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Polifemo y Galatea

viernes 17 de noviembre de 2023
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Dedicado a Ana Abello

Y oyendo las palabras de los cisnes,
los versos de los cisnes y sus cantos,
por esas soledades y esos mundos,
la noche se hizo oscura, se hizo imagen
del mundo, del paisaje y de su gente,
sabiendo sublimar una Trinacria
y el cielo donde alegre, si aparece,
la Alba entre lilios cándidos deshoja.

Y es cierta la hermosura en los pinceles
del fuego de una aurora que despunta
con los otoños donde Polifemo
buscaba a Galatea en los paisajes.
Y es cierta la belleza de esos versos,
es cierta la belleza de esos cisnes,
si es la imaginación que suponemos
de cuantos siegan oro, esquilan nieve.

Y quieren los jazmines ver la escena
de aquel amor, un terno de intenciones
que trae la muerte unida a la esperanza,
mezclando el desamor con la hermosura
y acaso los desdenes de la bella
que goza de la vida en la inconsciencia
que habrá de ser la causa de sus llantos,
si es púrpura nevada o nieve roja.

De todos modos, donde se hace río
la muerte del amor tan esperado,
se siente la desgracia de aquel ogro,
que vive de sus ojos sometido
a tal embrujo que le pide al sueño
que quiera que se cierren esos ojos,
que quiera que adormezcan sus azules
por no abrasar con tres soles el día.

Favonio, que nos cuenta la leyenda
no lejos de los robres gongorinos
—no lejos de los robres gongorinos
supimos de Medoro y de su amada—,
se viste de las galas de la octava,
nos habla en verso culto como entonces,
las galas de los tiempos de gorguera,
vagas cortinas de volantes vanos.

Y entonces, mariposa al desatarse
de las cenizas —cenizoso el llano—,
el águila marina nos hechiza,
lejano de los pasos peregrinos
de los paganos brujos que contaban
historias de los sátiros y faunos,
que el mundo de la pluma cordobesa
bullir sintió del arroyuelo apenas.

Amemos pues las líricas que ofrecen
contrastes con hipérbatos valientes
que evocan a un Ovidio y a un Virgilio
de tiempos ya lejanos para todos
—Octavio ya murió, no quedan césares.
Busquemos la poesía en nuestro verso,
sepamos inspirarnos en los viejos
y al cuerno al fin la cítara suceda.

José Ramón Muñiz Álvarez
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