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Matilde Espinosa o la poética del alumbramiento

lunes 18 de enero de 2021
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Matilde Espinosa
Matilde Espinosa Fernández no sólo fue una poeta social; su obsesión fueron las causas humanas y las manifestaciones profundas del espíritu humano.

A Matilde Espinosa la conocí en 1998, tardíamente, igual que a su obra. De muchacho, uno tiene la extraña impresión de que la buena poesía viene de afuera, de otras latitudes, de otras realidades, y por eso el desconocimiento de muchos escritores hacia la obra de poetas excelsas como Meira del Mar o la misma Matilde Espinosa. Era puro esnobismo, nada de posturas excluyentes o arrogantes.

Sus palabras no sólo eran referidas a la poesía o a la narrativa, sino también a la vida, a la existencia.

Matilde Espinosa (1910-2008) fue siempre una escritora auténtica; su sinceridad desbordaba los límites de la prudencia y la diplomacia. Cuando algo no le gustaba, lo decía: “artificios, asociación de versos sin ningún sentido, verborrea”. De ella se ha dicho de todo, aunque no se ha escrito mucho. En alguna ocasión Rafael Maya le remitió una bella carta con estos acertados calificativos: “Si hay escritora auténtica, eres tú. Y a la autenticidad sólo tienen derecho personas como tú, ajenas a la farsa literaria, ajenas a la vanidad, ajenas al vano ruido de la lisonja. Tú no engañas. Eres fiel a ti misma como el cielo es fiel al azul incomparable de su altura”.

Les decía que la conocí en 1998. Llegué a ella gracias a La dulce Aniquirona, mi primer libro de poemas publicado. El libro aún era un borrador, estaba bajo revisión de Guillermo Martínez González, mi editor. Guillermo es uno de los grandes poetas colombianos de la década de los 80 y en ese entonces fungía como propietario de Trilce Editores. No sé por qué extraña razón Guillermo le mostró el borrador a Mamá Matilde, como llegué a llamarla después, y ella, para sorpresa mía y la de Aniquirona, quedó fascinada con el poemario. Días después, cuando el libro aún no estaba impreso, Matilde me llamó al teléfono de la casa (aún no tenía celular). En ese momento supe quién era Matilde Espinosa y supe también que era la abuela de Guillermo Martínez González. Desde ese momento nació un vínculo tan humano y tan poético, que hoy, doce años después de su muerte, la recuerdo no sólo como mi madre poética, sino como mi hada, mi mentora, mi acompañante.

Luego de esa llamada comenzamos una charla tan nutrida que era casi obligación hablar con Mamá Matilde una vez por semana. Sus palabras no sólo eran referidas a la poesía o a la narrativa, sino también a la vida, a la existencia; incluso a mis altibajos literarios. Nuestras conversaciones casi siempre eran cátedras poéticas. Matilde afinaba sobre la literatura, el compromiso del poeta. En este punto, me sorprendía mucho cuando afirmaba que el único compromiso del poeta era el poema, la creación, la poesía misma. Y digo que me sorprendía porque Matilde no sólo era de izquierda, sino incluso había militado de frente en el partido comunista, sin ningún tipo de temor frente al statu quo. Su preocupación por los menos favorecidos venía de su niñez, cuando su madre era profesora en un caserío llamado Huila, en el Cauca, cerca del nevado que lleva el mismo nombre del departamento y cerca del río Páez. Allí Matilde oficiaba como mano derecha de su madre, María Josefa Fernández, la primera mujer blanca que llegó a Tierradentro a principios del siglo XX. Matilde, como hija y asistente de su mamá, la maestra de los aborígenes del caserío de Huila, también les enseñaba a leer, los cuidaba y jugaba con ellos. De allí ese vínculo tan profundo con la tierra, el río, la naturaleza, la gente pobre; los olvidados, como los llamaría Luis Buñuel en una de sus películas.

Desde sus principios literarios, año 1923, Matilde tuvo como único mentor a la cultura mítica de los aborígenes. Sus mejores maestros, sin querer decir con esto que no poseyera una formación académica o bibliográfica, fueron el río Páez, el Nevado del Huila, el río San Vicente, el monte, los mitos y leyendas de Tierradentro, las enseñanzas de su madre, las canciones de su padre, Avelina, la negra que los cuidó por más de veinte años, los pájaros, la lluvia, el viento. De allí viene la vitalidad de Matilde Espinosa, de allí ese maridaje con la naturaleza y el cosmos como mirada filosófica. Y todo esto se ve reflejado en sus primeros poemarios: Los ríos han crecido (1955), Por todos los silencios (1958), Afuera las estrellas (1961), Pasa el viento (1970), El mundo es una calle larga (1976).

