Cuatro poemas de Giuliana Marmo Petrocco

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Deidad de camino

Dame tregua, tiempo,
para pisarle los talones a mi amor viajero.
Dame luz, vida,
para alumbrarle lo que resta del camino.
Dame virtud y fuerza, madre,
para seguir siendo colina espesa,
y que sus flechas de cristal
sean granizo de mis praderas
y no surcos en mis costillas.

Agua, enséñame a filtrarme por los estrechos,
a no estancarme en las hendiduras.
Hojas, enséñenme a bailar,
a andar de reveses suaves por el viento.
Olas, regálenme un poco de su rumor,
para poder susurrarle tonadas
y canciones de camino
a mi viejo poeta.

Sol inagotable,
conviérteme en reminiscencia traslúcida
de sus llameantes reverberos.
Polvo de llanura,
deja que mi sombra vague
cuando levanten sus armas
contra el viento del vendaval
tus arsenales grumosos.

Quiero ser espectro,
nube de humo,
molécula de agua,
lágrima,
lluvia,
gota de sudor.
Quiero ser chispa,
centro de la llama.
Quiero ser la huella de sus botas,
verdor lejano de sus paisajes,
luz naranja de sus horizontes.
Viento atado a su meñique,
brisa fresca acariciándole la nuca.
Así quizá cuando pare a descansar
a la sombra de una acacia,
me extrañe
corpórea,
materia y pulpa.

Me sube la marea

Una marea de odio líquido me inunda.
iris ennegrecido,
garganta obstruida por burbujas de mercurio,
uñas moradas,
dermatitis masiva.
Intento respirar
abrirme paso entre las masas
de piel descompuesta.
El extraño a mi lado,
el extraño sobre mí,
dentro.

Y me pierdo.
Me pierdo en todo lo amargo
que brota de mí en los extremos.
Meto el dedo,
la mano hasta la muñeca,
y me extraigo la bala
que llevo incrustada entre las costillas.
Me limpio tu piel de debajo de las uñas,
desencajo tus dedos de mis muslos,
te escupo tus besos en los ojos.
Me extirpo de tus filos,
secreto tus torrentes por los poros.

Tirito de frío
y me ofreces un vaso de ginebra,
mientras pides disculpas
por haber derramado la leche.

Surcos

¿En qué gaveta de la cocina guardas tus cicatrices,
tus querencias, tus plenitudes?
He buscado en cada rincón por tus costras,
tus puntadas, tus moretones al menos.
Pero lo único que encuentro son tus suburbios,
tus silencios, tus desganos.
Yo en cambio te llevo en mis lunares,
en la parte de atrás de mi cuello.
En mis enrojecimientos, en mis humedades.
Apacíguame al menos con palabras,
que estos torrenciales me tienen la casa inundada.
He puesto cuchillos en el piso,
machetes en la tierra,
cruces de sal por todo el jardín.
Le recé un rosario entero a san Isidro,
y he amarrado cordones en cada rama,
de cada tronco,
de cada árbol grande y frondoso
que se me cruza en el camino.
Lo vientos del sur se llevaron toda la cosecha.
La sacaron de raíz.
Sólo me quedan mis surcos,
camposanto de ramificaciones.
Dime en cuál enterraste tus cariños,
para ir y enterrar los míos.

Un lunar nuevo

Hoy me encontré un lunar nuevo
y le puse tu nombre.

Ayer decidí desmenuzar
con los dedos llenos de tierra
las flores que habías sembrado.
Me ama. No me ama.
Me ama. No me ama.
Pero no era mi día de suerte.
Y mis pasiones estaban regadas por todo el jardín.
Y las alimañas se congregaron,
dieron un golpe de estado a tu recuerdo.
Y vomité pesticida,
acabé con la cosecha.
Sólo una pregunta,
sólo una respuesta:
No me ama.

Sagrada cólera
impulsa las llamas.
Se cuecen mis huesos.
Se enredan irremediablemente
venas y nervios.
Columna vertebral comprometida.
Torrentes sanguíneos llenos de ceniza.
No hay horizonte tras la humareda.

Del edén de eternos verdores
que había sido mi cuerpo,
quedó viva una sola flor.
Pequeña, amarronada.
A la altura del ombligo,
al lado derecho de la cadera.
Cicatriz sanada de una batalla que no me permitiste luchar.

Hoy me encontré un lunar nuevo
y le puse tu nombre.
Me permití recordar tus diluvios.
Me resigné a ahogarme en ellos.