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El imaginario del caos

lunes 19 de abril de 2021
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El imaginario del caos, por Salvador Montoya
¿Hacia dónde nos llevan los proyectos globales de la hegemonía tripolar? Protestas en Venezuela en 2017 • Fotografía: Miguel Gutiérrez • EPA
Para mi hijo Mathías

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Me encanta la anécdota mitológica de Juan Vicente Gómez, el dictador venezolano, donde un hombre lo ve leyendo el periódico al revés y le dice: “Señor Presidente, está leyendo el periódico al revés”. Entonces Gómez, con su suspicacia usual, contestó: “Quien sabe leer, lee de cualquier forma” (ojo: se sabe que Gómez no era analfabeto). Hay muchas interpretaciones a esta parábola. Yo intentaré una: la lectura del poder determina el sistema que nos gobierna. Por eso es tan importante entender cómo la hegemonía tripolar de Estados Unidos, Rusia y China (el orden de los países no altera el impacto) define la clase de civilización que somos y que seremos.

 

Los venezolanos tienen una relación muy peculiar con la generación de luz y de energía.

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Toda civilización emerge de una imaginación creadora múltiple y suficientemente persuasiva para imponer su sistema de valores y su sistema de gestión de las muchedumbres junto a sus demandas (ecológicas, políticas, económicas, sociales, estratégicas, culturales e internacionales). Cuando una civilización entra en colapso muchas de sus lecturas potencian radicalismos para mantener la hegemonía del sistema. Y es aquí donde entra la imaginación del caos (distopía) como posible salida de emergencia, como posible hoja de ruta para escapar a la destrucción, como posible mapa inédito de tal manera que podamos cruzar valles de muerte y prosperar del otro lado.

 

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Entonces crear luz, hacer luz, prender luz es una actividad primordial. Los venezolanos tienen una relación muy peculiar con la generación de luz y de energía. Por el siglo XVIII, Humboldt nos habla de que en los llanos se encontró con un hombre llamado Carlos del Pozo que había logrado crear cierta máquina eléctrica y poseía todo un laboratorio avanzado sobre esas materias. Generar luz y energía en tiempos de colonialismos. Más adelante, en el siglo XX, Luis Zambrano, ese tecnólogo popular alucinante, por los Andes, creó el “TurboZam” (una turbina) y le dio luz eléctrica a su pueblo y ponía en funcionamiento ciertos aparatos esenciales para su propia región. Generar luz y energía en tiempos de ostracismos. Y hace años (no sabemos si con más deseos que logros) supimos de otro venezolano, Luis Solórzano, que creó una máquina a partir del aire (motor de aire). Generar luz y energía en tiempos de calamidades. Personas e ideas distópicas para romper regiones de cautividad. De ese tamaño es nuestra geopolítica y nuestra literatura también.

 

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Por su parte, grandes intelectuales europeos, desde sus ópticas civilizatorias polémicas, han propuesto seguir la estela de gente con convicciones firmes en la democracia, en el humanismo y en los mejores valores humanos. Hannah Arendt, en su libro Hombres en tiempos de oscuridad (1955), plantea que los hombres que cruzan tinieblas se forjan una conciencia plena de libertad y toman cualquier espacio para interpretar su destino libertario. También el historiador inglés Tony Judt, en su libro El peso de la responsabilidad (1995), inquiere cómo la vida de Blum, Camus y Aron nos incita a cumplir con nuestro quehacer crítico y activo en la historia real que nos toca vivir. Y el francés Tzvetan Todorov, en su libro Insumisos (2016), vuelca su agudeza en aquellas vidas de alta resistencia moral y política y que nos reflejan un retrato espiritual de logros frente a la locura del sistema actual. En otras palabras, cada nación, cada pueblo (aun más allá de sus propios saberes) debe descubrir personas e ideas que manifiestan sentidos diversos de poder y de libertad.

 

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Hay en la literatura venezolana tres generaciones de escritores que han indagado sobre estas luces y estas energías. Y vemos muy bien esa vertiente distópica en Ednodio Quintero (1947), Édgar Borges (1966) y Miguel Antonio Guevara (1986). Son hombres en tiempos de oscuridad. Asumen el peso de la responsabilidad. Son insumisos de pensamientos y de obras.

 

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Sin embargo, ¿qué es la hegemonía tripolar? ¿Por qué es necesario entenderla? ¿Cuáles son las agendas que manejan? ¿Hacia dónde nos llevan los proyectos globales de la hegemonía tripolar? ¿Qué vinculaciones mantienen con la vertiente distópica de tres generaciones de escritores venezolanos?

 

En esa agenda están el transhumanismo, la exacerbación de la furia migratoria, las guerras del petróleo, la dictadura de las redes sociales, el control del crecimiento de la población.