Matilde se constituyó, desde un comienzo, en una de las fundadoras de la poesía social. Cuando la poesía en Colombia aún tenía visos del modernismo, que llegó tardíamente al país, Matilde ya hablaba de las injusticias sociales, de la inequidad, del olvido y del abandono de las regiones más inhóspitas de la patria por parte del estado. Incluso le escribió un poema a Avelina, la mujer de raza negra que se ocupaba de los partos de María Josefa, lo que constata que en el Huila, contrario a lo que a veces se afirma, sí hubo negros, pues Avelina, según nos contaba Matilde, era de La Plata, Huila:

La negra Avelina

Tú, que en la tierra fuiste
Un tallo de la noche,
Ahora eres la luz
En el grande silencio.
Yo sé que mis palabras
No podrán despertarte
Aunque todas las voces
Se quiebren en tu pecho.
Más alta que mis días,
Tú pueblas mi recuerdo
De niña campesina,
Cuando fueras un mito,
La fábula y el cuento
La música y la cinta
Que anudó mis cabellos.

(Afuera las estrellas, 1961)

Matilde Espinosa Fernández no sólo fue una poeta social; su obsesión fueron las causas humanas y las manifestaciones profundas del espíritu humano. Hay una extraña amalgama en su poética: por ella circulan el desarraigo (su primer esposo la insultaba diciendo que venía de familia gitana), la violencia (política/sistémica/del Estado/de la guerra civil/de las guerrillas/de las tragedias personales) que vivió en carne propia en los departamentos del Huila y del Cauca y la injusticia (que conoció de frente ante el maltrato de negros e indígenas a comienzos del siglo XX). Sin embargo, pese a sus vínculos con las temáticas de orden social y político, no pudo dejar de lado su mirada profunda, trascendental, filosófica y universal con la cual fue revestida desde sus primeros años de vida:

II

Valga la soledad
Cuando despunta el alba
O se inclina
Para besar la noche.
El mensaje transita y no
Es de multitudes
Su esencia, su intención, su delirio
Sólo por un instante
O por una eternidad.

(15 de febrero de 2004)

Esa mirada trascendental, profunda, emergió de su manera singular de enfrentarse al mundo que se reflejaba, por ejemplo, en maravillarse frente a la majestuosidad del Nevado del Huila o en su primer encuentro con las bombillas eléctricas, cuando ingenuamente pensó que el cielo había bajado a la tierra. La noche, su carga metafísica, los dolores de su madre, la desgracia de su primer matrimonio, las muertes prematuras de sus únicos hijos, la persecución política a su segundo esposo: todas esas fueron motivaciones muy fuertes para llenarla de una carga existencial, profunda, la cual comienza a configurarse en sus posteriores publicaciones: Memoria del viento (1987), Estación desconocida (1990), Los héroes perdidos (1994), Señales en la sombra (1996), La sombra en el muro (1997), La tierra oscura (2003).

Su casa se convirtió en tertuliadero y en templo literario: allí vi por primera vez a poetas de mi generación y de generaciones pasadas.

En la poesía de Matilde Espinosa palpita el mundo; allí habitan el hombre y la historia y se cumplen las grandes hazañas de un hombre que ha nacido solitario y se enfrenta a su soledad, a su orfandad, a su destierro. Matilde logra despojarse de la poesía preciosista de comienzos del siglo XX y funda un nuevo lenguaje para la literatura colombiana. Se despoja de la poesía rimada y transita un verso libre, musical, de honduras filosóficas. A través de sus versos, Matilde se dirige a una nación que todavía silencia el discurso emitido por una mujer, cuyo papel en la sociedad colombiana hasta hace poco era muy modesto. Cuando Matilde publicó su primer poemario en 1955, las mujeres no tenían derecho al voto, el ingreso a la universidad era muy limitado y la política casi que era un derecho del ser masculino. Es decir, Matilde no sólo habló por ella misma, sino por todas las mujeres, según constata en su propia poesía. Sus puntos de interés eran: la belleza, la virtud del lenguaje, la estética del poema, la mujer latinoamericana, el hombre moderno.

