Bulerías
Padrenuestro del gitano
¡Qué difícil al contrario!
¡Cómo derriten su miel
muslos morenos vibrando!
impúdicos de su enagua
tormentosos de zapatos.
Ascienden los faralaes
desafiando al diablo.
En la noche se despeina
la gitanita y su ramo
de rosas en el pañuelo
con hilo y sangre bordado.
¡Qué júbilo de compases!
¡Qué dolor regocijado!
eres delta de los cantes,
su remate consagrado
¡Cómo elevas corazones
en aire de un ritmo sacro!
ungido en el alborozo
Sagrada Forma y sagrario
con cien oles al unísono
y una silueta de manos,
con mil cinturas cortantes
y vientres abovedados,
con sus empeines de aldaba
y nudos erosionados.
En este fulgor clavada
la peonza del gitano.
Resuena la bujería
con risa sudor y llanto.
Manuel Torre
La voz se duerme en pétalos del tiempo,
aquella voz, ausente de palabras,
virtud del lirio, mortaja del alma
que rompía camisas con mil dedos.
Expulsaba la fuerza del infierno.
Seguiriya, que sangra entre ánimas,
soleá, estribillo de lágrimas,
fandango: vibran átomos del viento.
Sevilla, y Jerez de la Frontera,
cabellos colgantes de alcohol y nardos
por aquel espectro de La Alameda.
Faraón enorme, piedra y ángulo,
cimiento de torres nazarenas,
esfinge muerta bajo mil refajos.
El carbonerillo
Tu pecho escupía tu
voz manchada de dolor.
La perseguían en el aire
seis barrotes de rumor,
pero era de anís y sangre,
Profecía de Simeón.
Quería llorar la pena,
y era la peor pena
virgen de sollozo y lágrimas,
porque te caía en el alma
sin encontrar las afueras.
¡Manolillo, Manolillo!
¡Rézale a tu Macarena!
Porque tu flauta retoma
resonancias de caverna.
Saca del papel que guardas
en tu vieja faltriquera
el eco de un fandanguillo,
pergamino sin palabras,
visado de luz eterna.
Nota de dulce pobreza,
silencio de agria quimera.
Tomás Pavón
Era inconcluso, casi era perfecto
como la luz en los rizos del agua,
como la línea negra inmaculada,
oblicua en mitad de su silencio.
Detrás del velo de sus labios frescos
flotaban los cabellos de una dama,
la soleá, triste, apasionada
como su raza, con joyas del miedo.
El tiempo alisa acierto y errores,
pero no funde los enlaces de oro
de las gargantas y los corazones.
Si la amargura no afloró a tus ojos,
no secaron tus iris las pasiones,
y tu voz, se hizo dueña de tu ahogo.
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