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The Ripper, de Carmelo Anaya

lunes 15 de enero de 2018
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“The Ripper”, de Carmelo Anaya
The Ripper, de Carmelo Anaya Disponible en Amazon

El mar me mira como un enemigo. Y una voz profunda me dice que no me haga ilusiones. Esto no es una lucha entre el Bien y el Mal. Esa es una lucha ya acabada. No le importa a nadie. La voz me dice que yo no represento el Bien. Sólo es mi trabajo. No lo magnifique, comisario, continúa la voz. El mundo es una pesadilla. Eso no cambiará por acabar con el Destripador.

The Ripper
Carmelo Anaya
Novela
Editorial Samarcanda
España, 2016
ISBN: 9788416179749
510 páginas

Desde la consumación de sus crímenes en 1888, Jack el Destripador ha inspirado a una multitud de autores. Sus monstruosos asesinatos en el Londres de fin de siglo, sobrepoblado y desbordado de miseria, la galería de sospechosos que manejó la policía local y la circunstancia de que jamás se determinó quién era el homicida, lo elevaron a la categoría de mito como el primer asesino en serie de la era moderna.

El reconocido escritor español Carmelo Anaya vuelve la mirada sobre este tema en The Ripper, novela que en sus quinientas páginas va tras los pasos de un destripador del siglo XXI que comete sus fechorías en una ciudad española y se comunica a través de WhatsApp con su perseguidor, el comisario Carrillo —personaje emblemático del autor—, para humillarlo con su impunidad mientras copia los asesinatos de su modelo con tanta fidelidad que no sólo mata a sus víctimas en las fechas exactas en que se cometieron los crímenes de 1888, sino que además la ubicación geográfica, en el espacio de Almería en que se desarrolla la historia, sigue el patrón del asesino original.

Ante el primero de los homicidios, el sagaz comisario intuye que se trata de un imitador del Destripador. Los paralelismos entre los crímenes de la Inglaterra victoriana y los de esta ciudad mediterránea contemporánea se convierten en un desafío para el asesino, por el nivel de detalle con que mutila y mata a sus víctimas, pero también para el comisario, una suerte de Abberline que asiste impotente a la macabra representación de la que él, contra su voluntad, es parte.

Carmelo Anaya
Carmelo Anaya ubica en Almería los hechos de su más reciente novela, The Ripper.

El empeño del imitador en perpetrar su copia fiel es de igual manera un esfuerzo por dejar en ridículo a las autoridades. “La policía tiene las cartas marcadas y aun así no me coge”, escribe el asesino en un diario del cual, al final de cada capítulo, se ofrecen extractos que intervienen y enriquecen la primera persona —desde la perspectiva del comisario Carrillo— en que está compuesta la novela. En estas notas el homicida se ufana de su “obra” (“Creo donde otros sólo ven muerte”, expresa el moderno destripador) pero, además, de cómo ha hecho que la policía pierda su tiempo con pistas que no llevan a ningún lado (“Qué fácil burlarse de los estúpidos. Corren como pollos sin cabeza”, escribe el asesino en otro apartado de su diario).

El comisario, quien ha protagonizado ya otras novelas de Anaya, es un personaje auténtico, un gamberro con una personalidad rica en matices: capaz de obtener a golpes cualquier testimonio, o de incurrir en subterfugios de dudosa legalidad para conseguir la información que necesita —como plantarle drogas o amenazar con cárcel y otros tormentos a un testigo renuente—, puede también soltar el llanto ante la visión de una mujer mutilada (“Asesinar una mujer es… es como escupir sobre las flores”) o atravesar la ciudad a toda máquina cuando su pareja es amenazada. Como corolario de todo ello, su relato de los hechos está salpicado de agudas observaciones, la mayoría de ellas en clave de humor negro (“Un día voy a ganar un premio al más simpático”, se dice el comisario después de hacerle a otro personaje una de sus pesadeces).

