Madrigal
santiagueño
Un sol salvaje
castiga mi terruño salobre.
La soledad candente
se pierde en la distancia.
Las torcazas le silban a la tarde
El día se adormece
y a la sombra del penúltimo algarrobo
refugio mi añoranza de otros tiempos.
Mate dulce con hojas de poleo
y algún chicharrón hecho chipaco
saciarán mis afanes y mis hambres.
A lo lejos
una voz ronca entona una baguala
y acompaña el nacimiento de un diamante
que preludia la noche.
La madre tierra
y el alma de mi pueblo
me impulsan a traer desde el olvido
la esencia de Santiago del Estero.
Guasayán
Camino al poniente,
donde la sierra se tiñe de grana
cuando cae la tarde,
las flores blancas y rosadas
de los yuchanes
alborotan el paisaje.
El otoño de Santiago
nunca será amarillo.
Ambargasta
Blanca la blanca sal, plata y organzas;
gualda la gualda flor de los chaguares
corola caprichosa en los salares
donde el viento entre churquis canta y danza.
Sobre la tierra seca de esperanzas,
el viento norte entona sus cantares
y cuando llega al monte de chañares
es un mágico canto de alabanza.
Donde muere la sal crece la vida,
brotan sueños, se apaga el desaliento,
renacen la esperanza y la alegría.
Salinas de Ambargasta, cruel herida
hecha de arena y sal, de sol y viento,
hermética y rotunda geografía.
Catamarca
Canta el viento
en las cumbres de Ambato
su cántico añejo.
Canta el río del Valle
su romanza triste de limo y arena.
La semilla, tenaz de memoria,
viaja por los aires.
La savia del torrente llega a los viñedos,
fecunda las uvas, trepa por los troncos
de higueras y nogales.
Y entre las canciones
de arroyos y sierras
el canto del hombre
viaja hacia lo eterno.
Cada aurora de mi Catamarca
renacen los sueños
desde los verdes perennes del valle.
Cafayate
Esta mañana,
me despertaron los bronces
que se repetían en los cerros.
Convocaban a cumplir
con los rituales
de la primera misa.
Más tarde,
por las calles de Cafayate,
estallaron las voces
del silencio
y yo expulsé
mis ángeles oscuros.
Entonces supe
lo que es estar cerca del cielo.
Salar de Arizaro
El paisaje desolado
de la puna salteña
es una inmensidad vestida de leyenda.
El ropaje milenario de las sales
disfraza al indómito paisaje.
Mundo eterno de hielos,
salitres y volcanes
donde acechan las nieves
y los fuegos,
yo sé que acunas en tu entraña
un sueño inmemorial
de lavas y de azufres.
Tierra de infinitud y desamparo,
capricho mineral
que me subyuga,
refugio de cóndores y sueños,
siento que un tu desértica comarca
se agiganta el alma de los hombres.
Puna jujeña
Invulnerable,
la eternidad sucede.
Se arrastra
bajo el paisaje inmóvil
de la puna.
La tierra,
coloreada por ventiscas
milenarias,
acuna en sus entrañas
el sueño irreverente
de América morena.
La utopía navega
cercada por la angustia
de la desesperanza.
Ya no hay quimeras que florezcan
en la puna jujeña.