 

Cobertizo

Las calles están llenas de puertas invisibles:
doy un paso adelante y comienza la lluvia.

Me vuelvo y alcanzo a resguardarme
dentro de aquel segundo
en que la ciudad apenas comenzaba a nublarse.

Puedo entrar y salir por esta puerta:
como una mano que busca comprobar si aún llueve.

Juego a acercar mi oreja a ese futuro reciente
en que la lluvia cae en todas las calles.

Y oigo y desoigo la longitud tan larga de la luz
irse empapando oblicuamente.

 

Registro fósil

Debajo de estas sábanas,
soy un dragón que respira fuego.

Detenido en una pose anterior al escalofrío,
retuerzo con cautela mis muñones:
como quien hace encajar la línea oblicua de su cuerpo
en el recuerdo circular de un vientre imaginario.

Con las sábanas dispuestas hasta el torso,
puedo ser un centauro (o una sirena varada),
que avergonzado de su contradictorio sentido del asombro
oculta una de las mitades (yuxtapuestas) en que se divide su soledad.

Con las sábanas a cuestas por el cuarto,
voy rasgando el borde de silencio entre las cosas
que empaña el frío aliento del invierno.

 

Donde empiezan las conjeturas

Con la luz a medio volumen,
comienzo por cualquier conversación:
para luego ir completando las distintas coordenadas de la alcoba
y reemplazar entonces aquellos los objetos que supongo
por estas las siluetas que se escuchan. A estas horas
abro a tientas las ventanas a una música al azar
(pues debí cerrar los ojos para ver) y a una brisa que compensa
la disposición cuasi confusa de los muebles. Me sigue
tal espesor opaco de las formas hasta después de la mirada. Ni cesa
aquel tartamudeo tan tardo de rincones aun si cierro bien las manos.
Está la interrupción propuesta por el cuchillo de este aquí
que tuve en sueños la otra noche. Eso y cuantas fueran las rendijas
en claro desacuerdo (con el contorno) siempre.

 

Trecho a oscuras

Ahora vivo un instante con tanto tiempo a rastras.
Sospecho apenas donde (en sucesiva opacidad)
detenerme y palparme y mirar otra vez de forma casi oblicua
hacia un final más hondo del espacio. Trato de con-solar
aquella mi disposición a verme solo: expuesto a la hondonada
del invierno. Y a idear que prescinda la faceta del día
de puertos, puentes, pábilos: que den sagacidad a su paisaje.
Puedo alargar la sílaba para ilustrar el largo del recuerdo.
Ancha es cualquier costumbre. Pero me he decidido por hablarme despacio
de algún preciso objeto que no debí toparme entre mis horas. Y
a curiosear entonces por dentro de la cripta: colmo de circunstancias de una frase.

Edwin Solano Reyes
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