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Desde el principio Ednodio Quintero ha propuesto en sus obras escenarios telúricos y cosmopolitas plenos de ludismo, subjetividad agobiante y distopías anfibias. Tomemos dos obras suyas: La danza del jaguar (1991) y El amor es más frío que la muerte (2017). En la primera el personaje principal dilucida su propio entramado de la vida en un tour de force mientras recuerda una travesía europea y criolla. Allí se enfrenta a sus propias alucinaciones, ensoñaciones y memorias voraces en un lenguaje a veces hiperculto y otras con una sapiencia popular muy callejera. ¿Dónde está la distopía? En que ya no es un mundo de países, es un mundo de subjetividades. En la segunda novela el protagonista escapa de una peste (y ni siquiera se vislumbraba el Covid-19). Es diáfana la distopía de Quintero: razonamientos oblicuos, verdades egocéntricas, laberínticos paraísos del placer y de la violencia. El amor y la muerte son fríos. Frialdad de experiencias, vitalidad de hielo.

 

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La agenda de la hegemonía tripolar se fundamenta exclusivamente en aquellos países que ganaron la Segunda Guerra Mundial y que también obtuvieron el poderío económico de Occidente (ahora compartido con China). En esa agenda están el transhumanismo, la exacerbación de la furia migratoria, las guerras del petróleo, la dictadura de las redes sociales, el control del crecimiento de la población. Dominar las ideas y dominar las conductas planetarias.

 

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En los textos distópicos de Édgar Borges entramos en fantasías naturales y aparece lo horrendo en los espejos y en poblaciones donde ocurre lo milagroso y lo trágico en bicicleta o en la memoria de cualquier señor. Tomemos dos obras suyas: La contemplación (2010) y Enjambres (2020). En la primera enfrentamos una lectura de un lugar heterotópico (¿se acuerdan de ese término de Foucault?) que confluye en zonas abisales de la psique. Y en la última hay un escape de la guerra y de la hecatombe, pero cuando se crece, las luciérnagas llevan el significado de ver más allá. Entonces saboreamos el dulce néctar de pensar a contracorriente, de no tragarnos la realidad impuesta desde los mass media. Porque hay mucha más vida en la verdad que en la superficie. Pero debemos morir a las máscaras, a los falsos ídolos del prejuicio y de la cerrazón mental.

 

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La agenda de la hegemonía tripolar nos propone un mundo de la posverdad y de la virtualidad opresiva (la que desenmascaró Edward Snowden), la que maneja a su antojo la alianza de espionaje llamada Cinco Ojos (Five Eyes). Aquí las cosas no tienen que ver con antagonismos decimonónicos de izquierda y de derecha. Es más, va más allá de la dicotomía insípida de globalistas y patriotas. La agenda de la hegemonía tripolar usa el poder blando y sus fake news como su mejor arma de combate.

 

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En las obras distópicas de Miguel Antonio Guevara reconocemos ese rasgo de Eco: es apocalíptico e integrado. No tiene reparos en hacer cultura con un cubo de Rubik o al ver un libro de un palestino en el metro de Caracas. Tomemos dos obras suyas referenciales: Mahmud Darwish anda en metro (2018) y Los pájaros prisioneros sólo comen alpiste (2020). En la primera esa búsqueda de sentido en lo fragmentario y en lo doméstico lleva la distopía de las ruinas tercermundistas y de los derrumbes de las certezas esenciales. Volvemos a la barbarie pero entre bits y hologramas. En la segunda viaja al otro lado de sí mismo el personaje principal y nos deja su máquina de soñar con nuestra orilla. Se vacía la distopía de fe, de humanidad.

 

Si la lectura del poder determina el sistema que nos gobierna se hacen urgentes lecturas polisémicas, lecturas distópicas que rompen cercos y cárceles invisibles.

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La agenda de la hegemonía tripolar la sorteamos en la obra de tres escritores característicos de sus países. Primero, el joven filósofo chino Yuk Hui, en sus libros Cosmotecnia y Fragmentar el futuro, diserta sobre sociedades de control y sobre sociedades totalmente sugestionadas y viciadas ya que no poseen las herramientas necesarias para leer y enfrentar las realidades virtuales y presentes en sus tiempos. El escritor y artista ruso Ilyá Budraitskis diserta, en sus textos Disidentes entre disidentes y El mundo que construyó Huntington y en el cual vivimos, la ideología de la Rusia conservadora y su importancia en su arte, en su geopolítica y en sus discursos públicos y en sus guerras híbridas actuales. Y tercero, el estadounidense Douglas Rushkoff, desde sus textos Ciberia y El shock del presente, afirma una búsqueda de salidas digitales a un mundo pleno de identidades nacionales (totalmente difusas). Rushkoff pregona por una mente de fuente abierta (telemática) para solucionar los problemas sociales. Es la metacognición que todos necesitamos.

 

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Si la lectura del poder determina el sistema que nos gobierna se hacen urgentes lecturas polisémicas, lecturas distópicas que rompen cercos y cárceles invisibles. Allí están las obras de tres generaciones de escritores venezolanos (Ednodio Quintero, Édgar Borges y Miguel Antonio Guevara) como interpretaciones, hermenéuticas lúcidas ante el caos presente y futuro. Es decir, crear luz, porque de tu distopía depende tu valentía.

Salvador Montoya

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