La fuerza de este protagonista se ve potenciada por una multitud de interesantes personajes secundarios entre los que destacan los policías locales y los que acuden desde instancias superiores para ayudar en la investigación —aunque en más de una ocasión terminan entorpeciéndola—, pero también se incluye gente de los más diversos estratos de la ciudad: las prostitutas y sus chulos, médicos y abogados, malhechores y pervertidos de toda ralea, dueños de locales nocturnos, empleados de hoteles, mujeres amadas y mujeres abusadas, chantajistas, místicos y, cómo no, hasta un detective privado. Todos orbitando alrededor de Carrillo, quien obtiene de ellos algunas pistas y no pocos despistes.

Mención aparte merecen las reflexiones del comisario ante los horrendos hechos que se ve obligado a enfrentar. A fuerza de combatir a toda clase de delincuentes, Carrillo se ha convertido en un profundo analista del mundo que le ha tocado vivir y de la naturaleza del mal (“La sociedad se mece en una hipocresía perfecta de apariencia tolerable. Pero a medida que escarbas no dejas de encontrar mierda y más mierda”). Pero además su trabajo le ha permitido descubrir las debilidades de sus presas:

—¿Sabes por qué cogemos a los criminales? —sé que no debería decirlo, pero hay algo que me impide detenerme—. Porque la mayoría son estúpidos. Cometen errores. Sus delitos apenas son planificados. O se traicionan unos a otros. O luego se divierten súbitamente enriquecidos. O tienen antecedentes. Cuando están fichados ya tienen medio pie en el trullo. Eso nos permite cogerlos. Los cogemos porque son estúpidos.

Hasta su sorpresivo final, The Ripper describe las pesquisas de una manera muy minuciosa y a un ritmo ensordecedor que hace un extensivo uso de las frases cortas para lograr su cometido. El autor demuestra un gran manejo de la lógica de una investigación como esta, de cuáles son las fuentes a las que debe recurrir la policía. Prácticamente todo lo que se menciona en la obra, incluso los detalles en apariencia más banales, tiene su lugar en la compleja maquinaria de los crímenes de este émulo de Jack el Destripador.

El espacio geográfico de la novela es Baria, la ciudad ficticia que Anaya ubica en el levante almeriense, frente al Mediterráneo y en medio de un desierto (“Esta tierra amarilla que el Diablo se lleve”) donde la temperatura sobrepasa los 35 grados centígrados: “Tierras amarillas calcinadas de sol allá donde no han violado la tierra en cultivos intensivos, incoherentemente verdes. Una metáfora de la vida en un terreno yermo”.

Encarnación escrita del mundo que vivimos, Baria es una representación bastante cruda de la realidad de la sociedad contemporánea. A lo largo de la novela y a medida que avanza la investigación, Anaya nos muestra un entorno en el que hay no sólo crímenes comunes, digámoslo así. Carrillo ha sido destinado a esta ciudad como una suerte de castigo; él pensó que se encontraría con un entorno bucólico, apacible, pero la ciudad es escenario de todo tipo de tropelías. Prostitución, trata de blancas, drogas; personajes oscuros que pululan en las más diversas esferas del bajo mundo:

He visto muchas cosas en mi vida, pero creía haberlas dejado atrás. ¿Qué esperaba de mi profesión y de la ciudad a donde me destinaron, más como castigo que como premio, este lugar perdido? Algún incidente de borrachos, alguna trifulca familiar, algún robo. Poco más. Sin embargo, he llegado a ver hombres decapitados y una familia entera asesinada a tiros.

Licenciado en criminología, Carmelo Anaya ejerce como abogado. Su ciudad ficticia ya ha sido el espacio en que ha ubicado su serie de novelas Trilogía de Baria. Entre otros reconocimientos, el autor ha ganado el Premio J&B en 1996 por la novela El corazón oscuro, y la segunda edición del premio Wilkie Collins de Novela Negra, concedido por M.A.R. Editor a su obra Ordo Dei (Perdedores anónimos), de 2012. Ha publicado también Tiempo cero (2006), Frío invierno en Baria (2007), Una parte de mí (2008), El guardián de mi hermano (2008), Memento mori (2012), La tierra amarilla (2013) y Gloria Mundi (2016).

Jorge Gómez Jiménez

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