Matilde no excluía a nadie. Por su casa transitaban: el poeta, el docente, el estudiante, la profesora de escuela, el campesino, el abogado, el hombre de derecha o de izquierda, el ateo o el creyente. Escuchaba a todos y les hablaba a todos. Su único juicio era: la belleza, la cadencia, el ritmo, la música y el concepto filosófico de la obra. La casa de Matilde fue un templo de la poesía. Por allí transitaron los grandes poetas de las décadas de los 70, 80, 90 y del nuevo siglo. En su casa estuvieron León de Greiff, Enrique Uribe White, Octavio Gamboa o Hernando Santos, pero también estudiantes de literatura, derecho y filosofía. Matilde era un faro, un norte. Muchos hombres y muchas mujeres desfilaban por su casa en busca de un consejo, un prólogo o un juicio crítico. Su casa se convirtió en tertuliadero y en templo literario: allí vi por primera vez a poetas de mi generación y de generaciones pasadas. Allí tuve noticias de Fernando Charry Lara, Mario Rivero, Rogelio Echavarría, Maruja Vieira, María Mercedes Carranza, Robinson Quintero Ossa, Federico Díaz Granados, Milcíades Arévalo, Juan Felipe Robledo, Felipe García Quintero y un largo etcétera que no terminaría en estas páginas.

A continuación, una pequeña muestra de sus preocupaciones e inquietudes literarias:

Distancias

A Luis Rafael Gálvez

I

No vengo de los hondos valles
Ni de las playas sonoras.
Vengo de las montañas azules
Y de las espumas violentas
De un poderoso río.
Eso me cuentan quienes volvieron
A esa tierra mía y vivieron
El ayer que se inclina en mi cuerpo
Bajo un sol desvanecido.
Me tropiezo y las horas
Se alargan inútiles y solas.
No hablo de la soledad
De los balcones ni de los aires
De los salones vacíos
Sino de las voces
Y movimientos de quienes
Ya pasaron opacos o brillantes.

 

II

Tanto mundo girando en derredor del mundo
Alguien llega, alguien
Se marcha. Otros amanecen
Cantando, soñando con amantes
Que hace tiempo murieron
Y apenas les dejaron
Una herida sangrando.
Más allá de las montañas azules
Otros cielos he visto
Y otras nubes rodando silenciosas
O precipitándose en bolas de fuego
Como en las pinturas infernales.
Mis manos tocaron ruidosas sedas
Que pertenecieron a figuras
Imperiales y me vi en los espejos
Por donde pasaron imágenes de reinas
Y reyes —tan mentira— como el oro
Del marco donde cruje el tiempo
Al mínimo soplo del viento.

(Uno de tantos días, 2006)

Matilde, pese a su compromiso con la palabra, con la sociedad y con el oficio creativo, no fue ajena al amor. Pese al fracaso de su primer matrimonio, Matilde amó desde siempre a los seres humanos y siguió confiando en ellos. Sintió desde siempre un amor infinito por los niños (sus hermanos menores), la sociedad (los niños indígenas del Cauca) y la condición humana. Amó desde siempre las estrellas, la noche, la poesía, las artes y los jóvenes creadores que llegaban a su casa en busca de una voz orientadora.

Digamos que una de las máximas virtudes de Matilde Espinosa Fernández fue la libertad.

Pudo haber renunciado a los afectos de Eros desde esa primera ruptura amorosa. Pero Matilde tanto confiaba en el hombre y en la condición humana que seguía buscando un buen horizonte a través de la literatura, a través de sus pálpitos musicales y a través de los versos que desprendía de su dolor, de su sufrimiento y de su orfandad. Matilde siempre fue un ser en tensión, no sólo desde esa primera relación con el gran pintor payanés Efraím Martínez, sino también por lo que significaron para ella la muerte prematura de su hermana, las dificultades económicas tras su primer divorcio y las tensiones en la crianza de sus hijos Manolo y Fernando, quienes no asimilaron del todo la relación con el jurista Luis Carlos Pérez, segundo esposo de Matilde.

Recién venidos

Las palabras se escapan
Pero el alma es tan cierta
Como la gota de agua
Que me sigue mirando.
El habla nos traspasa
Y la imagen trasciende
A lo desconocido.
Las paredes del mundo
Son muros de piedra que duelen.
Nos conturban los soles violentos;
El asombro, el milagro,
El murmullo, frontera
Que orienta los pasos
A la estancia de algún
Paraíso perdido.
Somos los recién venidos
Pulsando el recuerdo
En la hora implacable
Que se vuelve de espuma;
En el aire y en el pecho
Toma forma de largo camino.
Somos los recién venidos
Cultivando los sueños
Viendo correr el torrente de lluvias
Que maltrata las rosas
Desde la luz hasta el primer sollozo.

