El dilema no es la desconfianza como máxima,
sino la confianza asumida para desconfiar con desenfado y asunción de que es
la única variante real y humana, algo así como que la condición de la
posición bípeda exige la mentira como estandarte, la cual deja entonces de
ser mentira para convertirse en la verdad real y humana y en la asunción de
que la mentira es verdad inapelable.
Lo perfecto sería modificar el lexema, o mejor aun, sus acepciones, y
donde la Real Academia pone "verdad", trastocarlo por su antónimo y
viceversa, también seguir el mismo proceso con "confianza",
parecida variante con "robar", para el cual proponemos el verbo
"luchar" como sustituto.
Más interesante el gerundio "luchando", que indica acción
continuada y asimilada, nada eventual, dentro del que quedan implicados y
mezclados (como el café) "trabajar" con "robar", una de
las alianzas lingüísticas más interesantes de estos tiempos.
Somos fieles seguidores de Pinocho, ídolo contado que nos enseñó a no
temerle a la nariz grande (con el aliciente de que los cirujanos estéticos se
afanan en reformar el cartílago y respingarlo como trompita perfecta),
máxime con las bondades de la medicina gratuita unida a los códigos
estéticos capitalistas que no nos laceran, porque somos socialistas y aquí
se impone la calidad humana a la belleza frívola de los medios.
Por tanto, si elijo una narración "mentirosa" de cualquier día
de los noventa, bajo los viejos preceptos del término, ofreceré la verdad,
es por ello que prefiero escribir verdades, tradúzcase entonces en
"falsedades" o, lo que es casi similar, "ficción", que
significa lo mismo solo que con un poco de azúcar por arriba... ¡Se trata de
la mentira convertida en un gran flan de leche!
Para seguir con el carbohidrato y el pie forzado del párrafo anterior...
¡Azúcar!
Llegó el martes a la bodega la cuota, las libras que nos tocaban por
persona... Prieta, prietísima, pero azúcar al fin... Rica, esperada.
Había una cola grandísimaaa, lo cual en otro contexto haría agua la
boca, pero en el nuestro se traduce en temerarias imágenes de la pérdida de
tiempo, de la discusión y el enfado... También de la actualización de
chismes callejeros, de la transmisión de información acerca del barrio...
Sumado a ello el estrés que representaba ver llegar a los "planes
jaba" (metáfora indescifrable), individuos o personas a los que una
señal en sus "libretas de abastecimiento" indicaba prioridad en
aquella eterna longaniza humana de la espera.
El caso es que para comprar los cristalitos de caña el proceso consistía
en gritar: ¿¡El último!?, tras dicha interrogación imperativa casi
nunca se produce una respuesta inmediata, lo cual obliga a recuestionar
(siempre a gritos):
—¡El úuultimooo!
—¡Ah!, yo, pero detrás de mí va una señora con un pañuelo en la
cabeza anaranjado...
—¿Qué paasaa? (como suena en la canción de Estopa) ...Soy yo y vengo
con dos personas más, los vecinos de al lao, que me pidieron les
"marcara en la cola"; no te pongas bravo, mijito, así es esto...
Tragar en seco es la defensa orgánica y única, aceleración de la
frecuencia cardiaca y un: tá’bien, voy detrás de usted(es).
Transcurren los minutos, las horas, el calor, el tedio... Hasta que llega
el instante sublime de realizar la compra, adquisición sin opciones, casi
muda, consistente en entregar la libreta. El bodeguero la abre, mira la
cantidad de personas que integran el núcleo familiar (no siempre nucleado
como célula perfecta, sino la mayoría de las ocasiones dividido, como en
franca multiplicación metastásica).
Ahí es cuando el bodeguero interpela:
—¿Qué vas a llevar?
—Azúcar —no hay que aclarar si blanca o prieta, porque no hay espacio
para la elección racial (racismo dulce).
—Ná’má’ "vino la prieta".
Entonces coge el bodeguero el recipiente o la jabita que se le entrega y la
llena de azúcar sin refinar por persona..., para todo el mes, lo cual
equivale a unas cuantas cucharadas para treinta días, para endulzar el café,
para subir la glucosa, para quitar la fatiga, para sanar las heridas, para la
limonada, para nada...
Cargabas con tu puñado de polvo, a veces húmedo, apelmazado, empegostado,
pero valioso como ambrosía... Caminabas rápido, apuradito, agarrabas el
vaso, lo llenabas de agua (nunca del refrigerador, nunca agua fría, jamás
helada, jamás hubo electricidad)... Un limoncito del patio exprimido, y una
minicucharadita de azúcar. ¡Vaya bendición, vaya fiesta gustativa de la
lengua, el nuevo amor de Villasante, aquella lengua extraterrestre habría
hecho aguinaldos de saliva! Pero, ¡coñó! ¡Qué es esto! Algo arañaba la
garganta como si hubiera tragado garras de gato descalabrado de las alturas.
Escupes, toses, miras el vaso, se investiga el contenido, se analiza la
emulsión... ¡pa’l carajo! ¿Y esas partículas negras más prietas que el
azúcar prieta? Ay dios mío! ¡Nos han envenenao!
Los trocitos de materia desconocida se toman con la yema de los dedos, se
aprietan, se restriegan, se huelen y no se deshacen, siguen intactos como
objeto desconocido que, si fuera volador, se definiría como ovni...
—¡Fernando! ¿Tu azúcar está limpia?
—Deja ver...
—¿No le ves unas partículas más oscuritas?
—Ahora me fijo... ¡contrá, sí!, ¿y eso qué será?
El vecino es químico, profesor de la universidad, acaba de encontrar un
acertijo para su cerebro ilustrado... Agarra un imán y, ¡uy! ¡Qué
descubrimiento!
—¡Es hierro!
¿Y eso por qué? Vendrá enriquecida el azúcar con vitaminas al duro y
sin guante?
Nada se entiende, pero lo que está claro es que no se puede botar esa
libra personal e intransferible... ¿Qué hacer?
Empezó la elongación del proceso para preparar la famosa "sopa de
gallo": agua con azúcar... el paso añadido radica únicamente en dejar
decantar el revoltijo, así los pedazos de hierro bajan al fondo del vaso y el
agüita azucarada se puede tragar sin miedo...
Conclusión:
Derivada de los análisis autodidactas del vecindario... Se determina que
el azúcar fue almacenada en naves techadas con láminas de hierro oxidado, no
quedaba otra opción desde que los soviéticos no existen como gentilicio... O
la coges o te jodes... Ahí radicaba el ser o no ser.
Lo que no permite uno en esta vida es que le pasen gato por liebre, para
eso somos tremendos pensantes, filósofos formados en el materialismo
dialéctico y la negación de la negación es la ley que más nos gusta, el
caso es que con dignidad nos tragamos cualquier cosa, aceptamos con firmeza
todos los embates del imperialismo, nos esforzamos por ser cada día mejores,
nos devoramos el azúcar enyerrado, hierrado, errado... Es más, asumimos la
idea de acorazarnos por dentro, para ser infundibles e inconfundibles,
perfecta aleación de carne más Fe símbolo del hierro según Mendeleiev.
Estamos hechos de Fe,
y no tendríamos café,
pero lo que no faltaba,
era un trocito de fe.
(Esto último se lee con tono de ronda infantil).
P.D. No se olvide que si digo que esta fue la verdad de un día de los
noventa del siglo XX, en pura Habana, debe tratarse de una rotunda mentira...
Una ficción narrada... ¡Ay, literatura, por qué la historia se empeñará
en empañarte!