Dos universos
Alguien escucha atenta
al otro lado de la cerca
las voces de tres hombres
riendo, vacilando,
intercambiando historias.
Hablan su mismo idioma,
piensa por un momento
mientras lee un libro en otra lengua.
El Adalberto, dicen,
él ya lo ha conseguido, ya aprendió.
Tomó las clasecitas y ya sabe
Ya sabe ese otro idioma el condenado.
Va a tener mucha suerte.
Tendrá su trabajito,
bien puesto, muy bonito.
Qué cosas, no. Callados.
Ahora están callados.
Escucha la vecina que sigue
imaginándoles sentados
con un par de bebidas,
echados hacia atrás
sillas acolchonándoles la tarde.
Sepárale una cerca
desde la perspectiva de ella.
Tirados en el suelo
rodeados de hojas secas,
con sus trapos y fundas,
únicas pertenencias,
en su propio universo
tres hombres cuentan cuentos
y vuelven a reír.
Muralla
Hay algo que oxigena
sin tregua cada paso;
no son de carne y hueso
sus piernas y sus brazos;
no tiene sangre el vaso
de sus cuerpos.
Tiene imaginación.
Ser de azul
El hombre azul yace a mi lado.
Habrá quien diga afuera
que el mundo no nos pertenece.
Tampoco esta cama. A veces
nos asusta el día, la tarde. Anoche
pregunté, ¿Y qué de las estrellas?
A veces las contamos
tratando de reconciliar al sueño
y la esperanza. Y qué de las estrellas,
respondió. Y qué de aquellas nubes
a lo lejos. Están muy lejos, dijo,
pero ya llegaremos.
La piel del hombre azul
tiembla contra mi piel.
Las nubes y el sereno nos consuelan.
—Jamás importa quién
o cómo le han nombrado—
Le escribo un verso
Le traigo una pequeña
planta del supermercado.
—Debemos conseguirle tierra.
El hombre azul tiene zapatos
con huecos
por donde cuelan las raíces,
se agarran de la mugre,
y van dejando sangre
en las entrañas del planeta
sin rendirse.
Jamás se cansan de buscar
la mítica molécula de oxígeno.
- El libro azul, de Iris Mónica Vargas
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