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Las flores del tiempo, de Fernando Chelle
(selección)

lunes 23 de abril de 2018
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“Las flores del tiempo”, de Fernando ChelleLas flores del tiempo
Fernando Chelle
Poesía
Palabra Escrita
Colombia, 2018
ISBN: 978-1985749337
66 páginas

La madeja

En la punta del ovillo estaba el llanto,
dormido, agazapado en las tinieblas del todo.
En ese lío a disiparse por calles grises y ríos negros
se escondía el primer acorde del suspiro.
El sol en lo alto,
engendrado por el balbuceo sur de una vieja guitarra
y el grito verde y llano de la pradera,
fue luz original de la poesía.
El después es el ahora,
el tiempo donde devano los sueños
donde las palabras,
cada vez más precisas,
no intentan llegar a la otra punta.

 

Agua de río

La sombra de una caña se parte a la orilla del río
tiembla sobre las hojas de luz, sobre los gajos de sol
dispersos en una alfombra que pasa.
El tiempo allá arriba cruza raudo, en una nube,
muelles, manos, peces, agua, sangre, ojos,
todo va allí, en esa mancha que se transforma
que tiene prisa, que será río.
Esta fuerza fecunda que hace temblar la luz sobre su lomo
este tajo en la tierra, arrebato de nube y tiempo
es el transcurso irreversible hacia el olvido.

 

Arrepentimiento

Lo confieso,
he asesinado mariposas.
Solía salir junto a mi hermano
cuando el sol calcinaba la siesta
armado de una rama,
cuanto más frondosa mejor.
El día, que caía
cuesta abajo
a morir en el río,
se fragmentaba en mariposas
las había amarillas
naranjas en su mayoría
y otras
que parecían tener un reloj entre las alas.
Venían volando por la claridad
esquivando invisibles
como si supieran
de la existencia del gigante
que las esperaba.
Venían zigzagueando
su tiempo de serpentina
regalando su frágil belleza
sin prever
la precipitación de rama
de naturaleza violentada.
Venían con el sol de las chicharras
en su baile arrítmico y silencioso
a morir a plena luz
en lúdico asesinato.
¡Qué pena da confesarlo!
he asesinado mariposas
he sido un vil soldado
que levantó sus armas
contra la belleza.

 

Vida

Con la piel sujetándome
conteniendo pecho, sueño y palabra
me siento sobre el recuerdo de mi niñez.
Hay un árbol de paraíso
que ahora descubro que lo es,
un niño reflejado en vidrios polvorientos
que pasa, y sin saber observa el recuerdo que será
la vida que está siendo en este lugar
sucesivo y arbitrario como el signo que lo crea.

 

Cortejo lingüístico

A veces las palabras me miran desde lejos
las observo
trato de acercarme
pero me esquivan,
siguen allí
buscan ser conquistadas
ubicarse en mi poema,
no de cualquier manera,
buscan ser cortejadas
seducidas,
luego, sí,
se acuestan en la línea de mis versos.

 

Cosmos, 1984

Una luz dulce de mandarina en otoño
calienta el viejo patio de mi niñez,
la fantasía es un colchón de hojas en el suelo
murmurando con un viento de lenguas invisibles,
lo poético ya está allí
es el silencio de ese patio a plena luz
ese niño amando su soledad
absorto en el diamante
que deja al pasar un caracol,
lo mágico es ese lugar sin mar
sin pantalones blancos
sin perfumes corrompidos,
la felicidad
es la sombra de un árbol
donde viven los pájaros
la sombra que se arrastra en silencio
con olor a mandarinas
para comunicarse
con el viento
las hojas
y las ramas de diamante.

 

Reflejo

Algunas veces veo en el estanque
sobre un tapete de luz infinita
temblar de frío a la luna.
Pienso que el agua,
no la culpo por eso,
al sentirse presa y sola
en las noches heladas,
sueña y se cobija
con historias de apariencias.

 

El cuchillero

Un esquivo pez de luz
como un tajo de plata en la noche
desató la tormenta.
En la esquina del triste farol
calló la sangre negra
y se arrastró en la sombra
como una serpiente
de mil cabezas
moribunda
agónica de borbotones.
La luz de luna
derramada en los viejos adoquines
lustró, todavía más, los mocasines en fuga.
Después, todo fue silencio,
quedó sola la esquina,
el farol, los adoquines
y hasta la luna en el cielo.

 

La hora intempestiva

Siento desierta la siesta de enero
todo es sol y chicharra
sequedad, polvo y silencio.
Será que seré el único
con los ojos abiertos
en medio de las llamas
de estas calles resecas.
Tal vez yo sea el sueño
de una almohada en el suelo
junto una cama grande
al pie de la simiente.

 

Diagonal Santander

Voy a escribir el poema
que no pude escribir cuando quise escribirlo,
sentado en un café, con mi revista impresa,
anacrónica, intempestiva, mirando la avenida.
No lo pude hacer, ante el rostro múltiple y fastidiado del calor,
desde ese sitio aireado y panorámico.
Una sombrilla roja como un fruto de sangre
me recordó la costa
un cartel llamando a la barbarie
de no sé qué corrida me recordó a Macondo
a mi espera cataquera, resistente a la sangre,
debajo de unas gradas
donde se apretujaban los Buendía
y los poetas
que no son como yo.
No lo pude escribir
rodeado de murmullos
sonidos electrónicos
y caras satisfechas de café granizado.

Ahora, no recuerdo el poema
que no pude escribir cuando quise escribirlo.
Quizás viva fragmentado en textos posteriores
en versos escritos sin la impertinencia vital y literaria
sin la interrupción de la sangre violentada.
No lo recuerdo y duele
eran versos de amor.

Fernando Chelle

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