Digamos que una de las máximas virtudes de Matilde Espinosa Fernández fue la libertad. Y también la rebeldía, pese a su origen campesino y humilde en los montes de Tierradentro. Rebeldía que se expresa no sólo en la ruptura que le impone a la palabra, alejándose del género y del canon (Matilde no obedece a una estética convencional), sino también en su vida misma. En una época en la que las mujeres no tenían ninguna posibilidad de enfrentarse a un divorcio, Matilde escoge libertad. Y su libertad se expresa no sólo en sus propios intereses, sino en los intereses de la sociedad, del pueblo colombiano. Matilde camina la poesía y camina la senda del partido comunista. Es decir, anhela y busca la libertad no sólo en la estructura del poema, no sólo cuando rompe la lógica poética imperante, no sólo cuando poetiza temas hasta esa hora vedados para las mujeres, sino que impone la libertad como un estilo de vida, como una elección individual como mujer y como creadora. Y funda su lenguaje, su estilo literario, sus constantes y obsesiones poéticas: la tierra, los ríos, la noche, las estrellas, la soledad, la orfandad, el desarraigo, la inutilidad, las injusticias sociales y la igualdad entre los hombres.

Ese es el mundo de Matilde Espinosa, un ser sublime, transparente y honesto. Una mujer que nació en Huila, Cauca, pero que igual pudo haber nacido en París o en Nueva York. Una mujer que les cantó a los niños indígenas del Cauca, pero que también coreó por los hombres solitarios de Berlín o de Moscú. Una mujer que comprendió que el dolor y la soledad no son exclusivos de modernidades periféricas como Bogotá o Medellín, sino que sobre todo pueden hallarse en las cordilleras de pueblos del Huila o de Cundinamarca. Matilde comprendió desde siempre que la poesía habla de hombres y no de privilegios, de mujeres y no de reinados; que habla del corazón y no de los oropeles que adornan el corazón. A eso le cantó Matilde desde siempre: a la condición humana, al espíritu, a la libertad, a la igualdad, a la fraternidad, a la paz, a los procesos transformadores y sobre todo a la palabra, al lenguaje y, al mismo tiempo, a la poesía trascendental y de hondas revelaciones.

Hacia la tarde

Al poeta Winston Morales Chavarro

Un desteñido sol
Recorre conmigo las estancias
Que ya no tienen nombre;
Los pasadizos vueltos hacia la tarde
Solos como los nacimientos
Y ausentes como un grito.

Emergen parecidos distantes
Bajo el ardor de las cenizas.
Se conmueven las frondas
Arrebatadas por los vientos
Sin destino como los sueños.

Lastiman los escombros
De las primaveras enterradas
Y el gemir de los volcanes
En su incandescente agonía.
Y al fondo la esperanza
Medusa desgarrada en busca
De otro mar y otra orilla
Pulsando las arenas
En esta navegación de los olvidos.

 

Bibliografía

  • Castellanos, Gabriela. Matilde Espinosa. Inocencia ante el fuego. Editorial La Manzana de la Discordia. Santiago de Cali, 2002.
  • Espinosa, Matilde. Los ríos han crecido. Editorial Antares, Bogotá, 1955.
    . Afuera, las estrellas. Editorial Guadalupe, Bogotá, 1961.
    . Pasa el viento. Editorial Visión, Bogotá, 1970.
    . El mundo es una calle larga. Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1976.
    . Estación desconocida. Trilce Editores, Bogotá, 1990.
    . Señales en la sombra. Trilce Editores, Bogotá, 1996.
    . La sombra en el muro. Trilce Editores, Bogotá, 1997.
    . La ciudad entra en la noche. Trilce Editores, Bogotá, 2001.
    . La tierra oscura. Arango Editores, Bogotá, 2003.
  • Gálvez, Luis Rafael. Matilde Espinosa lee su poesía. CD, 2004. Reproducido y grabado por L.R.G., North Hollywood, California (Estados Unidos).
  • Martínez González, Guillermo. La poesía de Matilde Espinosa (selección, prologo y notas). Trilce Editores, Bogotá, 1980.
    . “Aproximaciones a la poesía de Matilde Espinosa”. Revista Puesto de Combate, 2007.
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